La Edad Media en la Corona de Aragon Historia de Aragón.

La Edad Media en la Corona de Aragon Historia de Aragón.

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Proceso de la Reconquista.

El siglo IX es de consolidación de los reinos y condados pirenaicos; fué aquel tiempo el de mayor florecimiento y poder de la España musulmana, y los pobres y estrechos territorios de la montaña carecían de fuerzas para convertirse en conquistadores.

Los historiadores aragoneses y navarros de la Edad Moderna creyeron que la Reconquista nació en los Pirineos como en Asturias y aquí como la refiere la historia legendaria, es decir, por unos cuantos hombres llenos de fe religiosa y de patriotismo, sentidos aquélla y éste como ellos lo sentían, se conjuraron para defender la religión de Jesuscristo contra la de Mahoma (y ésta no sabían qué era y probablemente la otra tampoco), y para restaurar la patria perdida, es decir, España, aquellos hombres que durante muchos siglos ignoraron que fuesen españoles, y llamaban España al país ocupado por los moros y concretamente a Andalucia, la región que lo llevó en la época ibérica y aun lo llevaba en la goda.

Fundados en esta creencia diéronse a buscar el sitio donde tales hombres se reunieron, el jefe que nombraron y el momento en que hicieron esto, y cada cual quiso que los primeros fuesen los suyos y el primer caudillo uno de los suyos también.

Faltábanles nombres, y para encontrarlos miraron crónicas y documentos y encontraron unos cuantos, que ni llenaban los años que mediaron entre la invasión y la vida de los reyes, ni venían en sucesión ordenada y cierta, como los historiadores tenían costumbre de ver sucederse los monarcas; en alas de su entusiasmo patriótico formaron genealogías valiéndose de testimonio fidedignos y no fidedignos de nombres reales y de nombres inventados, alteraron las fechas, corrigieron textos y escribieron una historia fantástica, mezcla de verdad y mentira, con el solo fin de mantener la prioridad como núcleo reconquistador de la patria del que escribía.

Poner luz en esas oscuras tinieblas es hoy dificilísimo, y tal vez lo sea para siempre por la falta de testimonios.

La historia reconoce que cada momento histórico es hijo del precedente; por tanto, que el tiempo posterior permite conocer el anterior y que las instituciones y organizaciones no nacen cuando son conocidas, porque no hay relación necesaria entre nacer ellas y conocerlas los hombres.

Desde luego puede casi afirmarse que las regiones pirenaicas que luego figuraron tradicional o históricamente como núcleos políticos con mayor o menor independencia, desde los cuales irradió la Reconquista: Navarra, Aragón, Sobrarbe, Ribagorza, Urgel, vivieron durante el siglo VIII, el primero de la dominación musulmana, en cierto compadrazgo con los de la tierra llana sometidos a los poderes de Córdoba; ni en unos ni en otros la religión era causa de diferenciación, ni había entrado aún en los cristianos la idea de que los mahometanos les habían robado la patria. Para unos y otros el enemigo común era el bereber u oriental que, ansioso de botín, había pasado a España y, formado ejércitos, iba contra la Galia gótica so pretexto de someter todo el imperio de los godos al nuevo, cuya capital era Córdoba.

No es un hecho casual que dos de esas comarcas aparezcan en la historia con título de reino y las demás con el de condados: quiere decir esto que aragón, Ribagorza, Urgel, Cerdaña y probablemente Barcelona conservaban la tradición goda y que con la organización anterior a lo de Guadalete pasaron a la denominación musulmana. Si se desconoce el detalle del gobierno y se presentan todos ellos casi de pronto y todos con una notoria simultaneidad, es debido a que por ser tierras de tránsito fueron las castigadas por las invasiones; el paso frecuente de tropas impidió toda organización estable y duradera; su aparición coincide con dos hechos convergentes: el fin de las invasiones musulmanas en la Galia y el dominio de éstas por la nueva dinastía de los carlovingios. Asegurada la paz se restableció el gobierno tradicional y volvieron los condes a los condados bajo la soberanía de un poder aparentemente nuevo, el de los duques de Tolosa, en realidad antiguo por las tradiciones nacionales que unían los de esta vertiente meridional de los Pirineos a los de la otra: Aragón, Ribagorza, Urgel, Cerdaña fueron adscritos a una provincia que no era la de antes y a otro arzobispado, pero tan nacionales aquélla y éste como los anteriores.

Navarra y Sobararbe

Iñigo Arista, el primer rey cierto y conocido de Navarra era un noble Barón o varón de Bigorra; valle pirenaico de la vertiente Norte de la cordillera, homólogo del de Broto, en la del Sur.

