La Edad Media en la Corona de Aragon Historia de Aragón.

La Edad Media en la Corona de Aragon Historia de Aragón.

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Alfonso I el Batallador.

El siglo que corre desde la muerte de Pedro I, 28 de septiembre de 1104, a la de Pedro II, 13 de septiembre de 1213, es uno de los más trascendentes de la historia de la Corona de Aragón. Con él termina la nacionalidad pirenaica que al empezar el siglo precisamente se muestra más pujante que nunca.

Toda la historia privativa de la Corona de Aragón puede dividirse en dos periodos: uno anterior a don Jaime I, hijo de Pedro II, otro posterior a él; en el primero el esfuerzo nacional se dirige a reconquistar las tierras de la España Tarraconense, conservando las de la Galia gótica como parte del territorio propio de la nación. En el segundo se abandonan esas tierras ultrapirenaicas que se entregan a los francos, mutilando la nacionalidad, que se recoge en la vertiente española del Pirineo; en la primera época la monarquía, y antes de unirse Aragón y Cataluña, el reino y el principado, tienen tanto de ultra como de cispirenaicos, como herederos de la tradición ibera, romana y goda y aun árabe, que daba esas tierras como propias de España; son potencias montadas sobre el Pirineo que miran a Francia y al pais ocupado por los moros; son el istmo español, el vínculo entre el Continente y las regiones central e insulares de la Península.

Pero después del tratado de Corbeil convenido entre don Jaime y San Luis, Aragón, ya unido a Cataluña, se retraen a la parte meridional del Pirineo, dejan de ser ultrapirenaicos; con la pérdida del territorio se pierde el ideal, y como el reconquistador no se siente ya en España por no ser temibles los moros ni tener los cristianos idea concreta de la solidaridad de todos los españoles sino es por conquista de los unos por los otros, Aragón se consume en guerras estériles, terrestres y marítimas, lo mismo que Castilla.

La primera época comienza su periodo brillante con Alfonso el Batallador.

Casamiento de Alfonso el Batallador
con doña Urraca de Castilla

Cuando subió al trono el Batallador era soltero, y reinaba en Castilla Alfonso VI el que había ganado Toledo, nieto de don Sancho el Mayor, tío por consiguiente del aragonés, biznieto de este monarca. Las vicisitudes de la vida del rey de Castilla, mezcla de grandes alegrías y grandes desgracias, habían llegado a la familia también, y en las postrimerias de su vida se halló viejo, achacoso y sin más herederos que una hija de nombre Urraca, viuda de un extranjero llamado Ramón de Borgoña, y un nieto de su mismo nombre, hijo de estos cónyuges. El anciano rey castellano, a quien los almorávides habían inflingido las terribles derrotas de Zalaca y Uclés y que contemplaba la triste suerte de los musulmanes andaluces, sometidos al duro yugo de los incultos africanos, menos fanáticos que ansiosos de riqueza, veía con cierto espanto el porvenir porque no confiaba en su hija por su sexo y tal vez por sus costumbres deshonestas, ni amaba a su nieto, tal vez por no haberle dejado su padre buenos recuerdos. La situación del reino ante la proximidad de la muerte del rey preocupaba a los primates, los cuales, dada la menor edad del nieto, deseaban que doña Urraca contrajera nuevo matrimonio para tener rey cuando don Alfonso finara; propusiéronse que fuese su marido el conde don Gómez de Campdespina, dice la Estoria de Espanna que mando componer Alfonso el Sabio. <<porque era mayor et más poderoso que todos ellos>>, mas probablemente unos, los probos, para legitimar relaciones ilegítimas, los otros para tener un monarca sin autoridad y arruinar a Castilla. El anciano Alfonso VI no consintió en este matrimonio, antes tuvo gran enojo de que se lo propusieran y entabló negociaciones con Alfonso rey de Aragón para que consintiera en ser su yerno. Celebráronse las bodas y doña Urraca vino con su marido al reino de Aragó; en 1109 vacó el trono castellano y el aragonés marcho a Castilla a tomar posesión del reino de su mujer.

Hubiera sido este suceso fecundisimo en prosperidad para España si primeramente la reina hubiera sido una buena mujer, y si, además, los nobles castellanos no hubiesen antepuesto sus pasiones a su deber y su honor.

