Autor: Francisco Javier Mendivil Navarro Fecha: 19 de octubre de 2023 última revisión
La ocupación del territorio por los ejércitos franceses de Napoleón en 1808, fue el comienzo de la guerra de la Independencia. El pueblo reacciona valerosamente contra la invasión extranjera y se dispone a defender su patria desesperadamente.
En Aragón la guerra fue muy dura. Sobre todo en Zaragoza, la capital, que hubo de resistir dos terribles sitios de los franceses: de junio a agosto de 1808, y de diciembre a febrero de 1809. El heroismo de los zaragozanos en la defensa de la ciudad se ha hecho legendario. El valor del general Palafox, que rechazo la rendición, y sobre todo, los héroes populares, como Agustina "de Aragón", el tío Jorge, la Condesa de Bureta, Casta Alvarez, El Padre Boggiero, el cura Sas, se han convertido en simbolos de la resistencia del pueblo aragonés.
Pero era una guerra desigual y, frente a un ejército bien armado y alimentado. no se pudo resistir. Consecuencias de la guerra: numerosos muertos, importantes edificios y obras de arte destruidos, hambres, enfermedades y pérdida de cosechas para alimentar a los ejércitos, dejaron a Aragón hundido.
A lo largo del siglo XIX esa miserable situación se agrava por una nueva guerra, ahora entre españoles: la guerra carlista.
El rey Fernando IV (VII de Castilla) gobernó hasta el final de su reinado como soberano absoluto, dejando a sus favoritos regentar el reino y persiguiendo a los liberales.
Por ejemplo, siete masones fueron ejecutados por haber celebrado una sesión.
Fernando no tenía hijos varones, pero de su cuarta mujer, Cristina, tenía dos hijas.
La ley de sucesión establecida por los Borbones en España no admitía en el trono más que varones. Fernando debía, pues, tener por sucesor a su hermano, D. Carlos, partidario del régimen absolutista.
Pero Fernando IV, para dejar el reino a su hija primogénita, Isabel, dictó un decretó que restableció el orden antiguo de sucesión de la Edad Media, y reconoció el derecho de las hembras a heredar el trono. Hizo jurar a los <<grandes>> de Castilla y a los representantes de las ciudades el reconocimiento de Isabel (1833).
Al morir el rey, su viuda, Cristina, hizo proclamar reina a Isabel, de edad de tres años, y ella fué regente. Carlos había protestado contra el cambio de sucesión, declarando que <<su conciencia y su honor le obligaban a sostener sus derechos>>. Tenía de su parte a casi todo el clero, a los grandes señores y a la mayoría de los habitantes. Cristina no tenía más que a los funcionarios. Intentó al principio mantener el régimen absolutista; pero los absolutistas se sublevaron y proclamaron rey a don Carlos. Para resistirlos, Cristina se decidió a aliarse a los liberales. Les concedio una amnistía, y los liberales se declararon a su favor. Los españoles se dividieron en dos partidos, los cristinos (liberales), y los carlistas (Absolutistas).
Entonces empezó una guerra de siete años entre el ejército regular y los insurrectos carlistas. El ejército era dueño de todo el sur y el oeste de España. Los carlistas tenían sus fuerzas en las comarcas que tocan a los Pirineos, provincias vascongadas y navarra al oeste, y Cataluña al este.
Los montañeses vascos y navarros apoyaban a D. Carlos, no sólo porque sus curas se lo mandaban, sino porque el pretendiente prometía conservar el antiguo régimen. Para ellos el antiguo régimen no era el gobierno absolutista, porque se gobernaban ellos mismos, no pagaban contribución ni hacían el servicio de las armas. Hasta se hallaban fuera de la línea aduanera, que pasaba por estre su territorio y Castilla, de suerte que compraban los productos franceses, en Francia, sin pagar derechos, y los volvían a vender en España como contrabando. Los liberales querían abolir estos privilegios para establecer la igualdad entre los españoles. Estos privilegios se llamavan fueros. Los vascos y los navarros tenían mucho empeño en conservarlos. Tomaban las armas para defender a la vez su religión, que creían amenazada, y sus privilegios.
Un vasco, coronel del ejército español, Zumalacarregui, organizó un ejército con los montañeses carlistas.
En Aragón y Cataluña los aldeanos pobres de la montaña fueron reunidos en un solo ejército por Cabrera, que había sido seminarista. Operaba desde las montañas inaccesibles del maestrazgo, desde las que bajaba a hacer incursiones por la llanura.
Por ambas partes la guerra fué cruel. Los carlistas, no pudiendo conservar los prisioneros, los degollaban; y los generales cristinos fusilaban a los carlistas.
