La Edad Media en la Corona de Aragón Historia de Aragón.

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El Siglo XV

Cúmplese también al comenzar éste esa especie de ley que dice: a siglo nuevo vida nueva. El xv se parece al xiv, pero es distinto y otro en muchos aspectos. La marcha hacia la unidad española da un nuevo avance cuando comienza y al terminar está realizada. Toda la actividad política de los cuatro reyes que llenan el período, Fernando, Alfonso, Juan y otro Fernando, se dirige a encauzar su pueblo hacia Castilla con fines que no concretan ni fijan, pero que tienden a que los dos se compenetren y los dos decidan a terminar aquel estado de cosas mediante la unión.

Los cuatro monarcas fueron a su modo grandes reyes: Fernando I, como jefe de la nueva dinastía y su fundador, fué el más anodino: contribuyo a que no desarrollara sus dotes, si las poseía, la situación revuelta del país política y religiosamente y su mal estado de salud: su reinado fué muy breve. No dejó ni bueno ni mal recuerdo de su paso por el mundo, pero más bien bueno que malo. Fué hombre serio, respetuoso con las leyes y costumbres de sus súbditos, a pesar de no ser las suyas por su origen castellano, y aunque padeció como sus dos hijos Alfonso y Juan y aun su nieto Fernando de castellanismo, es decir, de considerarse desterrado en Aragón, como si no hubiera venido de su voluntad y haciendo grandes esfuerzos por venir, en él es más perdonable que en sus sucesores: tenía ya unos 32 años cuando lo eligieron en Caspe; vino casado y con varios hijos, con afectos formados a la tierra y a las personas, y a su edad ya no es fácil desprenderse de sentimientos para sustituirlos por otros.

Su hijo Alfonso V fué menos serio que su padre: mucho más ligero y más amigo de aventuras de lo que convenía a un rey prudente. Su característica es la vanidad: ésta le metió en guerras con Castilla y le llevó a la Italia continental: ella informa todo su reinado.

No un ignorante, pero sí mucho menos sabio de lo que aparentó y muchísimo menos de como lo presentan historiadores asalariados, se dió cuenta del tiempo en que vivía, el principio del Renacimiento, de las aficciones de la intelectualidad de entonces y halagó a los renacentistas, haciendo creer que él formaba en sus filas para protegerlos, y como uno de tantos.

Casó con doña María de Castilla, señora de mucho carácter y gran moralidad, superior en todo a su sobrina Isabel del Castilla.

Doña María fué estéril: hija de Enrique III, a quien la historia llama el Doliente, heredó de su padre la energía y las enfermedades, y aunque llegó a edad en cierto modo avanzada, toda su vida padeció de males crónicos que la incapacitaban para la concepción y la vida conyugal.

No hay datos que permitan afirmar que Alfonso emprendiera la conquista de Nápoles por huir de ella, ni de que permaneciera en esta ciudad veinticuatro años sin visitar sus reinos y allí muriera por no vivir con su mujer; este abandono de su patria y de su familia es más verosímil que obedeció al temor de que cuanto había fundado en Nápoles se derrumbara con estrépito en cuanto él saliera y a su acomodamiento al ambiente napolitano más tibio que el de sus Estados.

Juan II fué un hombre de energía estraordinaria, el que más pensó en la unidad y en reinar en Castilla; sus dotes personales le hacían digno de gobernar el reino de sus mayores entregado a su primo de su mismo nombre y de igual numeral que él en su reino respectivo; Juan II de Aragón, nacido en Castilla, merecía en su patria mucho más de lo que ésta hizo por él.

Fernando el Católico es uno de los grandes reyes de España; continuando la política de su padre y más propiamente secundando la acción de éste, casó con la infante de Castilla doña Isabel y este matrimonio unió las dos coronas.

Fué don Fernando magnánimo y prudente, justiciero y generoso, gran político y gran diplomático; a pesar de su abolengo castellano - sólo su bisabuela era en ambas líneas de origen aragonés - en Castilla lo vieron por extranjero y como a tal lo miraron con recelo, con miedo de que Castilla fuese absorvida por el reino propio de Fernando; por afecto más que por política éste se sintió siempre más castellano que aragonés, con la idea siempre de la unidad nacional, por ver mayor peligro para ésta en la tendencia castellana que en la aragonesa.

Su austeridad y honradez, su escasísima afición al boato, su desprecio a los aduladores, le distanciaron de los nobles, de muchos eclesiásticos y sobre todo de los literatos de oficio que vivían de adular a los poderosos, y Fernando fué objeto de diatribas y censuras que repercutieron en el pueblo y han pasado a la posteridad, presentandolo como un maniquí de su mujer, a la cual se atribuye cuanto bueno se hizo en su tiempo, no obstante decir ella misma que todo procedía del marido.

Extraido de: La Edad Media en la Corona de Aragón de Andrés Giménez Soler. Editorial Labor, S.A., Madrid. 1930