La pasión ha llenado de calumnias la memoria de este rey aragonés, rey de Castilla por su casamiento; todavía se reproduce la fábula de las hervencias de Avila inventada por el odio a un gran hombre español cuyo delito fué, como el de Fernando el Católico, no consentir los latrocinios de los poderosos. La citada Estoria de Espanna, que sigue en esto al arzobispo don Rodrigo, historiador diligente y casi contemporáneo, dice: <<I; et pues que el fué apoderado de la tierra, tovola en paç et guardola et deffendola muy bien de los moros et enderesço el regno de Castilla también como el suyo mismo >>.

Mas esto precisamente le hizo odioso; pues lo que los primates castellanos no querían era que la tierra fuese << enderesçada >>, es decir, mantenida en justicia y derecho.

La liviandad de la reina obligó a su marido a encerrarla en la fortaleza del Castellar, de donde huyó; pero hombres honrados de Castilla llevaron a mal esta conducta de doña Urraca y la tornaron a su marido; mas continuando ella en sus desenvolturas la condujo a Soria << et dexola y en lo suyo y quitose della >>, dice la Estoria.

También de esto << fueron muy sannudos et tovieronse muy ahontados por que el rey de Aragón dexara daquella guisa a la reyna su sennora >>, pero es más probable que la causa de la saña fuese porque << sobrepusiera los aragoneses en Castella >> seguramente por no fiar de la nobleza del país, más dada a la revuelta que a la paz, y más amiga de sus honores y provecho que del bien de Castilla y de España.

Porque ahontarse de que el rey de Aragón dejara su mujer y no ahontarse de que doña Urrca, una vez en su reino anduviera de nuevo en tratos con el conde don Goméz de Campdespina, del cual tuvo un hijo << en poridad mas no en tanta >>, es decir, tan en secreto, que no lo publicara con su conducta, casi de rey, el favorecido, indica esta tolerancia de los quejosos de la conducta del rey que no conocían el honor. No fué aquel noble el único que logró los favores de doña Urrca: según la misma Estoria << el Conde de Lara otrossi ganó entonces en posidad el amor de la reyna et fizo con ella lo que quiso>>. Muerto don Gómez, el de Lara, fiado en sus amores con doña Urraca y en la esperanza de casar con ella, ejerció de rey <<sin que nadie por ello sintiera saña ni onta>>.

Los condes de Barcelona anteriores a Ramón Berenguer IV

La independencia del condado de Barcelona la ganó Vifredo llamado el Velloso, hijo de Sunifredo, conde de Urgel y nieto de Aznar Galindo, primer conde de Aragón; por muerte de hermanos suyos agregó al de Barcelona los condados de Urgel y Cerdaña (año 894); llevó los límites de sus dominios hasta Montserrat, que dominó enteramente, y hasta la región montuosa donde nacen los ríos catalanes.

Vifredo murió el año 898, sucediéndole en el condado de Barcelona Vifredo Borrel, en los de Cerdaña, Conflent y Besalú su hijo Mirón, y en el de Urgel un tercer hijo llamado Sunifredo; en Barcelona sucedió a Vifredo Borrel su hermano Sunifredo, Sunyer, y al conde de Urgel de este nombre, un sobrino suyo, hijo del de Barcelona, que volvió a reunirlos.

Intervinieron los condes en las luchas civiles de los musulmanes, a cuya costa ampliaron sus dominios hacia el Sur y Oeste. Pero aquí, como en Aragón, la Reconquista no se afirma ni avanza hasta que muerto Almanzor se fracciona y pierde fuerza la España musulmana.

Al finalizar la décima centuria y comenzar la undécima gobernaba el condado de Barcelona Ramón Borrel, a quien sucedió su hijo Berenguer Ramón, cuyos gobiernos fueron en general pacíficos. Cataluña, situada en el extremo oriental de la Península e independiente, no se sentía atraída por los grandes sucesos militares y políticos que transformaban la vida de la España musulmana y por rechazo la de los cristianos: los reyezuelos de Lérida y Huesca, preocupados por el enemigo más próximo, el reino de Aragón, no atendían tampoco a éste más lejano.

