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El Pirineo, que no había separado los pueblos de ambas vertientes ni en los tiempos ibéricos, ni en los romanos, ni en los godos, no los separó ahora: pero si antes eran los de allá los que miraban a España por encima de la cordillera, son ahora los de acá quienes a consecuencia de la ruina del poder central de España miran al Sur de Francia para encontrar connacionales.
Inmediatamente de la invasión, y más aún en cuanto cesan las incursiones musulmanas, comienza a dibujarse el triángulo que ha de intentar constituirse en nación pirenaica con sus pies en el Mediterráneo, o nación mediterránea con el Pirineo como espina dorsal, cuyos vértices han de ser el puerto de Aspe en la cordillera, y las desembocaduras del Ródano y del Segura.
La Galia narbonesa, unidad a la España citerior abandonada a sí misma, se consideró más una con las tierras cispirenaicas que con las de ultra el Loire, de igual modo que las tierras de este lado del Pirineo se consideraron también más unas con las del otro lado de la cordillera, que con las centrales y meridionales de la Península.
Muy probablemente se habría constituído esa nacionalidad pirenaica a raiz de la invasión misma si la derrota del Guadalete sólo hubiera tenido una consecuencia, el aniquilamiento de la monarquia de Toledo: cada señor de territorio se habría alzado independiente, creando aquí un feudalismo a lo frances con solidaridad respecto de sus vecinos, más firme y efectiva con los más afines; pero impidió esto el afán de botín, disfrazado o cohonestado con el mantenimiento de la unidad nacional bajo el valiato que provocó el paso frecuente de ejércitos poderosos por las comarcas del Ebro; y cuando la situación interior del país musulmanizado no consintió empresas en cierto modo exteriores, vino a estorbarlo también el poder de los carolingios, a la sazón naciente, quienes recordando los primeros tiempos de los godos se lanzaron sobre las tierras del Midi con el propósito de incorporarlas a su corona.
Estos dos motivos determinaron la separación política de unas tierras de otras, pero las afinidades históricas creadas por la geografía subsistieron: los refugiados llevaron a la montaña elementos con los ultrapirenaicos y de separación con los musulmanizados, y de este modo y por estas causas, allí donde no penetraron los invasores se proclamó la unión con la parte de la monarquía goda libre de perturbaciones aceptando la dominación franca cuando fué necesario pero arrojándola en cuanto fué posible.
El centro político de atrcción de las entidades territoriales libres de la dominación musulmana fué durante los siglos VIII y IX Tolosa, y el eclesiástico Narbona.<7p>
La aparición de este condado en la historia es contemporánea de la de Navarra. Los historiadores suponen o dan por firme que un varón o Barón, de origen ignorado, llamado Aznar Galindo se apoderó de Jaca quitándosela a los musulmanes, se hizo fuerte en ella y fundó un condado. Lo cierto es que al propio tiempo que Iñigo Arista en Navarra, había en Jaca con el título de conde un Aznar Galindo, que reconocía como señor a los duques de Tolosa, por los cuales tenía la tierra.
La aparición de este condado no la presentan los historiadores como milagrosa, pero tan
fuera de los natural, que bien puede tomarse como milagro. Hacia la época en que los Beni Muza se
disputaban entre sí y con los valíes afectos a los emires de Córdoba diversos territorios
comprendidos entre lo que más tarde fueron los reinos de Aragón y Navarra, un caudillo
desconocido Aznar se apoderó de la ciudad de Jaca y de su territorio. Aznar sostubo su
conquista en medio de las luchas de los Tauel, Beni Casi y Tochibíes, y con el título de
conde Aragón, nombre del río más importante del país, asoció a los reyes de Pamplona su destino.
¿No es verdaderamente maravilloso que un desconocido se apodere de Jaca y su tierra, funde un condado,
asocie al rey de Navarra su suerte y persista en posesión de la tierra ganada en medio de tantos enemigos?
