La Edad Media en la Corona de Aragón Historia de Aragón.

La Edad Media en la Corona de Aragón Historia de Aragón.

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Relaciones de Aragón con Francia en el siglo XV

El cisma de Occidente

Aparentemente aquella tradición milenaria que unía los países cis y ultrapirenaicos se interrumpe y se corta en los reinados posteriores a Jaime II; mas como los pueblos no abandonan fácilmente las tendencias que reconocen causas geográficas y éstas subsistían a pesar de su amortiguamiento, en cuanto un suceso las hizo resucitar se manifestaron y la tradición volvió a ejercer su influencia.

El gran cisma de Occidente en su principio no es consecuencia de la rivalidad franco-aragonesa, pero ésta influyó grandemente en el desarrollo de las negociaciones que para ponerle fin llevaron todas las potestades del mundo católico. Tan grandemente influyó, que hay que creer que Benedicto XIII fué el hombre elegido por la Providencia para terminar aquella lamentable situación de la Iglesia por sus condiciones de ciencia, virtud y carácter, y de modo indirecto, pero el más eficaz, por su condición de aragonés.

El cisma venía incubándolo Francia desde lo tiempos de Bonifacio VIII y Felipe el Hermoso; principio del siglo XIV. Aunque había conseguido rebasar sus fronteras naturales, su ambición no estaba satisfecha; había logrado la unidad política y era la potencia preponderante en Occidente, pero enfrente de ella y de sus aspiraciones se levantaba un poder espiritual que por la extensión de su obediencia era obstáculo formidable a sus intentos; era este poder el Pontificado, y Francia decidió hacerlo suyo, tenerlo en su poder y en su territorio para tenerlo a su servicio.

Con este propósito logró que Clemente V fijara su corte en Aviñón y que otros papas residieran aquí, como si el traslado de la Santa Sede desde la ciudad del Tiber a la del Ródano fuese definitivo.

Reintegrada a Roma por Gregorio XI y muerto éste, el pueblo romano ejerció fuerte presión sobre el colegio cardenalicio pidiendo un Papa de su nación, y los cardenales, amedrentados, hicieron una elección simulada a fin de acallar al pueblo alborotado; el así elegido, Urbano VI, usó de su autoridad no sólo como verdadero Papa, sino con despotismo, por lo cual algunos cardenales, entre ellos el de Aragón, don Pedro de Luna, volvieron a reunirse en cónclave, depusieron a Urbano y eligieron a Clemente VII, francés, que otra vez fijó su residencia en Aviñón.

Así nació el cisma: la cristiandad tuvo dos papas y se dividió en dos obediencias. Francia y España se declararon por el de Aviñón.

Todo anduvo bien para Francia durante el pontificado del dócil y complaciente Clemente VII. Pero a su muerte, los cardenales quisieron antes de elegir consultar al gobierno francés, y el cardenal de Aragón les obligó con la fuerza de sus razones a proceder al nombramiento inmediato de Pontífice, rechazando las intromisiones de todo poder secular, y aunque se negó varias veces a recibir la tiara, el voto casi unánime del colegio y las súplicas de sus colegas de cardenalato, le hicieron aceptarla. Cuando los emisarios del rey de Francia entraron en Aviñón, Benedicto XIII era ya Papa.

El Pontificado no había recaído en un francés. Francia no manejaba la parte de la Iglesia obediente al Papa de Aviñón, y lo que era peor, el nuevo Papa era un aragonés a quien aún reconocían como casi compatriota los hombres del Midi.

Y comenzó una lucha grandiosa y grandiosamente trágica entre un hombre debilísimo de cuerpo, pero de los más enérgicos espíritus que han encarnado en cuerpo humano, y un poder civil extraordinariamente fuerte. Nada dejó de emplearse para vencer la resistencia de un anciano pequeño y delgado; recurrióse a las armas, a la intriga, a la discusión para obligarle a la abdicación y Benedicto XIII no abdicó.

Francia, que no se había preocupado de la unidad de la Iglesia en el pontificado de Clemente VII, fué ahora su paladín, pero exigiendo como condición previa de todo trato para la unión la renuncia de su Papa, de Benedicto XIII; no quería más que esto, que el aragonés abdicara, porque esto logrado, sabiendo que el de Roma no haría igual y que los cardenales, cada vez más divididos, no se reunirían en un solo cónclave, quedaba ella en situación despejada; podía gloriarse de haber trabajado por la unión de los católicos, de no haberlo conseguido por la pertinacia de la parte romana y proceder a una nueva elección, haciendo elegir un Papa suyo, un sucesor de Clemente VII.