Fué durante el gobierno de Ramón Berenguer I cuando, por sentir los efectos de la ruina del califato, se avivó el espiritu reconquistador de los condes barceloneses y cuando éston tendieron a unir bajo su soberanía todos los condados hoy catalanes.

La frontera del condado la llevó Ramón Berenguer hasta el término de Camarasa; acentuó también este conde la tendencia a la dominación de las tierras ultrapirenaicas, casándose primero con Isabel de Béziers y luego con Almodis de la Marche, y adquiriendo territorios en los condados de Carcasona y Razes en virtud de los derechos de su abuela Ermesindis.

Amargaron la vida de Ramón Berenguer I las discordias entre su segunda mujer Almodis y el hijo del primer matrimonio, tan violentas, que acabaron dando muerte el principe con sus propias manos a la mujer de su padre. Ramón Berenguer I compiló el código de los Usatges.

Expatriado a Tierra Santa el infeliz primogenito sucedieron al conde anterior dos hijos gemelos que tuvo con Almodis, Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II los cuales debían reinar juntos; pero el carácter opuesto de los hermanos turbó la paz y un día en una cacería se halló muerto el primero, atribuyéndose su muerte a un fratricidio.

Quedó solo Berenguer Ramón II que luchó con los moros, a los cuales quitó el campo de Tarragona, pero retado a batalla como asesino de su hermano fué vencido y huyo a Tierra Santa, donde murió. Le sucedió su sobrino Ramón Berenguer III, hijo del hermano asesinado, el cual ha pasado a la historia con el dictado del Grande, y cuyo largo gobierno transcurre contemporáneo de los reinados de Pedro I y Alfonso I de Aragón, 1097-1131.

Ramón Berenguer III unió al condado de Barcelona los de Besalú y Cerdaña; en combinación con los pisanos armó una escuadra contra las Baleares, la cual no parece haber tenido más fruto que el de disminuir la pirateria.

Intervino en el Mediodía de Francia, donde un usurpador le privó del señorío de Carcasona, y casó con doña Dulce de Provenza, cuyos derechos quiso hacer valer en contra de Alfonso Jordán, conde de Tolosa.

En la Reconquista se mostró Ramón Berenguer III tan activo como las circunstancias se lo permitieron: la permanencia de moros en Lérida y Tortosa era para su condado muy grave amenaza de intranquilidad e inestabilidad, porque ambas ciudades se comunicaban a través de la zona montañosa situada entre las dos a partir de la orilla izquierda del Ebro. Bien se probó esto cuando en 1114 Ben Alhach de Valencia entró en el Condado talando y saqueando el territorio desde Cervera a Barcelona. Afortunadamente, sorprendido el grueso del ejército en el Congost de Martorell fué derrotado y readquirido el botín, y para mayor suerte fueron también sorprendidos los principales caudillos moros que por ahorrar camino se metieron por los montes y allí fueron muertos.

Tal era la situación de Barcelona al advenimiento al trono de Aragón del primero de los alfonsos de este Reino, y después de verse libre dicho monarca de los cuidados de Castilla.

Especial mención merecen por lo que luego sobrevino los condados de Urgel, Pallás y Ribagorza.

Los tres se interponían como cuña o Estados barreras entre el reino de Aragón y el condado barcelones. Geográficamente, si por comarca natural se entiende el valle y por región natural el conglomerado de comarcas unidas por caminos naturales, los tres condados formaban una unidad con Sobrarbe, donde nace el Cinca, y con Huesca, cuyos ríos concurren al Segre, por mediación del Cinca. El centro de todas las comunicaciones era, como lo es actualmente Lérida, capital o centro del antiguo país ilergete, que se extendía por el Norte hasta los valles del Esera, del Isábena, los dos Nogueras y el Segre, por el Sur hasta el Ebro y por el Oeste confundía sus límites con Huesca, mientras por el Este se detenía en la sierra de Cadí y cuando más alcanzaba las altiplanicies de Tárrega y Calaf.