Aznar Galindo no era un desconocido ni un aventurero: era un montañés, un nacional de la España que reconoció a los reyes godos de Toledo como sus soberanos, un hispánico de los que al apoderarse los francos de la Galia gótica y de los valles del Pirineo reconocieron la supremacía de los condes de Tolosa. ¿Era hijo de un Galindo que posiblemente sucedió en este condado a Berenguer allá por los años 835-841, fecha que coincide con la de aparecer Aznar Galindo en el condado de Aragón?
Jaca no estuvo nunca dominada por musulmanes; al menos ni las historias árabes ni los cronistas cristianos la nombran como campo de batalla; su situación en uno de los caminos más frecuentados del Pirineo impidió que continuara el gobierno anterior de modo estable, y no es casual que éste se restableciera cuando pacificada la Galia gótica fué posible restablecerla.
Aznar fué desposeído del condado por un yerno suyo, Garcia el Malo, quien repudió a su mujer para casarse de nuevo con una hija de Iñigo Arista y mató a su cuñado Cástulo; el conde desposeido dió cuenta de lo acaecido al rey franco y éste le encomendó los territorios de Cerdaña y Urgel, de los cuales está fuera de toda duda fué conde.
Cómo recibió el condado el hijo de Aznar Galindo se ignora, pero Galindo Aznárez, su hijo, lo poseyó; aún hubo después de éste dos condes, su hijo y su nieto. que se llamaron como su padre y como él; Endregoto, hija del último casó con Garcia Sánchez I de Pamplona, y por este matrimonio se unieron políticamente aragoneses y navarros.
No aparece en la historia antes de la Reconquista, y al sonar su nombre por vez primera se presenta como condado propio de los mismos condes de Tolosa y esto en los albores del sigo IX, año 807.
En el último tercio de éste aparece ya un conde privativo de Ribagorza, Ramón, probablemente hijo de un conde Bigorra llamado Donat Lop; una hermana de este Ramón de Ribagorza, Dadildio, fué la segunda mujer de Garci-Giménez, el fundador de la segunda dinastía navarra, y madre de Sancho Garcés I.
Bernardo, su sucesor, casó con Toda, hija del conde de Aragón Galindo Aznar II, y este matrimonio pasa por ser el fundador del monasterio de Ovarra, en las orillas del Isábena.
El heredero del conde Bernardo se llamó como su abuelo Ramón, y casó con Garzendís, hija de un conde ultrapirenaico; en este tiempo se consagró la iglesia catedral de Roda, año 956. Ana, hija de estos cónyuges fué mujer del conde de Castilla, Garci-Fernandez.
Siguiéronse varios condes que tomaron parte en hechos de armas contra los moros, y en el primer tercio del siglo XI, allá por los años 1015-1025 se incorporó el condado a los dominios directos de Sancho Garces III, el Mayor.
El afán de heredar a los hijos dándoles a todos parte de la herencia paterna y con iguales honores, hizo que el conde Ramón I separase Pallás de Ribagorza, dando el primero con el título de condado a su primogénito Isarno.
Las inclinaciones de esta rama condal no se apartaron de los de la otra; el primer conde privativo de Pallás, Isarno, cayó prisionero de los moros en Tudela; otro fué muerto por los moros en Monzón; hasta la extinción de la dinastía navarro-aragonesa, año 1134, los condes de Pallás llamaron señores suyos a los reyes de Aragón.
La única cuestión crítica que ofrece la historia de Ribagorza es la del origen del obispado de Roda: quieren unos que sea la sede de Lérida trasladada a dicha villa cuando los moros llegaron a esta ciudad; quieren otros que sea la de Ictosa, mencionada en la Hitarión de Wamba, documento perfectamente legítimo.
Ni uno ni otro; ningún derecho legítimo puede alegar Lérida, para creer que su sede fué trasladada a Roda, absolutamente ninguno. Roda no es Ictosa: esta ciudad episcopal de la Hitarión corresponde a la Octogesa de los romanos y por César se sabe que estaba en las orillas del Ebro; las confrontaciones que da el documento de Wamba no han sido identificadas con poblados actuales tampoco, sino arbitrariamente.