Esta burda política la destruyó Benedicto XIII con su inquebrantable firmeza; él, por su parte, puso en práctica todos los medios canónicos y no canónicos para llegar a concordia con el otro Papa, y la obstinación de éste impidió las entrevistas y las conferencias; al fin Francia, desesperando de vencer tanta energía, entró en la buena vía, a la de renunciar a un pontificado propio en Aviñón y allanarse a reconocer un Papa único y en Roma.

Esta fué misión providencial de Benedicto XIII; para esto lo eligió Dios; sin su energía, quién sabe si se hubiera perpetuado una iglesia galicana, pero Dios quiso humillar a Francia y elegió este aragonés que por serlo no era grato a la corte francesa y por su energía era capaz de la empresa a que Dios le había destinado.

Retrato de Benedicto XIII

Tenía sesenta y seis años cuando su elección; era pequeño y delgado, de facciones enérgicas y de nariz algo desviada; el busto de San Valero, que él regaló a la Seo de Zaragoza y que lleva sus armas, es seguramente su efigie. Gran canonista, había explicado Derecho en la Universidad de Montpeller; su energía la manifestó en la elección de Urbano VI, manteniéndose firme contra italianos y franceses.

Sus mismos enemigos reconocen su alma fuertemente eclesiástica, su conciencia escrupulosa, sus costumbres irreprochables y su talento. Mas a pesar de este reconocimiento expreso de su virtud y de su ciencia, sus enemigos, que lo son casi cuantos escriben de historia, por la costumbre general de escribir copiando y no estudiando, lo llaman terco por confundir la entereza con la tozudez, orgulloso y déspota por confundir la dignidad con la soberbia; no le atribuyen otro defecto que el de poseer con exceso buenas cualidades.

Sus compatriotas mismos no le han hecho justicia; es sino de todos los grandes hombres españoles vivir olvidados de los suyos hasta que un extranjero los descubre; Benedicto XIII ha sido descubierto por el Eminentisimo Cardenal Ehrle, a quien España debe un homenaje de gratitud por este hecho. Injustamente se le llama Antipapa, porque la Iglesia no ha declarado cuál de los simultáneos era el Papa legítimo, y el hecho de que algunos posteriores al concilio de Constanza tomaran el nombre de Clemente o Benedicto y siguiera el ordinal que les correspondía conforme a los romanos dentro del cisma, no es sentencia condenatoria de los de Aviñón.

Benedicto XIII, obligado a salir de Aviñón y Francia, se refugió en su patria, la Corona de Aragón, y al fin eligió como residencia Peñíscola, la bellísima península de Peñíscola, que había segregado de la Orden de Montesa colocándola bajo el poder de la Iglesia, sin duda pensando ya en su retiro.

Aquí, en esta residencia separada del mundo, pasó a fines de 1414 y principios de 1415 trances amargos, como antes los había pasado en Perpiñán; la Iglesia de Dios estaba entregada a las disputas de los hombres; en la elección del Vicario de Cristo intervenían poderes seculares con más influencia que los canónicos; él se tenía por Papa y a él le pedían que abdicara la dignidad que Dios le había confiado por mediación de los cardenales. ¿Perdería él esa dignidad porque todos le abandonasen? ¿Le era lícito desprenderse de su jurisdicción porque los hombres se negaran a obedecer? A ningún hombre, no antes ni después, se le ha planteado un problema moral de tan magna trascendencia y de resolución tan difícil, sobre todo para un alma que sienta la responsabilidad de sus deberes con energía capaz del martirio, porque a don Pedro de Luna se le ofrecía de un lado la tranquilidad, el bienestar y la consideración de los hombres renunciando, la persecución y los odios persistiendo; las alabanzas en el primer caso; la difamación en el segundo; en Perpiñán se negó; solicitado de nuevo en Peñíscola se aisló en un cuartito que todavía se conserva, reflexionó, oró, y asomándose a la plaza que hay al pie de la habitación por él elegida, pronunció un non possumus, que dejó a la humanidad estupefacta de asombro.

Abandonado de todos, tan perseguido y odiado que se intentó envenenarle, aquel hombre que pensó mucho su decisión antes de aceptar a Urbano VI o declararse contra él vivió en lo que llaman su pertinancia, quienes no pueden comprender ni tanta energía ni tanta grandeza de alma.

Don pedro de Luna murió el 23 de mayo de 1423, domingo de Pentecostés.