Lérida estaba llamada a ser una conquista de Urgel: si los núcleos cristianos se hubieran organizado según la tradición y conforme a la geografía. Lérida, como en los tiempos ibéricos con Indívil y en los musulmanes con los Beni Hud y los Tochibíes, habría constituído un reino independiente, intermedio de Aragón que debía formar a su vez otro con Navarra y Sobrarbe, y el condado de Barcelona, cuyo territorio debían ser las tres redes fluviales, la del Oeste del Gállego, la del Este, y la de esos ríos mediterráneos forman regiones naturales y, por tanto, políticas.

Pero si las circunstancias impusieron la formación de esos núcleos, la debilidad de los más y las tradiciones más antiguas impusieron también que Ribagorza, Pallás y Urgel se inclinaran hacia los reyes de Aragón, dueños de los territorios más afines por la tradición y la historia. En el reinado de Alfonso el Batallador, como en el de su hermano y su padre, Pallás y Urgel reconocían la supremacía de los reyes de Aragón; si bien los últimos, en virtud de su independencia política dentro de aquel reconocimiento y como afirmación de la misma, mantuvieron relaciones con los condes de Barcelona.

Las conquistas de Alfonso el Batallador

Aunque los cristianos dominaban toda la tierra de la cuenca del Gállego, situada en la orilla izquierda de este río, y toda la del Aragón en ambas orillas, no tocaban aún en el Ebro por debajo de la Rioja; la extensa comarca de Cinco Villas la contemplaban desde las fortalezas que poseían en la orla montañosa que la circunda, mas el llano era todavía de musulmanes; sus villas principales, Egea de los Caballeros, la ibérica Segia y Tauste no eran suyas, y conquistarlas era de toda precisión si se queria ganar Zaragoza y cruzar el Ebro aguas arriba de esta ciudad.

Contra estas villas dirigió Alfonso sus armas, tomándolas en 1110, más que por asedios por batalla campal que dió al rey moro de Zaragoza entre Valtierra y Arguedas, en territorio de Tudela, pero aun en la izquierda del Ebro.

Ganadas esas villas, las tropas cristianas avanzaron hasta el Castellar, en la misma orilla del Ebro y a la vista de los muros de Zaragoza y comenzó el bloqueo de esta ciudad.

La noticia de éste conmovió la antigua nacionalidad pirenaica de aquende y allende los los Pirineos, sobre todo la de allende, que recordaba el prestigio de la Zaragoza romana. Vinieron a servir al rey de Aragón en esta empresa, no como cruzados, sino como vasallos, Gastón señor de Bearn; Rotrón, conde de Alperche; Centullo, conde de Bigorra, el conde de Comenge, el vizconde de Gabarret, el obispo de Lescar, Auger de Miramón; Arnaldo, vizconde de Lavedan, que llegó a ser conde de Pallás, y otros muchos caballeros de Bearne y Gascuña. Estando en el sitio o bloqueo de Zaragoza ganó el conde de Alperche la ciudad de Tudela a los moros, con lo cual se aseguró el paso del Ebro y fué posible acercarse a los muros de la ciudad por la orilla derecha.

No permaneció ocioso el Batallador delante de Zaragoza, sino que, para evitar que la ciudad recibiese socorros, hizo incursiones a tierra de Fraga y Lérida.

Atraído por la fama de que empezaba a gozar el aragonés, vino a Barbastro el conde de Tolosa por el mes de mayo de 1116, y le prestó vasallaje no sólo por este condado, sino por el de Rodez y la ciudad de Narbona con su territorio, los condados de Beses y agades, Cahors, Albi, Carcasona y el honor de Foix, perteneciente a los condes de Tolosa. Toda la Galia gótica entró así a formar parte de los Estados de Aragón.

Llegado el año 1116, Alfonso preparó las operaciones definitivas del asedio de Zaragoza y reunió un fuerte ejército de sus vasallos de ambas vertientes del Pirineo en Ayerbe, punto de convergencia de la gran vía romana de Somport y de la que a través de Cinco Villas entraba en Navarra.