Obispos conocidos no hubo en Roda hasta mitad del siglo X, y su diócesis careció siempre de límites ciertos aun tradicionalmente.
Hay, en cambio, hechos que permiten afirmar que el obispado de Roda es el de Zaragoza: sábese que el obispo de esta ciudad huyó llevándose las reliquias más preciadas de su iglesia, los cuerpos de San Vicente y San Valero; pues estos venerados restos existen en Roda, cuya catedral está bajo la advocación del primero.
El emblema de la catedral de Roda es el mismo que el de Zaragoza : el Agnus Dei; desde cuándo, no se sabe; la tradición unía las dos iglesias en la segunda mitad del siglo XII, como unía las tierras la tradición política.
Si Urgel y Cerdaña vieron moros, fueron los que formaban los ejércitos invasores de Francia; la dominación musulmana no fué permanente ni estable en ellos; allí no hubo propiamente reconquista ni formación de núcleos nuevos; fueron los antiguos los que continuaron y sobrevivieron a la monarquía goda; a principios del siglo IX hay condes de Urgel y Cerdaña y se consagra la catedral de la primera.
De las tierras hoy catalanas, las que más sufrieron a consecuencia de la venida de los moros por su condición de tierras de paso fueron las comprendidas entre Lérida y Barcelona a lo largo de la vía romana que unía las dos ciudades, por Igualada y Martorell, y las situadas entre Barcelona y Gerona por el Vallés y falda oriental del Monseny.
Esta condicion de paso las asoló ya cuando entre 711 y 718 los musulmanes recorrieron la Península y obligaron a los señores territoriales o condes a someterse o acatar la soberanía de los valíes y emires y produciendo aquel asolamiento que reflejan los documentos posteriores relativos a la repoblación; además, estos desastres promovieron sublevaciones en cuanto aquellos ejércitos desaparecían. La historia no recuerda claramente a estos sublevados, pero conoce un Munuza alzado en Cerdaña, de acuerdo con Eudon, duque de Aquitania.
Una tradición muy vaga y confusa, cuyos orígenes no son conocidos, habla de un caudillo y doce barones, que como en otras partes de la cordillera marginal del norte de la Península dieron aquí el grito de independencia y restauración de la patria perdida. Como en Aragón y Navarra y Asturias, la imaginación de los cronistas ha exornado esa tradición con detalles increíbles, convirtiéndola en historia. Pero si tal como la presentan los amañadores posteriores es inadmisible en absoluto, su fondo, su afirmación de que en el rincón montañoso que forman los Alberes y la sierra de Cadí se constituyó un núcleo de resistencia y ataque que organizó la tierra y fué, andando no mucho tiempo, un centro temible para los condados limítrofes sometidos a los musulmanes y más tarde a los francos, la historia debe reconocerlo y afirmarlo.
El empeño tenaz de Carlomagno y de su hijo Ludovico Pío de constituir en esa parte Estados bien organizados, que impusieran el orden y con él la terminación de las algaradas en país franco, manifiesta bien a las claras que tal estado de confusión existía. Porque sólo a esto y sólo por esto vinieron los francos a las tierras de aquende el Pirineo.
Los mismos sometidos a los valíes sentían la necesidad de un gobierno que pusiera fin a las revueltas.
Las constantes sublevaciones de Zaragoza, Lérida y Barcelona demuestran la intranquilidad; el acuerdo entre los gobernadores de esas ciudades y Carlomagno, que motivó la venida de este emperador a Zaragoza, evidencian que los propios musulmanizados deseaban salir de la opresión musulmana.