Si la pasión nacional francesa ha llenado de calumnias la vida de este hombre, que en tiempos menos calamitosos para la Iglesia hubiera sido un gran Pontífice y tal vez un gran Santo, el olvido de los españoles de la historia eclesiástica de su patria y el consiguiente acogimiento a lo que escriben italianos y franceses contribuye a mantenerlas.

Por otra parte, la pasión política de algunos historiadores inventó algunos siglos después intervenciones de este Papa en el negocio de la sucesión del rey don Martín, y considerando el modo de resolverlo contrario a los intereses de su patria, lo culpan de ello.

Esas acusaciones son infundadas, es decir, carecen de fundamento serio; básanse en que San Vicente Ferrer era partidario y devoto de Benedicto XIII y en la creencia de que aquel santo decidió la mayoría de los compromisarios en favor del infante de Castilla.

Pero tales acusaciones son invención de historiadores del siglo XVII. No hay dato alguno cierto ni siquiera indicio de que Banedicto interviniera en pro de ningún candidato: Benedicto XIII no apeló a medios bastardos para mantener en su obediencia a príncipes ni pueblos. Cuando Francia le amenazó con negérsela, encogióse de hombros y dijo: <<A San Pedro no lo reconoció tampoco, y no por eso dejó de ser Papa>>.

Dos monarcas aragoneses intervinieron en la extinción del cisma: Fernando I y Alfonso V; el primero le negó la obediencia, el segundo acató al Papa elegido en Constanza; al primero se le acusa de ingrato con Benedicto, quienes suponen que a la influencia de éste debió el ser rey de Aragón, y esos mismos atribuyen el don de profecía al retirado de Peñíscola, poniendo en su boca estas o semejantes palabras: <<A mí, que te hice rey, arrojas al desierto; tus días están contados y tus descendientes no se sentarán en el trono más allá de la tercera generación>>. El acierto de la profecía demuestra que su invención es posterior al hecho anunciado.

Fernando de Antequera obró rectamente dado el tiempo. Toda la cristiandad, a una, pedía la renuncia de los papas a la sazón existentes; la cuestión de derecho era insoluble, porque arrancaba de cónclaves, de cuyos miembros el único sobreviviente era don Pedro, y sobre él se habían lanzado acusaciones que sólo él sabía si eran calumniosas. Fernando se adhirió al sentir universal; lo mismo hizo su hijo, aunque con algo de menos buena fe.

El problema de la frontera catalana

La conducta de Francia en el último pontificado de los Papas de Aviñón fué inspirada en el odio a un Papa enérgico, indomable y aragonés. París vió en él un enemigo, y como a tal lo persiguió, llegando, en su empeño, hasta querer la unidad de la Iglesia, él que la había dividido, sólo por quitar la tiara al hombre que, contra su voluntad, la sostenía en su cabeza.

Terminado aquel negocio, nuevos sucesos de Aragón avivaron los anhelos franceses de completar su territorio, anexionándose aquellos que, a su entender, eran suyos, y la Corona de Aragón le detentaba. En este concepto tenía las tierras del Rosellón y la Cerdaña.

La ocasión se la ofrecieron las desaveniencias de Juan II con su hijo el príncipe de Viana y la guerra inminente, con este motivo, entre el rey y Cataluña. Necesitado de fuerzas Juan II vióse con el francés en un lugar de Bearne y le pignoró el condado de Rosellón por cierta suma de dinero y cierto número de combatientes (1462). Con un pretexto entró el ejército francés en aquella región y, aprovechando la guerra de los catalanes, pasó adelante, apoderándose de todo el Ampurdán, incluso de la ciudad de Gerona.

Mucha parte tuvo en la terminación de la guerra civil este acto de Francia. Comprendieron, lo mismo el rey que los sublevados, lo estéril de la lucha y lo muy beneficiosa que era para el enemigo secular, y, sin necesidad de transigir, porque nada serio se disputaba, con olvidar solamente mutuos agravios, volvieron a ser amigos y se dedicaron a trabajar por la patria. Juan II en persona, no obstante su edad avanzadísima, se puso al frente de las tropas de todos sus Estados y con ellas salió de Barcelona en diciembre de 1473 para la campaña del Rosellón.

Por esta vez los franceses no lograron su propósito, pero quedó un sedimento que, removido más tarde, influyó grandemente en el porvenir de España.

Extraido de: La Edad Media en la Corona de Aragón de Andrés Giménez Soler. Editorial Labor, S.A., Madrid. 1930

Índice

El país La población

PARTE PRIMERA

Límites de la Edad Media.
Antecedentes de la invasión musulmana.
Ruina de la monarquia goda. Batalla del Guadalete.