Habían entrado en España los almorávides, los cuales comprendiendo que la caida de Zaragoza sería para los musulmanes de España un golpe tan terrible como la de Toledo, que así como la perdida de ésta presuponía la de Córdoba y Sevilla, la de Zaragoza anunciaba la de Valencia, enviaron dos ejércitos uno tras otro; pero el primero dícese que no se atrevió a reñir batalla con el ejército aragonés y se limitó a fortificar María, un lugar en las orillas de la Huerba a 16 km. de la ciudad: el segundo, más numeroso, vióse sorprendido cuando avanzaba desde Valencia por el ejército aragonés mandado en persona por Alfonso, y fué vencido; desesperados los moros zaragozanos se rindieron en 18 de diciembre de 1118.

El rey dió la ciudad en honor a Gastón, conde de Bearn, y también fué heredado en ella el conde de Alperche.

Ganada Zaragoza, subió Alfonso por las orillas del Jalón, conquistando cuantas poblaciones había en sus orillas y luego remontó el Jiloca llegando hasta sus fuentes en Monreal, donde puso a modo de guarnición una especie de orden de caballeria. Avanzando más hacia el interior ganó Medinacelli y Molina.

Pero la empresa en que Alfonso había puesto todo su empeño, una vez ganada Zaragoza, era la conquista de Lérida: sobre esta parte llevó sus fuerzas y su empuje; pero a este propósito se opuso Ramón Berenguer III, que también ambicionaba la ciudad.

El conde catalán no pretendía, sin embargo, ganarla por fuerza, sino por entrega voluntaria, y entró en tratos con el reyezuelo Abifilel, que se daba el título de Alhachib. Enterado Alfonso de estos tratos puso sitio a Lérida y habiendo acudido a defenderla Ramón Berenguer III diéronse batalla en Corbins: la suerte de las armas no fué al parecer favorable a los catalanes; sin embargo, Alfonso, que meditaba la realización de otra gran empresa de distinto carácter, aceptó la mediación de prelados y personas notables y renunció al sitio de Lérida por entonces, pero seguro y cierto de que por parte del catalán no se tentaría nada contra ella: por esta certidumbre se corrió Cinca abajo, ganando Fraga y Mequinenza.

La gran empresa meditada por el Batallador era ir en socorro de los mozárabes andaluces tiranizados por los almorávides. Según los historiadores árabes conocidos por el arabista Dozy, Alfonso salió de Zaragoza y llegó a Valencia, cuyos campos saqueó y taló, reuniéndosele ya allí muchos mozárabes; de Valencia fué por Alcira a Denia; de aquí a Játiba, Murcia, Vera, Almanzora y Baza: más de un mes permaneció acampado delante de Guadix, adonde acudieron muchos mozárabes y desde donde amenazó Granada, con un ejército que los historiadores árabes hacen subir a 50.000 hombres.

No siendo su propósito conquistar tierras tan apartadas, sino recoger hombres y botín, cruzó las Alpujarras y llegó a Vélez-Málaga, donde dicen que pescó dentro del mar los peces de su comida. A su regreso por el mismo camino saliéronle al encuentro fuerzas combinadas de musulmanes de Córdoba y Granada y en un lugar llamado Arinzol se dió una fuerte batalla en la que el aragonés quedó vencedor. Acompañado de multitud de mozárabes llegó a su reino después de haber atravesado toda españa musulmana.

Los negocios del Sur de Francia le distrajeron de esta política reconquistadora; su acción abarcaba desde Gascuña a Tolosa y el valle de Arán, y sitiando Bayona en la primera de estas regiones hizo su testamento; mas tanto como esto le impedía probablemente guerrear contra los moros su compromiso con R. Berenguer III de Barcelona.

Es muy posible que no sea casual que, muerto éste en 1131, Alfonso volviese a reconquistar las plazas de Fraga y Mequinenza recuperadas por los moros durante su ausencia, y, por tanto, que Lérida volviera a estar amenazada.

Pero esta ciudad entraba por lo visto en los designios de la Providencia que no cayera en su poder: en compensación le fué permitido ser el primer monarca cristiano que acampó en la vega de Granada y pudo ver la Calahorra o fortaleza que la dinastía de los Beni Alahmar construyó en la Alhambra.

