La Edad Media en la Corona de Aragon Historia de Aragón.

La Edad Media en la Corona de Aragon Historia de Aragón.

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La Reconquista.

Sus origenes

La lucha de ocho siglos que se llama Reconquista, en que se empeñaron los cristianos fugitivos de la invasión musulmana con los musulmanes invasores, respondió siempre al carácter que tuvo en su principio, de recuperación del territorio: éste fué su carácter esencia; con el tiempo influyeron en ella otros factores, principalmente el religioso, pero éste jamás fué el impulsor, sino el concomitante, y esto por influencia extranjera, no por movimiento espontáneo de los españoles.

El texto de don Juan Manuel en su <<Libro de los Estados>> es tan expresivo, tan categórico y terminante, que no permite dudas acerca de ese carácter reconquistador ajeno del todo a la lucha religiosa.

He aquí las causas morales de la Reconquista, acentuadas cada vez con más energía, razón por la cual en los siglos inmediatos a su conclusión, juzgando los historiadores el principio por su fin, inventaron tanta leyenda en lo piadoso y en lo profano.

Los orígenes de la Reconquista son, pues, claros y evidentes; los desposeidos se refugiaron en tierras libres de los trastornos, al amparo de hombres que por su aislamiento vivían en un estado seminatural y satisfechos de su organización, o que, dedicados a la rapiña, habían hecho de la guerra su profesión; a los pacíficos los convirtieron en guerreros, y a los que ya lo eran los estimularon, santificando lo que antes consideraban crimen.

Astures y vascones son de los últimos: siguiendo la inclinación de los montañeses, habían descendido muchas veces al llano durante la monarquía goda con propósito de ganar botín; no hay monarca de los antecesores de don Rodrigo que no hubiera de luchar contra ellos, principalmente contra los vascones, siempre al decir de los cronistas domados y sometidos, y constantemente rehechos y agresivos. En tiempo de Chindasvinto, capitaneados por Fraga, que intentaba, dicen, destronar aquel rey, descendieron desde los Pirineos a Zaragoza; gens effera los llama el obispo Tajón, quien pinta su venida con muy negros colores; mataron a muchos cristianos, dejando sus cadáveres abandonados a los perros y a las aves de rapiña; asesinaron a muchos clérigos, saquearon y destruyeron iglesias y se llevaron cuantioso botín y numerosos cautivos.

Muza dicen que hizo capitular a Pamplona, pero Ocba, veinte años después, volvió a tomarla, dicen también; los historiadores árabes, hacen mención de campañas de los emires en la región de Alava, y los cronistas francos de expediciones de ultrapirenaicos a Pamplona.

La continuidad del pueblo vascón, desde la época goda a la musulmana, la prueba la Historia; ¿cómo no admitir esa misma continuidad dentro del período ya musulmán desde la venida de Tarik hasta que la Historia conoce concretamente reyes de Navarra? Es indudable que ese pueblo tenía una organización y jefes, ya fuesen reyes, o caudillos, y que con la misma siguió viviendo, aunque el progreso de los tiempos la hiciera ir evolucionando.

He ahí explicado el origen del Reino de Navarra, de Pamplona, como se llamo hasta el siglo XII, ¿Qué importa no conocer la serie de reyes ni el tiempo que reinó cada uno? Estos detalles podían interesar a los historiadores del Renacimiento que reducían la historia a reinados, pero no interesan absolutamente nada al historiador, que ve la sociedad organizada y considera a los hombres y a los jefes como detalles transitorios y sin importancia.

¿Cuándo aparece el condado de Aragón? Es problema idéntico al del nacimiento del Reino de Navarra. Como Pamplona, era Jaca una ciudad centro de un territorio, que dominaba; su pueblo, que recibía de ella el nombre, no tuvo en la época goda la resonancia que tuvo el de los vascones, quizá por menos guerrero, y los cronistas del tiempo no consideraban dignos de mención más que los hechos de guerra; quizá también porque la proximidad los hizo solidarios, y es lo más probable, porque Jaca es ciudad que domina los caminos del Pirineo al llano de Zaragoza, centro de atracción de las incursiones vasconas.