¿Cómo un bigurdán pudo llegar a ser rey de Navarra? Los historiadores posteriores, ignorantes de las relaciones que mediaban entre todas las tierras pirenaicas españolas no sometidas al poder musulmán y los condes, duques o marqueses de Tolosa, y convencidos de que ellos veían español y frances lo había sido siempre, presentaron a este Iñigo Arista guerreando en las montañas con tanto valor y suerte, que se hizo famoso y mereció que los navarros lo aclamaran por su rey.

Nada se sabe, sin embargo, de él hasta que aparece como tal rey de Navarra en el segundo cuarto del siglo IX.

Lo referente a un rey navarro que viene en auxilio de Ainsa puede haberlo desfigurado la fantasía, exornandolo con detalles que la crítica rechaza con razón, pero no tiene nada de inverosimil.

El hecho en cuestión, si sucedió, debió suceder medio siglo después de Iñigo Arista, allá por el año 900; dase el caso de que Garci-Giménez, ese salvador de Ainsa, es también el primero de una dinastía en Navarra, no obstante haber hijos del nieto de Arista, y no por violencia, puesto que los desheredados del trono emparentaron con la familia del nuevo monarca.

Resulta de estos hechos que el primer rey conocido de Navarra era un bigurdan, un natural de Bigorra, que vale tanto como sobrarbiense, que luchó contra moros y sin que se sepa cómo llegó al trono de un país que por primera vez aparece en la historia como monarquía; resulta que ese Iñigo Arista funda una casa real y le suceden su hijo Garcia Iñíguez y su nieto Fortún Garces; que éste se acoge ya viejo al Monasterio de San Salvador de Leyre, y no le suceden sus hijos, sino un Garci Giménez, al que la tradición une con Sobrarbe, presentándole como libertador de Ainsa cercada por los moros, Garci Giménez y el conde Ramón de Ribagorza eran cuñados y este conde era muy probablemente hijo de un Lope, conde también de Bigorra; las relaciones entre este último condado, que geográficamente es Sobrarbe, vuelven a salir a luz y también las dinásticas entre estos valles y los navarros.

Pero el contacto entre Sobrarbe y Navarra no podía efectuarse por el lado de España por interponerse entre ambos países el condado de Aragón, que durante todo el siglo IX y parte del X vivió separado de los dos; el contacto se efectuó, por tanto, por Francia.

En vista de estos hechos y teniendo presente que todos los condados de allende y aquende la cordillera vivían sometidos a los duques de Tolosa, los cuales nombraban los de las comarcas del Pirineo, basta no hacer excepción de Navarra para explicar la fundación de este reino de análoga manera que la Marca hispánica.

Pero llegado el siglo XI, las cosas cambiaron: La España musulmana que había hecho su último esfuerzo para mantenerse una y asegurar sus fronteras en tiempo de Hixen II con las empresas de Almanzor, había fracasado en su propósito y el desquiciamiento era inevitable. La unidad lograda en el emirato de Abderrahman I sólo aparentemente quedó confirmada en el de Abderrahman III; las tradiciones locales se impusieron en los territorios musulmanizados como en los libres de musulmanes, y ni Córdoba tenía tradición de capital, ni los emires habían logrado unir a sus súbditos bajo la bandera de ideales religiosos o políticos.

Al desaparecer la fuerza de las armas, única que mantenía la cohesión de aquel conglomerado, estalló la división y fueron naturalmente los pedazos periféricos más lejanos los primeros en desprenderse del núcleo. La disminución del poder enemigo valía tanto como el crecimiento del propio, y así aquellos reyes y condes, cuya principal atención era defender sus fronteras y aliarse unos con otros para resistir las embestidas musulmanas, pudieron ahora, libres de esos cuidados, tomar la ofensiva y abajar al llano.

Se decidió este cambio de conducta en el reinado de Sancho Garcés III, llamado el Mayor, que vivió en los últimos diez años del siglo X y primeros veinte del XI, después de la muerte de Almanzor; aquel rey, en virtud de matrimonio y herencia reinó sobre Castilla, Navarra, Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, es decir, sobre toda la sierra montañosa que corre desde Peñalabra al Puigmal, siendo, por tanto, el monarca cristiano que dominó sobre más extensos territorios desde don Rodrigo.

Pero Sancho el Mayor, cediendo a las ideas del tiempo, dividió sus Estados entre sus hijos al morir él. Por su testamento los antiguos condados de Aragón y Castilla se convirtieron en reinos, heredándolos don Ramiro y don Fernando, respectivamente; Navarra la heredó el primogénito don García y el último, don Gonzalo, Sobrarbe con Ribagorza. Muy pronto, sin embargo, estos últimos territorios se incorporaron al reino de Aragón por muerte de su titulado rey. Por este tiempo, los navarros, descendiendo desde Vasconia por la izquierda del Ebro, cuyo curso superior dominaban por la conquista de Cantabria, eran dueños de los montes de Oca y de parte de la Rioja, de modo que Castilla no poseia tierras tributarias del Ebro.