Los musulmanes de Valencia defendían Lérida como la puerta de su reino : aunque Aragón hubiese llegado al Alfambra y al Turia, érale muy peligroso descender a la plana de Valencia, teniendo todo su flanco izquierdo desde Lérida a Sagunto ocupado de enemigos. Por añadidura, Alfonso dió al rey moro de Zaragoza, que le entregó la ciudad y para su residencia, seguramente mientras viviera, el castillo de Rueda, hoy Escatrón, junto al Ebro, con una extensa zona hacia el Sur que llegaba a los términos de Caspe y Alcañiz, colindantes con los de Valderrobres, Aliaga y Morella, plazas fortísimas en terreno muy aspero, muy defíciles de conquistar y muy aptas para sostener una larga guerra; por esa zona comunicábanse impunemente y sobre seguro los moros de Lérida con los de Tortosa y Valencia, y a la defensa de la misma estaban consagrados los valencianos considerándola el antemural de su tierra.

Ante la noticia de que el rey de Aragón volvía a sus acometidas contra el país leridano, el gobernador musulmán de Valencia y Murcia preparó un fuerte ejército, el cual hizo marchar sobre Fraga escalonando y guardando entre sí cada cuerpo muy corta distancia; Alfonso, que ignoraba el número de enemigos que venía contra él y pensaba habérselas solamente con los moros de la tierra, no se previno y sorprendido por fuerzas en mucho superiores a las suyas fué retirándose combatiendo, pero herido; al cabo de algunos días murió de sus heridas, por el mes de septiembre de 1134.

Fué Alfonso uno de los mayores reyes de España en la Edad Media: si doña Urraca hubiese sido una mujer honesta y los nobles de Castilla no se hubieran dejado arrastras por su egoísmo y su patriotismo chico, Alfonso, al reunir las fuerzas de los dos reinos de Castilla y Aragón, hubiera seguramente adelantado la Reconquista tal vez algunos siglos.

Fué muy religioso y muy moral; no dejó bastardos ni tuvo amigas; restauró iglesias y monasterios y es muy probable que el cuartel del escudo de Aragón, una cruz blanca en campo azul, lo adoptará él, dando así a la Reconquista un carácter religioso superior al de recuperación del territorio que antes había tenido.

En Armonia con esta religiosidad hizo su testamento, por el cual dejaba sus reinos a las Ordenes militares del Temple y del Hospital de San Juan de Jerusalén. Nadie intentó siquiera defender esta disposición extraña para todos e incomprensibles para quien no sintiera la religión como Alfonso y no tuviera de la guerra con los moros el concepto que el tenía.

Y por rechazarla todos sobrevino a su muerte un período de gran confusión motivada por los diversos pretendientes. En Jaca fué proclamado el infante don Ramiro, hijo de Sancho Ramírez, hermano de don Pedro y don Alfonso, aunque monje y hasta obispo electo de Roda; en Monzón, cuyo castillo tenía en honor Garcí Ramírez, descendiente del rey don Garcia de Navarra, primogénito de don Sancho el Mayor; y en Borja, cuyo castillo tenía en honor don Pedro Teresa, emparentado con los últimos reyes por línea bastarda, se juntaron partidarios de uno y otro, dando motivo estas reuniones a la leyenda de cortes en dichas localidades.

Los dos últimos candidatos fueron pospuestos por el país al infante, que fué recibido unánimamente; el de atarés se sometió voluntariamente y muy pronto; no así el Garcí Ramírez, que promovió algunas revueltas y al fin consiguió ser proclamado por los navarros. La confusión no habría sido tan grande ni traido como consecuencia la separación de Navarra si no se hubiera ingerido en el asunto de la sucesión Alfonso VII de Castilla, alegando derechos de herencia de menor valía que los que podían alegar don Ramiro y el navarro.

El caso es que el hijo del de Borgoña y doña Urraca entró en Aragón con un fuerte ejército y llegó hasta Zaragoza, y una vez en ella se tituló rey de la misma.

Ocurrió entonces un hecho al cual los historiadores españoles no han concedido la importancia que tiene: a la ciudad de Zaragoza vinieron, cuando estaba en ella el castellano, el arzobispo de Tarragona, San Olegario, hombre de confianza de R. Berenguer IV; Guido, obispo lascurrensis; Alfonso Jordán, conde de Tolosa y de San Gil; Bernardo, conde de Cominges, y Armengol, conde de Urgel; éste en documentos privativos de su condado se titula marqués de Zaragoza y en documentos de esta ciudad señor de la misma.