Como Cabrera hubiera mandado fusilar a un alcalde, un general mandó prender a la madre de Cabrera, anciana, y la fusiló. Cabrera respondió fusilando a treinta mujeres de oficiales del ejército.
En 1837, el mismo D. Carlos, con 12.000 infantes y 1.500 jinetes, llegó a la vista de Madrid, pero no se atrevió a atacar. Esperaba a que <<Dios quisiera cambiar los corazones>>. Mientras tanto el ejército enemigo le salió al paso.
Dentro de esta guerra civil cruel y despiadada tubieron lugar los hechos del 5 de marzo en Zaragoza:
En la noche del 5 de marzo de 1838, el general Cabañero al mando de un regimiento carlista de unos 3.000 hombres, entro en la ciudad para tomarla por sorpresa, pero dada la voz de alarma los propios ciudadanos se levantaron en defensa de sus libertades y les echaron de la ciudad.
Los vascos se avinieron entonces a reconocer a Isabel, siempre que les dejase sus privilegios. Gritaban: <<paz y fueros>>. El Gobierno encargó al general Espartero tratar con los insurrectos. Por el Convenio de Vergara (1839), los soldados carlistas dejaron las armas, y los que quisieron entraron al servicio de España conservando sus grados. D. Carlos se refugió en Francia con el resto de su ejército.
Por otro lado, los bienes municipales con la desamortización se ponen en venta y eso empobreció a muchos ayuntamientos, todo ello retrasa notablemente el desarrollo industrial y el progreso económico de Aragón, que quedó retrasado en relación con nuestros vecinos, los catalanes y los vascos.
Toda España, a finales del siglo XIX, se encontraba empobrecida. Su habitates, muchos de los cuales no sabían ni leer ni escribir, trabajaban en la agricultura, que se encontraba muy retrasada con respecto a Europa. Todavía la mayor parte de las tierras se encontraban en manos de unos pocos propietarios, que no las cultivaban. La industria estaba sin desarrollar y los caciques seguían mandando a su antojo en los pueblos. Por todo ello, gentes que vivían del comercio o de las pequeñas industrias y algunos catedráticos de universidad, denunciaron todos estos problemas y empezaron a pensar cómo podrían solucionarlos.
Dos aragoneses se destacaron entonces: Joaquín Costa y Basilio Paraiso, que desde el Alto Aragón y Zaragoza, señalaron la forma de salir del empobrecimiento. Decían que había que cambiar el modo de trabajar la tierra, hacer regadíos para enriquecerla, mejorar las escuelas, para que la gente aprendiera en ellas a leer y a escribir.
En Aragón, gracias a comerciantes e industriales como Paraíso y Baselga, se fundan bancos y se construyen industrias, como las azucareras del valle del Ebro. Pero casi todas se construyen en Zaragoza y así las gentes de otros pueblos, al no vivir cómodamente en ellos, por la pobreza ya comentada, se van a trabajar a esa ciudad, en las nuevas industrias. Crece mucho Zaragoza, pero siempre a costa de despoblarse los pueblos, como tristemente ha seguido ocurriendo hasta hoy.
En esos años hay gran actividad en Aragón: se avanza en la construcción del ferrocarril de Canfranc, llegan a Zaragoza científicos a visitarnos y a enseñar, y un grupo todavía pequeño de aragoneses empiezan a unirse para defender los intereses de Aragón.
El último rey español hasta 1931 fue Alfonso XIII. La mayoría de los españoles de entonces no estaban contentos con el monarca por que éste no había logrado solucionar los problemas que afectaban a los ciudadanos. Por eso en 1931, los ciudadanos prefirieron una nueva forma de gobernar: La Republica. En ella, el jefe del Estado, es decir, el principal responsable del gobierno, era elegido por todos los habitantes mayores de edad del país.
Por aquellas fechas había muchos problemas económicos, el principal era el paro. La clase obrera se unía en los sindicatos para superar sus dificultades y llegaron a tener tanta fuerza, que los gobernantes no podían dirigir el país sin contar con éllos. En Aragón los más importantes fueron la U.G.T. (unión General de Trabajadores) y la C.N.T. (Confederación Nacional de Trabajadores).
Durante la República se construyeron en nuestro pais muchas escuelas e institutos. Se mejoró la situación de la agricultura, y se empezaron a cultivar, por fin, muchas tierras que eran como desiertos.
Estas reformas no gustaron a los privilegiados, tampoco a la iglesia, por lo que, junto al ejército, se levantaron en armas contra la República.
Aragón quedó dividido en dos partes, como el resto de España: los republicanos, y los rebeldes. Durante tres largos años, los aragoneses estuvieron enfrentados en una cruel guerra. Aragón sufrió especialmente, pues en nuestro país se dieron las más sangrientas batallas, como las de Belchite, Teruel o el Ebro.
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