Ramiro I es el primer rey privativo de Aragón; sus primeros años pasaron en guerras con sus hermanos los reyes de Navarra y Castilla por cuestiones de fronteras, cuestión aparentemente baladí y de ambición, pero importantísima y trascendental, porque la posesión de una plaza determinaba la de un camino hacía el país moro y por tanto el encerramiento o la expansión. El reino de don Ramiro, limitado al curso superior del Aragón y sus dos afluentes más inmediatos, el Aragón subordán (valle de Hecho) y Veral (valle de Anso); confinante con el Gállego, pero sin sobrepasarlo porque más allá comenzaba Sobrarbe, no tenía más salida que por este último río, verdadero barranco de orillas escarpadas, cuya salida a la hoya de Huesca la defendia formidablemente el paso de la Peña, en cuya extremidad Sur se alzaban las fortalezas de Sarsamarcuello y Loarre, en la orilla izquierda, y Murillo en la derecha; a Navarra, en cambio, la posesión de Sangüesa le abría el camino del Aragón y la de la Rioja el del Ebro.

Vencido don Ramiro en todas guerras contra navarros y castellanos, pero ganado Sobrarbe, Ribagorza y Pallás como en compensación, derivó su actividad hacia esta parte oriental de sus Estados y cerrandole Graus el camino hacia la Litera le puso sitio, pereciendo en él.

Su hijo Sancho Ramírez tuvo la fortuna de unir Navarra a su corona por libre elección de los navarros que no quisieron reconocer por su soberano a un hermano de su rey, que por ambición de la corona fué fraticida.

Con Sancho Ramírez comienza la era de las grandes conquistas aragonesas; él es el primero que baja a lo llano y contempla los muros de Huesca y Barbastro; recobró la parte de Navarra y la Rioja que el rey asesinado de Navarra había perdido y restauró los límites que tenía este reino al heredarlo el primogénito de Sancho el Mayor.

Para Sancho Ramírez el problema de la Reconquista se presentaba difícil por ser doble: por Oriente, los condes de Urgel, independientes de los de Barcelona, atacaban a los moros de Barbastro, Monzón y Lérida; por Occidente, los castellanos pretendían llegar al Ebro y descender en la dirección de la corriente. Aragón tenía la amenaza de quedar recluído en los montes sin acceso a la tierra llana, si a los moros les sucedián otros principes cristianos.

Sancho Ramírez, activo y sagaz, llevó sus fuerzas unas veces hacia Oriente, sitiando Barbastro con ayuda del conde de Urgel, y tomándola se aventuró a llegar hasta Monzón, que también hizo suya.

En sus acometidas por Occidente forzó el paso del Gállego por la Peña y se apoderó de Sarsamarcuello, Murillo y Loarre, construyendo aquí un monasterio-fortaleza, que es maravilla del arte románico, y encaramándose por la cresta de las Bárdenas fortificó también el extremo Sur de esta sierra, levantando el castillo de Sancho Abarca, hoy santuario en término de Tauste.

No obstante ser entonces de moros esta villa se atrevió a dejarla a su espalda y a caminar hacia el Ebro a través del Castellar, restaurando a la vista de Zaragoza la ibérica Alaun, que en épocas de tranquilidad se había trasladado a la orilla derecha del Ebro, llevándose el nombre de la población antigua.

Con todas estas fortalezas, más la de Luna, que también ganó a los moros, Sancho Ramírez bloqueó Huesca y amenazo Zaragoza y Lérida; pero la caída de la primera era necesidad antes de arremeter contra la segunda y don Sancho la sitió. No tuvo la dicha de hacerla suya: don Sancho perecio en el asedio, pero enérgico y de firme voluntad mandó que éste no se levantara por causa de sus funerales y, en efecto, cumpliendo su mandato, sobre el mismo campo fué proclamado rey el infante don Pedro, quien continuó el asedio.

Considerando el rey moro de Zaragoza que la conquista de Huesca determinaba la de su ciudad y reino, formo un ejército y fué con él en socorro de su correligionario, dándose en los campos de Alcoraz una gran batalla, en la que trunfaron los aragoneses; como consecuencia del triunfo se rindió Huesca cuatro días después de logrado éste. Además de Huesca recobró don Pedro a Barbastro, que los moros habían vuelto a tomar, y otros castillos de la Litera, territorio de Lérida, pero como a su padre, la muerte lo detuvo en sus progresos.

Extraido de: La Edad Media en la Corona de Aragón de Andrés Giménez Soler. Editorial Labor, S.A., Madrid. 1930