Inmediatamente después don Ramiro, no obstante su condición eclesiástica, contrajo matrimonio con una sobrina carnal del conde de Tolosa, hija de una hermana suya.

Y después, sin que nada lo justifique aparentemente, ni aparentemente le obligue, el hijo de doña Urraca abandona la ciudad y las negociaciones entabladas para casar su primogénito con la hija recién nacida de don Ramiro y doña Inés. Pasan tres años de gran oscuridad histórica y en 1137 el rey monje abdica y entrega su hija y su reino al conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. Alfonso VII se conformó con seguir poniendo en el pie de sus diplomas que reinaba en Zaragoza, con que al coronarse los reyes de Castilla el primogénito de Aragón estuviera presente sosteniendo el bastón o espada, pero todo nominal, todo ceremonia; efectivo nada.

La crónica de Alfonso VII, escrita en panegírico y por franceses, llena de mentiras más que de errores, dice que aquellos personajes vinieron a Zaragoza a rendir homenajes al patrocinador de Diego Gelmírez, pero los hechos contradicen esta noticia.

Lo verosímil y lo cierto es que los del Mediodía de Francia y los catalanes así de Urgel como de Barcelona, noticiosos de la venida de Alfonso VII y de su entrada en Zaragoza, vinieron aquí para salvar la ciudad, que equivalía a salvar la nacionalidad pirenaica; no por guerra, sino por pactos, fué convencido el de Castilla de que debía hacerlo y lo hizo, pero causando el daño de alentar las ambiciones de Garci Ramírez y el instinto de los vascones de vivir aislados, condenándose a recluimiento, separando Navarra de Aragón.

El alma de aquella especie de conjura fué Ramón Berenguer IV y el incitador más fuerte Armengol, conde de Urgel, movidos los dos por el riesgo de perder Lérida; ésta era la clave de su política; el dueño de Zaragoza lo había de ser por fatalidad geográfica de aquella ciudad; se ofrecía ocasión de anular las discordias que habían dado vida al reino musulmán del Segre y era menester no perderla. Si el rey de Castilla se apoderaba de Zaragoza, Lérida sería también castellana, el de Urgel quedaría encerrado en sus montañas y el de Barcelona no lograría ver el Ebro en Tortosa, porque los reyes de Aragón habían mostrado aspirar al dominio total del río en cuestión, y Alfonso VII no había de abdicar de esos títulos históricos y geográficos.

La Campana de Huesca

El único hecho notable del reinado de don Ramiro II el Monje, fuera de éste de la sucesión, es el de la campana de Huesca. Esta leyenda es de rechazar tal como se cuenta: don Ramiro no era el hombre apocado, irresoluto e inepto que la fábula describe: más bien demostró, resistiendo al castellano y dejándose llevar de los que le aconsejaron, ser hombre de energía y de talento político.

No puede el historiador negar con rotundidad que en Huesca hubo matanza de nobles en 1134; mas esto ha de relacionarse con los bandos de los pretendientes al trono: sábese que hubo revueltas armadas y una especie de guerra civil por la parte de Cinco Villas; a los castigos que don Ramiro impusiera a esos rebeldes prisioneros debe aludir la noticia; la leyenda la creó el monje anónimo autor de la Cronica de San Juan de la Peña, presentándola como enseñanza al rey Alfonso III en las postrimerias del siglo XIII.

Extraido de: La Edad Media en la Corona de Aragón de Andrés Giménez Soler. Editorial Labor, S.A., Madrid. 1930



Índice

El país La población

PARTE PRIMERA

Límites de la Edad Media.
Antecedentes de la invasión musulmana.
Ruina de la monarquia goda. Batalla del Guadalete.

Las causas de la ruina del Reino godo. Las costumbres.
El estado social.
El ejército.
La decadencia de las ciudades.

