La Edad Media en la Corona de Aragón. Parte Segunda: Las instituciones Historia de Aragón.

La Edad Media en la Corona de Aragón. Parte Segunda: Las instituciones Historia de Aragón.

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Las Diputaciones

Son una derivación o hijuela de las Cortes, una continuación de éstas para llegar a un cuerdo reduciendo el número de diputados, pero preferentemente una comisión encargada de recaudar la parte del subsidio o servicio que el reino reunido en Cortes había concedido al soberano.

Estas concesiones eran el motivo casi único de convocarlas, y desconociéndose los empréstitos y la deuda y el papel moneda, era menester recoger en metálico la cantidad entera; por cada brazo se nombraban dos diputados que repartían la parte correspondiente a éste entre los suyos, y esos comisionados constituyeron las primeras Diputaciones.

Pronto vieron los ricos y poderosos la conveniencia de variar el procedimiento del cobro, y del impuesto directo pasaron al indirecto, creando tributos sobre la producción y circulación de la riqueza, pues como ellos no producían ni eran comerciantes quedaban de ese modo libres. Los comerciantes también vieron el cambio con agrado, pues quedaron exentos de pago, ya que el tributo lo cargaron sobre los precios: de este modo vino a recaer el peso de los impuestos sobre la parte más pobre del país.

El tránsito era consecuencia de la evolución hacia el capitalismo e individualismo que se infiltraba en aquella sociedad; al antiguo principio de que la riqueza es la que debe sostener las cargas del Estado, y que determinó el dicho axiomático de que << a quien nada posee, el rey lo hace franco>>, sustituyó el principio igualitario de que todos los ciudadanos deben sufragarlas, y para obligar a los desheredados a ello, se impuso el tributo sobre la vida, cargándolo sobre los artículos de primera necesidad.

Las Diputaciones, creídas de que por su origen eran la más genuina representación del reino, estimuladas por los de su clase y alentadas por los reyes, se constituyeron en el más alto cuerpo del Estado después del rey y con este carácter pasaron a la Edad Moderna.

La concepción medieval del Estado

Por el modo de entender la propiedad inseparable de la autoridad, el Estado, que no es otra cosa que el conjunto de organismo bajo cuyas órdenes se mueve y rige la sociedad, era concebido de muy distinta manera que hoy. Como no es posible la vida social sin coordinación de esfuerzos y voluntades y esa coordinación exige subordinación de unos a otros (esta es la razón de la existencia de los Estados) la Edad Media conoció la organización a que hoy damos ese nombre, pero de modo distinto, casi opuesto.

La disgregación de la autoridad lo imponía : no era como es hoy, hablando metafóricamente, una columna, un cono o una pirámide en cuya base estaba el pueblo y en su cúspide o remate el poder central dirigiéndolo todo y ordenando sobre todo; no eran los colocados en los más altos puestos las únicas cabezas pensadoras ni los únicos brazos; más bien semejaban la clave de varios arcos convergentes en ella, y que merced a ella se sostenían sin hundirse.

Cada uno de esos arcos cumplia su fin dentro del conjunto y aguantaba su peso con independencia de los demás; el Estado era visto no como un organismo, esto es, como un sistema de órganos sin vida propia, aunque con funciones propias, cuya existencia no dependía exclusivamente de él, sino de todos los otros; era visto como un conglomerado, cada una de cuyas partes podía vivir por sí misma independientemente de las otras, al cual era posible agregar otros territorios y tambien segregarlos, porque ni aquello ni esto influía en la vida social y política; la agregación aumentaba el poder, la segregación lo disminuía; mas ni esto se consideraba mutilación capaz de producir la muerte, ni aquello robustecimiento de la vida orgánica de la nación.

El Estado era territorial, no autoritario, es decir, se apoyaba en la tierra y no en la autoridad; estaba a su cabeza el rey y eran su últimos miembros los ciudadanos, cuyos pies estaban como hundidos y clavados en el suelo.

Dentro del desdén, no de entonces sino posterior, con que fué mirado el labrador, el hombre de las villas, el villano, era la clase rural la preponderante, la que se imponía, la que daba el tono a la nación; las clases entre el rey y ese pueblo rural vivían de atavismo, de tradiciones y aunque aparentaban mandar eran mandados, y aunque eran propietarias no poseían. Y la posesión era la riqueza, y la riqueza era entonces como siempre la fuente de la cultura y de la libertad civil y política.

El crecimiento del poder real dícese que se hizo a expensas del de la nobleza y si no en beneficio del pueblo apoyados los reyes por el pueblo. Tal vez el hecho sea cierto: ese pueblo rural estuvo siempre al lado de los reyes cuando éstos se vieron combatidos por los nobles y los ciudadanos y con él sometio el rey a los revoltosos; pero la transformación del Estado no siguió los rumbos que esa conducta parece determinar, sino los opuestos.

La anulación de la nobleza fué sólo parcial: los nobles cedieron a los reyes la parte de autoridad que tenían sobre sus señoríos, conservando sin embargo las tierras con un mayor dominio útil, y fueron los rurales los que cargaron con el peso entero del Estado; entonces éste tomó en su mano la autoridad absoluta y se declaró propietario eminente del suelo.

Este que había sido hasta entonces el Estado, la nación (queda todavía en el lenguaje ese recuerdo, pues se dice se levantó España por los españoles), dejó de serlo, para ser del rey, el cual pudo desde aquel momento disponer de él echando impuestos, pudo disponer de sus cultivadores o vasallos y convertirse en rey absoluto.

El concepto de libertad política que tuvo la Edad Media desapareció; para los hombres de aquella Edad consistía no en la facultad de los seres humanos de ir y venir y establecerse en un municipio y votar, si se lo concedían, sino en la facultad de disponer del territorio propio del núcleo social de que formaba parte, sin intromisión alguna y sin más trabas que las nacidas del orden moral.

Extraido de: La Edad Media en la Corona de Aragón de Andrés Giménez Soler. Editorial Labor, S.A., Madrid. 1930