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La cultura medieval es toda eclesiástica y religiosa, tanto por su materia como por la condición de sus cultivadores: en la época goda lucieron ilustres prelados en las diócesis de la España citerior, contemporáneos de los Eugenios de Toledo y de San Isidoro de Sevilla, colaboradores de éste en la gran obra enciclopédica de << Las Etimologías>>, que tanta influencia ejerció en los tiempos subsiguientes. La copia de códices se desarrolló principalmente en Cataluña, En Ripoll y Vich por su situación en la gran vía más occidental de la península y por tanto la de mayor contacto con Italia.
El gran representante de la cultura medieval es el mallorquín Ramón Lull, que aunque natural de las islas pertenece propiamente a la historia universal por lo extenso de su saber y la profundidad de sus ideas y el atrevimiento de sus concepciones. Escritor de filosofía aplicada al Derecho y a la vida social fué Fray Francesch Eximenis; gran publicista fué también el Gran Mestre del Hospital don Juan Fernández de Heredia; en otro orden de ideas brilló el médico Arnaldo de Vilanova.
Como cultivadores de la historia deben citarse el autor ignorado de la crónica que corre con el nombre de don Jaime el Conquistador, que quizá sea el obispo de Huesca Jaime Sarroca; Pedro Marsilio, autor de una crónica latina; Bernardo Desclot y Ramón Montaner, todos ellos del siglo XIII, entre los cuales sobresale Desclot, cuyo estilo no desdice del de los clásicos por su vigor y concisión, ganándoles en amor a la verdad; todos éstos escribieron en lengua catalana y fueron catalanes.
en Aragón la historiografía es muy pobre; sólo hay una crónica, la de San Juan de la Peña, escrita probablemente a principios del siglo XIV.
Los historiadores posteriores a Bernardo Desclot, que escribio la crónica de Pedro IV, no merecen fe alguna, Pere Tomic inventó a su antojo; Boades es muy vesosímilmente el sedónimo con que encubrió una falsificación histórica un escritor del siglo XVII, casi seguramente el mismo que redactó la << Scriptura privada>> o << La fi del Comte d'Urgell >>, especie de novela grotes y absurda.
De la cultura en general de la Corona de Aragón puede afirmarse en resumen que fué la de su tiempo, que de vez en cuando surgen hombres que descuellan y son famosos, pero no hay en ella nada de sobresaliente ni excelso.
Si la Península está dividida en tres zonas lingüisticas: la catalano-provenzal al Este, la galaico-portuguesa al occidente y la gasco-castellana en el centro; las partes confinantes con una y otra zona deben hablar una mezcla de las dos, con las cuales limitan.
Aunque los filólogos no reconozcan este hecho, el hecho es cierto, y mediante él se explican las tonalidades que diferencian las hablas peninsulares.
Puede afirmarse y probarse documentalmente que el portugués, el castellano y el catalán en 1302, cuando se juntaron en Agreda y Tarazona los reyes de los tres reinos, se diferenciaban menos que hoy; puede afirmarse que Alfonso el Batallador y Ramón Berenguer III hablaron y se entendieron despues de lo de Corbins; la lengua de cada uno procedía de la misma fuente y no se diferenciaba en el léxico, sino en la pronunciación; tampoco había diferencias esenciales en la sintaxis; documentos latino-catalanes de entonces pueden traducirse palabra por palabra al aragonés y otros del Batallador al catalán sin alterar una palabra. Si en Ribagorza se nota gran influencia de la fonética oriental, en Lérida se nota de la occidental; ahí están superpuestas las dos, y como los colores, han dado uno intermedio. Jaca, Huesca, Ainsa y Barbastro parécense más a los dialectos del Pirineo que al castellano de la Celtiberia; la lengua de Zaragoza es por su fonética tanto catalana como castellana y por su léxico más lo primero que lo segundo; en Pamplona, Tudela, Tarazona, Calatayud, Teruel y Albarracín háblase con fonética francamente castellana como en Burgos, Segovia, Soria y Cuenca; la unidad geográfica impone la de idioma, así como esa misma unidad impuso la otra desde el Rosellón a la Contestania sin rebasar las sierras-borde de la meseta.