La conquista musulmana y su carácter
Las expediciones musulmanas a la Galia gótica
Las tierras de la Corona de Aragón bajo el poder musulmán
La pretendida influencia musulmana
La Reconquista

Sus origenes

Constitución de los núcleos cristianos del Pirineo. Su historia hasta su independencia.
Condado de Aragón

Ribagorza
Urgel, Cerdaña, Marca hispánica

Proceso de la Reconquista
Navarra y Sobrarbe

Alfonso I el Batallador
Casamiento de Alfonso el Batallador con doña Urraca de Castilla
Los condes de Barcelona anteriores a Ramón Berenguer IV
Las conquistas de Alfonso el Batallador
La Campana de Huesca

Ramón Berenguer IV y sus dos inmediatos sucesores
Reinado de don Jaime I el Conquistador
El hombre
Los primeros años del reinado
Adquisiciones territoriales a expensas de los moros
El Tratado de Almizra
La cruzada a Tierra Santa
El tratado de Corbeil
La política peninsular e interior
La expansión marítima aragonesa

El siglo XIV
Reinado de Jaime II
El hombre
España según Jaime II
La Reconquista, idea nacional de Jaime II
La empresa de Tarifa
Ruptura entre Jaime II y Sancho IV de Castilla
La cuestión de Murcia
Relaciones con Marruecos
Nuevamente la Reconquista. Negociaciones que precedieron al sitio de Almería.
El sitio de Almeria.
Política peninsular de Jaime II.
Incorporación de Córcega y Cerdeña a la Corona de Aragón.
Extinción de la Orden del Temple.
Expedición de los almogávares a Oriente.

Los cuatro reyes sucesores de Jaime II en el siglo XIV.
La Reconquista.
Reintegración de las Baleares a la Corona de Aragón.
El problema de Cerdeña.

La política peninsular de Aragón en los cuatro reinados del siglo XIV.
Causas de la guerra entre Aragón y Castilla.
Guerra entre Castilla y Aragón.

El siglo XV.
Compromiso de Caspe.
Política peninsular de Aragón.
Cuestiones interiores de Aragón, Cataluña y el principe de Viana.
Expansión aragonesa por el Mediterraneo.

Relaciones de Aragón con Francia en el siglo XV.
El cisma de Occidente.
Retrato de Benedicto XIII.
El problema de la frontera catalana.

Reinado de Fernando el Católico. Fin de la Edad Media.
El hombre.
La unidad nacional. Los pretendientes de Isabel la Católica.
Cómo fué la unión de los reinos.
El fin de la Reconquista. Conquista de Granada.

Descubrimiento de América.
Política mediterránea de Fernando el Católico.
Conquista de Nápoles.
Conquita de Berbería.

Política internacional de Fernando el Católico.
Política de unidad Peninsular.
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PARTE SEGUNDA

Las Instituciones

El Estado medieval.
Carácter social de la Edad Media.
Orígenes de la Edad Media.
El Rey y la realeza en Aragón durante la Edad Media.
Lugarteniente y gobernador.
Los nobles.
Origen y evolución de los señorios.
Municipios.
Evolución de los municipios.
El capitalismo, causa de la decadencia municipal
Organización interna de los municipios
Judíos y moros
Los vasallos y hombres de condición.
La servidumbre de la gleba : remensas.
Administración de justicia.
La curia real y el Justicia de Aragón.
Jurisdición de judíos y moros.
Estado de la Administración de justicia y responsabilidad judicial.
Las Cortes.
Las Diputaciones.
La concepción medieval del Estado.
La Legislación.

La vida material.
División del territorio.
Juntas y veguerías.
Defensa del territorio.
Los domicilios.
Explotación del territorio.
Comunicaciones.
Industria y comercio.
Las monedas.

La vida espiritual
La Religión
Organización eclesiástica
Monasterios y órdenes religiosas
La Beneficiencia
La vida intelectual
Las Lenguas habladas en la Corona de Aragón
La enseñanza
La Vida Artística
Arquitectura religiosa
La pintura, la escultura y el azulejo

Conclusión
Bibliografía
Indice alfabético

Ilustraciones

Mapa I: Mapa físico de la región íbero-mediterranea (101 Kb)
Mapa II: Conquistas de la Corona de Aragón (447 Kb)
Mapa III: El mediodia de Francia en tiempos de Pedro II (119 Kb)
Mapa IV: Expansión catalano-aragonesa por el Mediterraneo (107 Kb)

Moneda de Juan (Ioanes) II



Conceptos en orden alfabético sobre Aragón

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