Las causas de la ruina del Reino godo. Las costumbres.
El estado social.
El ejército.
La decadencia de las ciudades.
La conquista musulmana y su carácter
Las expediciones musulmanas a la Galia gótica
Las tierras de la Corona de Aragón bajo el poder musulmán
La pretendida influencia musulmana
La Reconquista

Sus origenes
Constitución de los núcleos cristianos del Pirineo. Su historia hasta su independencia.
Condado de Aragón

Ribagorza

Urgel, Cerdaña, Marca hispánica

Proceso de la Reconquista

Navarra y Sobrarbe

Alfonso I el Batallador
Casamiento de Alfonso el Batallador con doña Urraca de Castilla
Los condes de Barcelona anteriores a Ramón Berenguer IV
Las conquistas de Alfonso el Batallador
La Campana de Huesca
Ramón Berenguer IV y sus dos inmediatos sucesores
Reinado de don Jaime I el Conquistador
El hombre
Los primeros años del reinado
Adquisiciones territoriales a expensas de los moros
El Tratado de Almizra
La cruzada a Tierra Santa
El tratado de Corbeil
La política peninsular e interior
La expansión marítima aragonesa
El siglo XIV
Reinado de Jaime II

El hombre
España según Jaime II
La Reconquista, idea nacional de Jaime II
La empresa de Tarifa
Ruptura entre Jaime II y Sancho IV de Castilla
La cuestión de Murcia
Relaciones con Marruecos
Nuevamente la Reconquista. Negociaciones que precedieron al sitio de Almería.
El sitio de Almeria.
Política peninsular de Jaime II.
Incorporación de Córcega y Cerdeña a la Corona de Aragón.
Extinción de la Orden del Temple.
Expedición de los almogávares a Oriente.

Los cuatro reyes sucesores de Jaime II en el siglo XIV.
La Reconquista.
Reintegración de las Baleares a la Corona de Aragón.
El problema de Cerdeña.

La política peninsular de Aragón en los cuatro reinados del siglo XIV.
Causas de la guerra entre Aragón y Castilla.
Guerra entre Castilla y Aragón.

El siglo XV.
Compromiso de Caspe.
Política peninsular de Aragón.
Cuestiones interiores de Aragón, Cataluña y el principe de Viana.
Expansión aragonesa por el Mediterraneo.

Relaciones de Aragón con Francia en el siglo XV.
El cisma de Occidente.
Retrato de Benedicto XIII.
El problema de la frontera catalana.

Reinado de Fernando el Católico. Fin de la Edad Media.
El hombre.
La unidad nacional. Los pretendientes de Isabel la Católica.
Cómo fué la unión de los reinos.
El fin de la Reconquista. Conquista de Granada.

Descubrimiento de América.
Política mediterránea de Fernando el Católico.
Conquista de Nápoles.
Conquita de Berbería.

Política internacional de Fernando el Católico.
Política de unidad Peninsular.

PARTE SEGUNDA

Las Instituciones

El Estado medieval.
Carácter social de la Edad Media.
Orígenes de la Edad Media.
El Rey y la realeza en Aragón durante la Edad Media.
Lugarteniente y gobernador.
Los nobles.
Origen y evolución de los señorios.
Municipios.
Evolución de los municipios.
El capitalismo, causa de la decadencia municipal
Organización interna de los municipios
Judíos y moros
Los vasallos y hombres de condición.
La servidumbre de la gleba : remensas.
Administración de justicia.
La curia real y el Justicia de Aragón.
Jurisdición de judíos y moros.
Estado de la Administración de justicia y responsabilidad judicial.
Las Cortes.
Las Diputaciones.
La concepción medieval del Estado.
La Legislación.

La vida material.
División del territorio.
Juntas y veguerías.
Defensa del territorio.
Los domicilios.
Explotación del territorio.
Comunicaciones.
Industria y comercio.
Las monedas.

La vida espiritual
La Religión
Organización eclesiástica
Monasterios y órdenes religiosas
La Beneficiencia
La vida intelectual
Las Lenguas habladas en la Corona de Aragón
La enseñanza
La Vida Artística
Arquitectura religiosa
La pintura, la escultura y el azulejo

Conclusión
Bibliografía
Indice alfabético

Ilustraciones

Mapa I: Mapa físico de la región íbero-mediterranea (101 Kb)
Mapa II: Conquistas de la Corona de Aragón (447 Kb)
Mapa III: El mediodia de Francia en tiempos de Pedro II (119 Kb)
Mapa IV: Expansión catalano-aragonesa por el Mediterraneo (107 Kb)

Moneda de Juan (Ioanes) II

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