¿Cuando comenzaron a ser hablados los romances? He aquí un problema insoluble en cuya solución están empeñados los filólogos que aún creen los idiomas una especie de seres vivos que nacen y por consiguiente se desarrollan y mueren. El empeño de ver así en el castellano como en catalán una corrupción del latín, idioma de los conquistadores, es la causa del problema. Una lengua puede desaparecer cuando su pueblo es de muy baja cultura y se pone en contacto con otra propia de un pueblo de civilización más alta; si además el elemento humano indígena es poco y se somete a una semiesclavitud, la desaparición de la lengua de éste y su reemplazo por la del dominador, son hechos posibles y aun fatales.
Pero si el pueblo dominado es tan culto como el dominador y más numeroso y libre, aunque sea relativamente, las lenguas se mezclan y se modifican ambas y se funden, pero predominando siempre la indígena.
Este es el caso del ibero respecto del latín: eran los españoles tan cultos como los romanos, quizá más, y vivieron libres; los soldados de las legiones habían salido del bajo pueblo, que no hablaba como Cicerón o César, sino dialectos itálicos, afines del ibero, como lenguas mediterráneas que eran aquéllos y éste. Los españoles que se afiliaron a la oligarquía del Estado aceptaron el latín clásico para sus libros y sus inscripciones, pero el pueblo siguió hablando su lengua, su ibero modificado tanto por la influencia latina como por propio desgaste. San Isidoro declara que ciertas voces clásicas tienen una equivalencia en vulgar, y cuando las cita da la circunstancia de ser voces de las que llamamos hoy españolas.
En tiempo de San Isidoro se sabe, por tanto, que el pueblo no hablaba latín, y aunque se conoce poco de ese modo de hablar, lo que se conoce revela ser ya castellano. Mas como los datos de este tiempo son pocos y los de los anteriores menos aún, por un raciocinio muy frecuente, pero falso, colócase el momento de nacer el idioma en el momento de conocerlo; porque ahora se ven abundantes las voces castellanas, ahora se dice que nace el castellano; de igual manera se afirma respecto del catalán.
El latín gozó de dos privilegios que lo perpetuaron como lengua escrita: el ser la lengua de los romanos, la de los conquistadores y la de la capital del Imperio; el haberla adoptado la Iglesia; el mismo fenómeno que hoy se da de rechazar los llamados vulgarismos, se dió entonces; túvose el habla popular por bárbara y malsonante y no se escribió; por otra parte las dificultades de la escritura, la escasez de materia escriptoria, el poco número de los que sabían leer y la confianza en la simple palabra eran obstáculos a la conservación de la lengua popular.
Pero vino una época en que estas dificultades se mitigaron, la escritura se propagó y los documentos se hicieron frecuentes y surgieron dos causas de que apareciese el idioma del pueblo: una el desconocimiento del vocabulario clásico equivalente al del vulgo; otra el deseo de los contratantes de entender lo que el documento decía.
Por la primera aparecieron esas voces que forman el glossarium infi nae et mediae latinitatis, por la segunda esas bárbaras construcciones gramaticales incomprensibles en un clérigo por mal que hubiera aprendido latín.
Es imposible desconocer ni negar la causa primera; en cuanto a la segunda, la monstruosidad sintáctica de ciertos documentos particulares sólo tiene explicación en aquella causa: un comprador y un vendedor acuden a un notario a finalizar un contrato; el notario redacta la escritura en el mejor latín que sabe, pero ni el comprador ni el vendedor lo entienden; más claro, le dicen, y el notario modifica la redacción; más claro, vuelven a decirle, y repugnándole con repugnancia invencible escribir en vulgar, transige deformando el latín, en la confianza de que no a él, sino a los otros achacarán la deformación.
Cuándo, pues, empezaron a ser hablados los romances es cuestión muy distinta de esta otra: cuándo empezaron a ser escritos los romances. La primera es insoluble; la transformación que les dió vida comenzó con la primera sociedad española que habitó en España; por propio desgaste y por contacto con otros idiomas se fué modificando y sólo al cabo de muy largo plazo, un larguísimo plazo, se separó del tronco primitivo por la fonética y por el léxico; la descendencia del habla del siglo XIII de la del siglo primero, aunque la historia no la compruebe, la razón la establece y afirma.
