Aragón > Historia > Corona de Aragón
Jaime I, con su abandono del Midi y con la fijación de fronteras entre Aragón, Cataluña y Valencia, dando además a cada región gobierno propio y personalidad propia, no sólo rompió la unidad inmemorial de los pueblos de ambas caídas del Pirineo, sino que imposibilitó la fusión de los que quedaron bajo su dominio en este lado: cuando se formaban las nacionalidades y la tendencia a la unidad era manifiesta, don Jaime, sustrayéndose al tiempo, dividía su pueblo en tres núcleos, que, por haber vivido unidos e indivisos desde sus orígenes, necesariamente con esa medida habían de convertirse en antagónicos: es más difícil restablecer una hermandad rota que constituir una nueva hermandad.
Porque la organización que por natural evolución se dió al Reino no fué la de una confederación como generalmente se dice: fué una mera unión personal de tres reinos, cada uno de los cuales no tenía de común con los otros más que el llamar su rey al que lo era de los demás. Territorio, lengua, legislación, moneda, pesos y medidas, todo era diferente.
Para que la discordia fuese mayor, surgieron cuestiones entre Aragón y Cataluña por razón de fronteras, y aumentó la separación el sistema administrativo de las generalidades o aduanas interiores, nueva frontera administrativa mucho más aisladora que las naturales.
La cuestión de límites entre Cataluña y Aragón por la región de Lérida, amargó la vida de Pedro III y de Jaime II: los barceloneses pretendieron que Ribagorza les pertenecía, pero los de Aragón se opusieron, demostrando que el Condado lo habían conquistado sus reyes antes de la unión con Cataluña y Pedro III declaró ser Ribagorza de Aragón: igual declaración hubo de hacer Jaime II en unas cortes de Barcelona.
Organizada en estas condiciones la Corona, era necesario que careciese de un ideal común, que cada región se distanciara de las otras y viviera vida independiente así en lo espiritual como en lo material. La decadencia política era inevitable y consecuencia de la misma la ruina de aquel Estado.
Porque enfrente de uno dividido y separado por fronteras políticas y económicas, sin cohesión ni comunicación de sentimientos, se alzaba otro reino peninsular mucho más extenso y más poblado, unido y cohesionado, que habitaba en una tierra alta y era empujado por ésta a descender a la llanura y ocuparla.
Por otra parte, perdido el ideal de la Reconquista por un pueblo como el castellano, que había nacido para realizarla y tenía la organización propia y adecuada a este fin, era casi forzoso que el poder latente que no podía manifestarse con los moros, pero necesitaba desahogo, se manifestara contra alguien, y los impulsos de la tierra, avivados por causas humanas, determinaron el choque.
Estas causas humanas fueron la rivalidad de reyes de reinos limítrofes, aumentada por sinsabores
familiares; éstos alcanzaron su máximo en las postrimerias del siglo XIII y principios del XIV en
aquellas dos devoluciones de infantas de Castilla destinadas a reinas de Aragón y por actos políticos incapacitadas para serlo.
Añadiése a estos disgustos sucesivos y bastante inmediatos para que el segundo viniera, no
olvidado aún el primero, el desgraciado matrimonio de Alfonso IV con doña Leonor por la mala índole
de ésta, la peor de sus descendientes, el carácter duro de Alfonso XI, de su hijo Pedro y la suspicacia y falta de escrúpulos de Pedro IV.
De haber vivido más tiempo Alfonso XI, éste habría iniciado la guerra para defender a su hermana Leonor y a sus sobrinos, a su juicio perseguidos injustamente por el rey de Aragón, hijastro de la una y hermano de padre de los otros. A esta razón se hubiera añadido otra: las pretensiones de aquel y de casar sus bastardos, uno de ellos Enrique, con una hija de Pedro IV, lo cual éste consideraba denigrante.
Pero lo que él no hizo lo hizo su hijo Pedro, en quien colaboraron para que fuese lo que fué, su carácter violento y la educación que le dió su madre. Doña María de Portugal no fué precisamente una santa, ni siquiera una resignada: la conducta de su marido con ella la exasperó y el despecho del desdén lo sintió igualmente su hijo: la condición violenta de éste, su vehemencia y rapidez en las decisiones más fuertes, las agudizó su madre; y estimulado por los relatos de su tía Leonor y sus primos Fernando y Jaime concibió un grande y pertinaz odio al rey de Aragón.