Aunque Jaca y el condado de Aragón no suenen hasta muy tarde en la Historia, Jaca y su tierra existían ya en el siglo primero de nuestra Era; tenían entonces una organización, seguramente la de ciudad, que se transformo en condado, lo cual prueba que la evolución histórica entró en ella más que en las Vasconía, cuya organización aparece más primitiva y más indigena, y esa organización continuó, pues aparece en tiempos conocidos documentalmente. ¿Que importa que se ignore la serie de condes y el nombre de éstos? Conocerlos sería conocer más detallada su historia, pero ignorarlos no es cosa que obligue al historiador a declarar que la oscuridad reina en aquélla; la historia no es biografía de reyes y caudillos, ni serie de nombres y fechas, sino acción de pueblos sobre un territorio, y la del pueblo jacetano se presenta continua antes y después de lo del Guadalete, sobre el territorio que aun se llama tierra de Jaca.

Condado de Aragón
Condado de Aragón

Si este condado sufrió las consecuencias de la caída del Reino godo y su capital fué tomada o dominada por los que se afiliaron al partido invasor, es hecho discutible, por no haber pruebas ni en pro ni en contra, la tradición afirma su reconquista, y, por consiguiente, su conquista; no fué ésta muy duradera, sin embargo, y antes del siglo IX se restauró el poder de los condes, bajo la supremacía de los de Tolosa.

Sobrarbe
Sobrarbe

Sobrarbe es un trozo del Pirineo sumamente abrupto y cerrado, que sólo tiene entrada fácil a lo largo del Cinca, y su afluente principal el Ara; aun esos pasos son fáciles en relación con los puertos de cuantas montañas separan esta cuenca de sus adyacentes, las del Esera por oriente y el Gállego por occidente; forma Sobrarbe los valles de Broto, río Ara, y Bielsa y Gistain, que corresponden cada uno a un brazo del Cinca. El macizo pirenaico de las Tres Sorores o Treserones, constituye el límite Norte de aquéllos y sus pasos en ese macizo pirenaico son los de Bujaruelo y La Pineta, que los ponen en comunicación con el país de Bigorra en la actual Francia.
La villa principal de Sobarabe es Ainsa, situada en la confluencia del Ara y el Cinca, en el contacto de la llanura de pie de montes con la región montañosa.

Sobarbe no suena en la historia de la antiguedad ni de la época goda; hay que llegar a la Reconquista y ésta ya en marcha para encontarlo. La tradición, sin embargo, le da el título de reino y hace del campo de Ainsa teatro de muchas y sangrientas batallas, y a los sobrabienses autores de la constitución futura del reino aragonés.

Es aquí donde más se ha ensañado la fábula o la leyenda contra la verdad histórica; los historiadores del siglo XVI, menos Zurita, se apoderaron de la tradición, la explicaron a su antojo, la desfiguraron añadiéndole detalles, episodios e incidentes, y hoy es tal la confusión y el descrédito de cuanto se refiere a Sobrarbe que se duda de todo, menos de que hubo un fuero de este Reino, aunque cuál sea, es también muy dudoso, y muy controvertible su antiguedad.

Que Sobrarbe antes de unirse al condado de Aragón y reino de Navarra tuviese independencia y se gobernara por leyes propias, puede afirmarse; el régimen de valle aparece a toda su historia posterior, sin mencionarse jamás condes, ni menos reyes, y este régimen supone independencia total y completa. La tradición habla de consejos, en cuyas manos estaba la gobernación de Sobrarbe, mezcla en guerras los sobrarbienses y los moros y recuerda batallas alrededor de Ainsa, el sitio de esta fortaleza y el auxilio rápido y espontaneo de un rey, cuyo principal Estado, el de origen, se pone en Bigorra, al otro lado del puerto de Bujaruelo.

En el fondo de esta tradición se descubren agresiones de los de Sobrarbe a las tierras llanas, defensa mediante ofensivas de los de Barbastro, Monzón, Lérida y Huesca, y solidaridad entre los montañeses de una y otra vertiente.

Ribagorza y Pallás son otro macizo montañoso, por cuyos hondos corren el Esera, el Isabena y los Nogueras, el Ribagorzana y el Pallaresa; los dos primeros se juntan en Graus, y juntos afluyen al Cinca en el Grado; los dos segundos son afluentes directos del Segre, al cual se unen en el llano de Lérida. Constituyen una comarca natural el Esera y el Isabena, y desde su aparición en la vida política es designada con el nombre de Ribagorza, en latín ínfimo: Ripacurcia; En esos principios aparece también como dependencia del condado o marquesado de Tolosa, en Francia, en lo político y en lo religioso del arzobispado de Narbona.