Pero tan natural como ese deseo de paz era el de vivir independientes y, sobre todo, el de no caer bajo la dominación de los francos. La condición de frontera había hecho sufrir a estos pueblos en las guerras de godos y francos mucho más que a los de la España central y la Bética. Durante dos siglos y medio todas estas comarcas cispirenaicas habían estado en armas contra los merovingios, resistiendolos dentro de sus términos o atacándolos en los de ellos; se había formado una tradición de odios y rencores como se formó durante la dinastía austríaca, y esta tradición no podía desaparecer en un momento ni menos el odio convertirse en amor.
De aquí las vacilaciones del régulo zaragozano y la existencia de un partido nacional que proclamaba la independencia del país con respecto a cordobeses e imperiales. Pero como el estado de confusión no cesaba y no se veía su fin, de aquí también la tenacidad de Carlomagno por establecer Estados barreras que libraran las Galias de las perturbaciones consiguientes.
Despues de lo de Roncesvalles hizo Carlomagno un reino de Aquitania, del cual proclamó rey a su hijo Luis; tenía por fin esta creación dominar Roncesvalles y por tanto los vascones; el dominio de los valles franceses trajo como consecuencia el de los españoles, y para completar la constitución de este Estado barrera envió tropas a la actual Cataluña, las cuales, en 785, conquistaron Gerona, motivando una contraofensiva musulmana que llego hasta Tolosa (793). Ludovico Pío vino en 798 a organizar los territorios y estableció un conde en Vich, con el título de condado de Ausona; el objetivo de los francos era, sin embargo, Barcelona: el gobernador de ésta, Zeid, que había prometido entregarla, o se retractó o no pudo cumplir su promesa; entonces se pensó formalmente en conquistarla y en el año 801 se organizó la expedición, que al cabo de siete meses de asedio se apoderó de la ciudad.
Acomodandose a los usos tradicionales, Ludovico hizo un condado de la tierra de Barcelona, que encomendo a Bera, sin duda un noble indigena, ya fuese del propio condado o de los franceses, pues la nacionalidad de los de uno y otro lado del Pirineo no la rompieron ni la invasión musulmana ni la franca.
Ludovico fundó también el marquesado de Gotía, que comprendía la Septimania, la Galia gótica y el condado de Barcelona, reconociendo así la indisolubilidad de las tierras que fueron de los godos en ambas vertientes, y como afirmando el hispanismo de los de allende nombró marqués al Bera investido con el condado de Barcelona.
Mas éste, inspirándose en las tradiciones de independencia respecto de los francos, propias de la gente de cuyo gobierno estaba encargado, se proclamó independiente y, vencido, fue depuesto.
Las vicisitudes del Imperio en tiempo de Ludivico Pío y de Carlos el Calvo repercutieron en el marquesado de Gotia y condado de Barcelona; en 865 se separaron ambas entidades políticas, Septimania y Marca Hispánica, siendo el primer marqués el que era conde de Cerdaña, llamado Salomón. A éste sucedió Vifredo el Velloso, nieto de Aznar Galindo e hijo de Sunifredo, conde de Urgel y de Cerdaña; en estos condados había sucedido a su padre el hermano de Vifredo, Mirón.
Desde luego son de notar dos hechos, uno geográfico y otro cronológico: reaparecen las antiguas comarcas ibéricas: vascones, jacetanos, ilergetes, cerretanos, indiketes, layetanos, ausonenses, unos con los nombres tradicionales, otros con modernos, pero correspondiendose las comarcas naturales.
Todos surgen contemporáneos: al mismo tiempo se hallan reyes de Navarra, condes de Aragón, de Ribagorza y Urgel, Cerdaña, Ampurias, Gerona y Barcelona, y para que el hecho cronólogico resalte más, contemporánea de la independencia de los reinos y condados pirenaicos es la del condado de Castilla.
Declaran ambos hechos que las tradiciones ibéricas no se habían olvidado, pero que en el Pirineo persistía el recuerdo de la unidad política de todos esos pueblos y de su independencia del país franco; su acción común contra las tierras del Ebro demuestra la persistencia del recuerdo de esa unidad y el propósito firme de restaurarla.
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