En estas condiciones, cualquier incidente bastaba para que la guerra estallase.
El incidente ocurrió en Cadiz: un almirante catalán apresó dos naves placentinas en aguas de este puerto a la vista de don Pedro; rogó éste al marino que por deferencia a él las devolviese la libertad; negóse aquél y, sentido del desaire el castellano, declaró guerra al aragonés. Esta la llevó don Pedro de Castilla con crueldad manifiesta; parte de sus fuerzas entraron por la región del Segura y se apoderaron de Alicante; otra parte invadió Aragón por la región del Moncayo; vino un legado pontificio que puso tregua entre los dos reyes, pero el de Castilla la violó apoderándose de Tarazona. Una nueva intervención del legado estableció bases para una paz, pero no era don Pedro de Castilla hombre que se satisfaciera sin un completo triunfo, que para él era el aniquilamiento del adversario, y aquella paz no tuvo efecto.
Una escuadra castellana se puso delante de Barcelona, pero fué obligada a retirarse; quiso poner sitio a Ibiza y aquí fué a buscarla el Ceremonioso en persona, obligándole a buscar refugio en Alicante. Consecuencia de estos fracasos y del temor a que el rey de Granada se mezclase en la contienda contra él, don Pedro de Castilla firmo la paz de Deza, año 1361: la guerra había durado cinco años.
Pero al año siguiente, libra del cuidado de Granada, sin previa declaración de guerra invadió Aragón por el norte y sur del Moncayo, apoderándose de Borja, Magallón y Calatayud; y cuando acudió el aragonés a detenerlo se retiró, pero hizo que otro ejército invadiese Valencia, el cual, no encontrando enemigos, puso sitio a ésta; entraba sin duda en los planes del de Castilla no reñir batallas campales, ni apoderarse de plazas mediante largos sitios, sino simplemente causar daños en la tierra y mortificar a los habitantes; en Cariñena hizo cortar las narices a todos los hombres, y tampoco esperó a su rival.
Era menester destronar a ese degenerado, que lo mismo se mostraba cruel con los suyos que con los ajenos, y aprovechando el descontento general se proclamó rey de Castilla el conde Trastamara, el mayor de los hijos de Alfonso XI y Leonor de Guzmán, y la guerra se transformo en civil y dinástica. La organización de su reino permitía al de Castilla organizar más rápidamente sus tropas: su mala fe le consentía elegir el momento y lugar de ataque, y la lucha en estas condiciones era desastrosa para el aragonés, necesitado de reunir en cortes por separado a cada reino, de organizar en cada reino y de acudir con las fuerzas de cada uno al lugar del peligro.
Para compensar esta inferioridad contrató las grandes compañías de aventureros de todos los países que al mando de Bertrand Du Guesclin habían luchado en la guerra anglo-francesa. También el de Castilla contrato extranjeros, mas como su mayor enemigo era él mismo, enemistóse con sus auxiliares y después de varias vicisitudes don Pedro el Cruel era vencido y muerto a manos de su hermano bastardo (1369).
Límites de la Edad Media.
Antecedentes de la invasión musulmana.
Ruina de la monarquia goda. Batalla del Guadalete.
Las causas de la ruina del Reino godo.
Las costumbres.
El estado social.
El ejército.
La decadencia de las ciudades.
La conquista musulmana y su carácter
Las expediciones musulmanas a la Galia gótica
Las tierras de la Corona de Aragón bajo el poder musulmán
La pretendida influencia musulmana
La Reconquista
Sus origenes
Constitución de los núcleos cristianos del Pirineo. Su historia hasta su independencia.
Condado de Aragón
PARTE SEGUNDA
Mapa I: Mapa físico de la región íbero-mediterranea (101 Kb)
Mapa II: Conquistas de la Corona de Aragón (447 Kb)
Mapa III: El mediodia de Francia en tiempos de Pedro II (119 Kb)
Mapa IV: Expansión catalano-aragonesa por el Mediterraneo (107 Kb)
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