La segunda es más sencilla: algún documento del siglo XII aparece ya escrito en vulgar; en el siglo XIII se hace constante; la tradición se impone, sin embargo, en Cataluña, donde los documentos oficiales procedentes de la cancilleria real se escribieron en latín hasta el siglo XVI.
En todas las poblaciones de algún vecindario había escuelas de artes, donde se enseñaba a leer, escribir y la lengua latina, como conocimientos previos para entrar en una escuela de filosofía y teología, en una catedral o un monasterio.
A mediados del siglo XII se fundaron algunas universidades europeas, Bolonia y París, y a su imagen y con su modelo fuéronse fundando otras en distintos países. El espíritu de universalidad característico de la Edad Media que no veía motivo para rechazar el saber por que se hubiera adquirido fuera del territorio de un Estado, atrajo gran número de estudiantes extranjeros a esas universidades de fuera de España; los de la Corona de Aragón sintieron preferencias por la de París y Montpeller.
En 1300 unas Cortes aragonesas reunidas en Zaragoza acordaron a propuesta de Jaime II la creación de una Universidad en Lérida, para la cual concedió el Sumo Pontífice las gracias de que disfrutaba la de Tolosa.
Indudablemente movió a los aragoneses y al rey a la fundación el deseo de apartar los estudiantes de acá de las influencias francesas, una vez consumada la separación definitiva de aquellas tierras meridionales de Francia de estas cispirenaicas españolas. Eligieron Lérida como punto el más céntrico en los tres Estados, prescindiendo de la división hecha por don Jaime I y no comprendiendo el nacionalismo que más tarde había de surgir a consecuencia de aquel infausto hecho de aquel nefasto rey.
Esta Universidad fué organizada sobre el modelo de la de Bolonia. Más tarde Pedro IV fundó el estudio de Perpiñán, enfrente del de Montpeller.
No obstante estas creaciones y no obstante su vida próspera, las universidades de fuera de la Corona de Aragón continuaron siendo muy frecuentadas.
La compleja vida civil de los romanos desapareció del todo con la destrucción del Imperio: todos aquellos edificios de teatros, circos, foros en donde se desarrollaba la vida exterior de los conquistadores del mundo, carecieron ya de finalidad al cambiar las costumbres; las guerras y los desastres y las necesidades ciudadanas los dejaron destruirse y los hombres completaron su ruina a fin de aprovecahar sus materiales.
A una nueva vida correspondía una nueva manifestación artística y sobre todo en la arquitectura, que como ninguno se adapta a la realidad y es por esto a la vez que arte bello, arte útil.
En la arquitectura civil, entendiendo por civil no lo público laico en relación con las ceremonias o servicios oficiales, sino el aspecto externo de los domicilios y su distribución en calles y agrupamientos de casas, la alta Edad Media es una continuación de la época romana; las necesidades humanas así privadas, familiares, como colectivas no varían.
En primer lugar las ciudades y villas se ven obligadas a encerrarse dentro de muros altos y fortísimos, en los cuales se abren puertas defendidas por altas torres y matacanes en su parte superior. El Muro se presenta descubierto, es decir, sin habitaciones adosadas en la parte de fuera por miedo siempre a un asalto o aun ataque. Esto comunicaba a las ciudades medievales contempladas a poca distancia un conjunto pintoresco y grandioso, aumentado con la multitud de torres y campanarios que se alzaban de entre los grupos de casas.
Como los muros procedían casi todos de los tiempos romanos, de la época del Imperio, en los que la costumbre imponía la construcción de murallas y a la vez la suntuosidad de éstas, se tenía por los ciudadanos directores como gala y prueba de su interés por el bien público, ya que no era posible dar belleza arquitectónica a los lienzos de muralla y éstos sólo podían ser monumentales por la simplicidad de su línea y su grandiosidad, dársela a las puertas que solían ser arquitectónicas y monumentales a la vez.
Muchas de estas puertas de origen romano conservadas por la edad Media con fines militares y por la costumbre, han llegado a la Edad Moderna, pero las ha barrido la contemporánea para dar espacio a nuevas construcciones.
Las murallas influían en el aspecto interior de las ciudades; era menester reducirse al espacio limitado por aquéllas, aun cuando la población creciera y era preciso estrechar las calles, reducir plazas, apoñarse los hombres en aquel cascarón rígido y firme.
Por esta razón eran las calles estrechas no rectas, angulosas y ofrecen con las modernas tan fortísimo contraste.
Las fachadas de las casas eran todas lisas sin voladizos ni salientes; los huecos para iluminar los interiores y asomarse los de dentro al exterior eran rasgaduras en el muro de fachada en forma de ventana, casi siempre partida por columnas y coronada por adornos, aun en las casas más humildes, pues se practicava esto en las aldeas y en los domicilios rurales aislados; adquirían así las calles una vistosidad de que carecen las monótonas calles modernas con sus líneas continuas de balcones, su altura uniforme y su falta de toda belleza.
La Edad Media no comprendía nada exclusivamente útil; un hombre medieval que contemplara ciertos edificios actuales de los cuales se ha hecho alarde de desterrar todo carácter artístico, todo cuanto hable al espíritu, se mostraría lleno de asombro y crrería que la humanidad se había mutilado perdiendo su carácter más distintivo: su espiritualidad. ¡Qué contraste tan profundo entre esas aldeas pobrísimas que aún subsisten desde los siglos medios y los barrios de obreros de las fábricas levantadas en sus inmediaciones! Mientras en éstos se ha prescindido de toda manifestación artística y hasta de toda comodidad, las casas de la aldea no más ricas, son mucho ma´s bellas y tienen adornos sencillísimos en armonía con los recursos de sus constructores, pero que recrean la vista y satisfacen el ánimo comunicando a las calles un ambiente de poesía y agrado que atrae, mientras rechazan los ojos y el alma los barrios de las fábricas.
La casa rural aislada fué la tradicional romana, mediterránea, constituída por un cuerpo central flanqueado de dos torres poco elevadas: es tipo que ha subsistido hasta la Edad Moderna y no enteramente desaparecido
La arquitectura militar en lo referente a castillos y palacios señoriales caracterízase por su falta de plan regular, puesto que el plan de la construcción lo impone el terreno con sus accidentes; a la defensa lo subordinan todo: los muros corren por donde pueden, los edificios se agolpan en las partes llanas o se desparraman buscándoles; su atracción dáseles la monumentalidad y el atrevimiento de construir donde parece que los hombres no pueden habitar; en el exterior suelen acusarse algunos rasgos arquitectónicos.
No suele abundar la Corona de Aragón en obras de carácter señorial y militar a la vez; los de la pura Edad Media se han arruinado por la desidia de sus poseedores, que en cuanto se fijó la corte en Madrid huyeron a ella a entroncar con segundones de otras familias, perdiendo su rango de primera nobleza; pero consérvanse algunos en Aragón que permiten vislumbrar los tesoros de arte perdidos por el abandono de los más obligados, y reconstruir la vida de los grandes señores del siglo XIV.
Entre estos castillos son dignos de mención, aun en un manual, los de Loarre y Mesones, el primero por la grandiosidad de su arte y el segundo por su enseñanza.
Los monumentos de arquitectura doméstica no es extraño que hayan desaparecido; lo útil fué sobreponiéndose a lo bello; cada cambio de la vida trajo como consecuencia forzosa un cambio en la arquitectura de los domicilios. Igualmente en lo militar, el progreso de las armas fué haciendo menos defensivas las fortificaciones permanentes y las unas se abandonaron las otras se reformaron.
El nacimiento de esa arquitectura es un problema sin resolver; desde luego no cabe derivarla de la clásica, y aunque se admite que el templo cristiano procede de edificios no dedicados a la religión sino a usos civiles, es muy problemática la procedencia.
Dado que en la antigüedad las creencias religiosas no fueron universales, es decir, que toda la humanidad no creyó en los mismos dioses, y que de pueblo a pueblo variaban; que la religión de Roma se extendió como uno de tantos medios de llegar a la unidad política de que consciente o inconscientemente se valieron los conquistadores, pero sin conseguir que la mitología penetrara en la conciencia social, lo más verosímil es suponer un entronque directo entre las ideas respecto a lo que debía ser un templo en época aun no cristiana con lo que entendieron los cristianos que debería ser. El arte cristiano es, con toda seguridad, creación del pueblo y las fuentes de inspiración han de buscarse en el pueblo mismo.
Es seguro que existen por esas montañas tipos de iglesias, no iglesias, aunque tal vez existan también de arquitectura remotísima, que por no estar datadas y haberse perpetuado el tipo, se atribuyen a tiempos más recientes por la costumbre de los arqueólogos de asignar ciertas formas arquitectónicas a siglos determinados, cuando lo común y corriente parece haber sido asignar a determinados edificios o sus partes formas determinadas.
Esos tipos se designan con voces en realidad concencionales: bizantino, mozárabe o románico, sin que en realidad procedan de Bizancio, de los mozárabes o del romano. Admitiendo estas voces como genuinas en cuanto expresión de tipos o formas, al historiador no le toca describirlos, sino marcar su carácter social.
En general, por su pequeñez los más antiguos participan del crácter de los templos primitivos, anteriores al Cristianismo, de ser casas del dios, albergue de una divinidad y no casa de oración, lugar cerrado en el que se congrega el pueblo para orar y adorar. Se ve bien este carácter en las iglesias eremitanas de devoción común a varios pueblos, que por su capacidad es imposible puedan contener la muchedumbre ante ellas congregada. Una romería a uno de estos santuarios debe parecerse grandemente a una festividad religiosa dedicada a un dios local antes de la cristianización del pueblo, no diferenciándose más que en la divinidad adorada y en las ceremonias litúrgicas. La arquitectura del templo tampoco debe disentir mucho de la primitiva, puesto que los fines con que se levantó no disienten mucho de los que se propusieron los más remotos.
Sin variar los tipos fueron evolucionando las iglesias hacia una mayor suntuosidad y una mayor amplitud a medidad que la Iglesia fué ensanchando su acción unificadora e introducciendo la liturgia; entonces si el pueblo había de asistir a los oficios divinos fué menester darle espacio y las iglesias se ensancharon y para ello fué menester adoptar tipos nuevos, que caen ya dentro de lo que se llama arte románico, cuyos origenes van a buscarse a Bizancio por la funesta manía de negar al pueblo español toda capacidad inventora.
Modernamente y gracias a un extranjero (Porter) se ha sentado la teoría de ser esta forma artística de origen netamente español y desde España trasplantada a Francia y Europa. A las razones alegadas por este autor norteamericano hay que agregar el aislamiento geográfico de los españoles que les obliga a evolucionar en su propia patria lejos de influencias extrañas, que aunque obren, obran sobre individuos y no sobre muchedumbres. Los arqueólogos atentos al monumento y desconocedores de la fragmentación de la vida en el tiempo en que aquél se levantó, discurren con el pensamiento puesto en el hoy en que dos escuelas de arquitectura, en fuerte contacto con otras extranjeras dan la norma para las construcciones de todo género.
Es el arte románico, indudablemente, el más adaptado a la arquitectura religiosa. Es robusto, sin artificios, préstase al adorno interior sin refinamientos ni amazacotamientos y en cuanto a las fachadas no hay otro que tanto se preste a la ornamentación ni sea tan sonriente y agradable.
De notar es que muchas iglesias románicas, sobre todo en Aragón, tienen cripta, sobre la cual se levanta un presbiterio que abarca la mitad de la iglesia. En la cripta suele estar la pila bautismal; semejante disposición revela que cuando esas iglesias se construyeron, la disciplina eclesiástica era muy antigua, que el presbiterio se reservaba a los bautizados y el resto de la iglesia a los catecúmenos, y que a fin de que éstos pudieran ver a los sacerdotes, se levantaba el altar sobre la cripta, y ésta, lugar del bautismo, se colocaba por bajo y con entrada independiente para que los catecúmenos bajaran a ella sin profanar, como quien dice, el sitio de los admitidos ya en el gremio de la iglesia.
Existen criptas donde aun por la disposición de las columnas que sostienen el presbiterio se observa que fueron baptisterios para inmersión, tal es la de Santa Engracia en Zaragoza; baptisterios adjuntos a iglesias hay en otras villas aragonesas, de relativa modernidad en la Reconquista; los documentos de Monzón hablan en el siglo XII de una pila bautismal común a varios pueblos de las inmediaciones, y un ritual de Alquézar, del siglo XII, habla del bautismo por inmersión como existente al tiempo de su redacción.
La arquitectura románica ha dejado en Aragón y Cataluña modelos suntuosísimos, entre los cuales descuellan Loarre, el más puro y sin mezcla; Veruela, contaminado ya por influencias góticas, Ripoll y algunos restos de Poblet; como catedral, en su planta, Tarragona; la Seo de Zaragoza conserva vestigios de un ábside suntuosísimo.
El arte gótico es un arte importado, introducido en Castilla antes que en Aragón; las catedrales de Burgos, León y Toledo son anteriores a las de Barcelona, la catedral gótica más severa de todas las de la Corona, construída en el siglo XIV. Al mismo siglo pertenecen los claustros de Poblet y Santas Creus, tan suntuosos como bellos, en los cuales se abren las salas capitulares joyas del arte románico, posteriores en algunos años al claustro.
El arte gótico no fué popular en Aragón; lo que de él queda es obra de individuos, de potentados y no obra del pueblo; es que en rigor no es arte religioso el gótico, aunque sus entusiastas defensores hablen de las flechas que al levantarse hacia el cielo eleven las almas y de las ojivas que también levantan los espíritus; una catedral gótica desorienta, ninguna línea conduce al altar; hizo posible el arco apuntado la mayor elevación de la bóvedas, hizo posibles los grandes ventanales con vidrieras pintadas, pero fué a expensas de otros efectos más dignos de atención en un edificio de carácter religioso. Y hay que decir que en la Corona de Aragón, por la tardía introducción del gótico, la mayor parte de las iglesias de este orden son reconstrucciones de otras románicas, cuya planta se conservó por el respeto guardado a un elemento existente ya, la cripta o el retablo, y que esta conservación deformó el plan típico de las iglesias góticas conservándoles una mayor adecuación a su carácter.
El plateresco se introdujo en la Corona de Aragón ya en el siglo XV, en su primera mitad, y desde su introducción fué popularísimo; empleóse lo mismo en edificios civiles que religiosos, alternando con el gótico famígero. Ejemplos de construcciones civiles de este último estilo son las Lonjas de Palma y Valencia, bellísimas las dos; existiendo muchas casas particulares de estilo plateresco, desgraciadamente derribadas muchas, pero quedan restos de patios y escalinatas que son verdaderos modelos de gracia y belleza.
¿Hay relación entre esta nueva arquitectura, más sonriente aún que la románica, más alegre y recargada de adornos, que tanto servía para decorar salones como interiores de iglesias, fachadas de palacios como de templos y una nueva manera de sentir la religión?
La historia señala en el tiempo en que aparece el plateresco una piedad menos sencilla y más artificiosa que en los propios del románico; de éste se deriva aquél, pero entre ambos media ese abismo de la ornamentación sentida del más antiguo, que dando belleza a puertas y fachadas no desdice del interior ni del fin del edificio; una puerta y una fachada románicas avisan siempre que allí hay un templo; una puerta y una fachada plateresca, no; las primeras carecen por lo común de signos exteriores que denoten el carácter religioso de la construcción; las segundas lo tienen siempre, santos, ángeles, etc.; la piedad ha variado, ya no sale del fondo del corazón, necesita exteriorizarse; la humanidad necesita convencerse a sí misma de que es cristiana y para convencerse lo pregona.
Arte típico y privativo de Aragón y de una parte de su población es el mudéjar.
He aquí en esa manifestación artística una prueba más de que la sociedad para evolucionar hacia el progreso necesita ser libre y que en cuanto las manifestaciones de la actividad social se reglamentan y centralizan, todo decae y se atrofia. Cuando la inteligencia de uno o unos pocos se impone cesan de actuar otras inteligencias y esta pérdida influye necesariamente en el progreso humano.
Los musulmanes, así españoles como africanos, eran descendientes de aquellos bereberes más o menos romanizados que grabaron las inscripciones que llenan los tres tomos del Corpus inscriptionum latinarum dedicados a las regiones berberiscas. La musulmanización surtió en ellos los efectos que la venida de los bárbaros produjo en las comarcas europeas sometidas al Imperio romano: quitar la losa que los oprimía y sacarlos como pueblo a la luz y a la vida política. Continuaron siendo lo que eran y habían sido, construyendo a su modo y utilizando los materiales que la tierra les ofrecia; el ladrillo era el material más barato, más a su alcance y más en su mano, y careciendo de otro, de él se sirvieron.
El arte mudéjar es el esfuerzo de un pueblo que no dispone más que de un elemento de construcción para revelarse artista; es el sentimiento de lo bello realizado de la manera más simple con un material al parecer impropio para toda manifestación de arte.
Este arte mudéjar es todo de ladrillo y se caracteriza por sus adornos geométricos formados con salientes de aquel material; los monumentos más numerosos y notables son torres de iglesias, de los cuales son torres de iglesia, de las cuales son ajemplares notabilísimos la de Santa María de calatayud, la de Ricla, la de Mainar; pero se conservan algunas fachadas aunque son poco conocidas: hay una en la villa de Herrera, tras de la cual está una iglesia del siglo XVIII. El arte mudéjar desapareció con el pueblo, no el morisco, sino el pueblo cuando vino la centralización de la época de los austrias. En la actualidad algunos arquitectos hacen tímidos ensayos de restauración de este estilo típico y tan castizamente español, pero con gran timidez.
En los primeros tiempos medievales la escultura es incorrecta y escasa y se reduce a relieves decorados con entrelazos formas geométricas o estrellas, algunas pilas bautismales y algún que otro sarcófago. En el arte románico la escultura es casi parte esencial de la arquitectura por ser imprescindible adornar con figuras o de otra manera los capiteles de las columnas de los claustros los canecillos y en general toda parte saliente de los edificios.
Poco a poco la escultura, siguiendo la corriente progresiva del arte, va tomando bríos y sin emanciparse del todo de la arquitectura, constituye un arte propio que se manifiesta en estatuas para sepulturas, para decoración de fachadas y puertas de iglesias y cabecitas para adornos de ventanas.
La pintura, reducidad en los primeros tiempos a frontales y altares de visible imitación bizantina, con la figura del Salvador encerrada en un óvalo y a los lados, en una o dos filas, escenas del Evangelio, continúa en los siglos posteriores confinada en las iglesias, pero emancipándose cada vez más; en el siglo XIV el pintor es libre en le elección de asunto, por lo menos en el desarrollo del que se le propone, y pinta retablos, que son un conjunto de cuadros independientes, aunque se relacionan como los episodios de la vida del Santo que todos juntos representan. Esta libertad es causa de gran progreso en la pintura, al cual colaboraron los de la Corona de Aragón tanto como italianos y franceses.
Arte propio de Aragón y Valencia es el azulejo y la cerámica de reflejos metálicos, con la circunstancia de ser además arte popular por excelencia. Es el adorno único del arte mudéjar y es trabajado casi exclusivamente por moriscos. Es antiquísimo el azulejo: en las inscripciones romanas de Africa se le designa con el nombre de opus albare, en oposición a opus musivum, el mosaico; de albare deriva seguramente la voz barroco.
La orfebrería fué un arte acreditadísimo en toda la Corona de Aragón, así como el esmalte con que se adornaban las obras de los orfebres.
Límites de la Edad Media.
Antecedentes de la invasión musulmana.
Ruina de la monarquia goda. Batalla del Guadalete.
Las causas de la ruina del Reino godo.
Las costumbres.
El estado social.
El ejército.
La decadencia de las ciudades.
La conquista musulmana y su carácter
Las expediciones musulmanas a la Galia gótica
Las tierras de la Corona de Aragón bajo el poder musulmán
La pretendida influencia musulmana
La Reconquista
Sus origenes
Constitución de los núcleos cristianos del Pirineo. Su historia hasta su independencia.
Condado de Aragón
PARTE SEGUNDA
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Mapa II: Conquistas de la Corona de Aragón (447 Kb)
Mapa III: El mediodia de Francia en tiempos de Pedro II (119 Kb)
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