Estas son las comarcas aragonesas que definitivamente quedaron enclavadas en el reino de Aragón y donde comenzo la Reconquista; en las que al fin quedaron incluídas en Cataluña la iniciación de aquella empresa, corrió pareja de las comarcas de Aragón.

El Pallás siguió la suerte de Ribagorza en estos primeros tiempos; una y otra comarca tuvieron sus condes propios, que al constituirse el reino de Aragón y extenderse hacia Oriente reconocieron como señores a estos reyes; el valle de Arán se inclinó también hacia este lado.

El curso medio del Segre formó el condado de Urgel, con condes propios independientes, que aspiraron al señorío de Lérida.

Los orígenes de la Reconquista en la Cataluña de tras la sierra de Cadí son tan confusos como los de Sobrarbe, no obstante la unidad geográfica de la región limitada por aquella sierra, en la cual se comprenden todas las que limitan la orilla izquierda del Segre; el Montserrat al sur, los Alberes, desde el cabo Cerbera hasta su entronque con los de Cadí al norte y el mar al este; aparece la región en la época ibérica dividida en numerosas nacionalidades y pueblos, que, como siempre y en todas partes, ocupan comarcas naturales. Fuera de los límites marcados, cae la Cerdaña, comarca natural, aislada de los limitrofes que en tiempos de Wamba se erigió casi en portavoz de los rebeldes; aquí en Cerdaña se coloca el campo de acción de otro insurrecto contra el gobierno de Córdoba, Munuza, moro según el Pacense, esto es, bereber, pero cuya conducta es la de un hispano-romano; Munuza intentó declarar independiente su pais, para lo cual se alió con Eudon, duque de Aquitania. La reconquista, sin carácter religioso aún, como recuperación de la independencia, no como medio de restaurar la unidad política goda, sino la propia y privativa de los señores de las ciudades, tiene en Munuza un representante.

Las comarcas comprendidas en los límites antes prefijados, situadas en pasos o caminos, desoladas y asoladas por los ejércitos reconocieron la soberanía de los valíes, hasta que Carlomagno y Ludovico Pío, ayudados por la decadencia del poder musulmán de Córdoba, organizarón la Marca hispánica, que propiamente no es más que una consolidación del estado anterior a lo del Guadalete, con un jefe puesto por ellos.

Pero de la Marca hispánica quedan excluídas tierras catalanas, ésas de la sierra de Cadí, las del angulo que forman los Alberes en su entronque con aquélla, donde están las fuentes de los cuatro ríos que corren casi paralelos: Muga, Fluviá, Ter y Llobregat, donde la tradición coloca un núcleo reconquistador, donde muy probablemente estaba el fuerte de Ainzón, godo o moro, paladín de la independencia contra cristianos, francos y musulmanes bereberes, valiéndose de los unos contra los otros. En esa comarca nació el Estado catalán, y en ella deben buscarse las ciudades ibéricas sin identificar y cuyos nombres nos han conservado sus monedas.

Dedúcese de esta ojeada sobre las comarcas pirenaicas en los tiempos inmediatos a la invasión, que ocurrió en ellos lo mismo que en las musulmanas: que los hombres no cambiaron sus ideas; los núcleos sociales siguieron viviendo su vida; donde no era posible la defensa, sometidos los señores y llamándose, según la moda nueva, Omares, Abderrahamanes, Abdelmelikes, etc., para conservar su autoridad y su posición; pero el desbarajuste político y social, las vejaciones de los ejércitos y de las bandas extrañas al pais y favorecidas por el poder, así como la falta de tradición política de Sevilla y Córdoba, despertaron en esos amigos por necesidad del nuevo régimen, el espíritu de indendencia y el de solidaridad con los ultrapirenaicos.

Es patente en este primer momento de la Reconquista la unidad de la España o provincia Tarraconense, es decir, ístmica; los montañeses se colocaron bajo la soberanía de los condes de Tolosa; los situados al pie de los montes, en el llano, desde Tudela a Bercelona, vacilaron entre Carlomagno, los francos o Abderrahman I, buscando siempre ayuda del uno contra el otro, para no caer en manos de ninguno de los dos; el emir era obedecido si el franco ahogaba; el franco era llamado si el que ahogaba era el emir.

Dentro de la unidad que se vislumbra en esa provincia Tarraconense, se advierte también un fuerte espíritu comarcal; la tendencia unitaria está fortísimamente contrarrestada por otra disgregadora que procura dar autonomía a las tierras y separarlas de sus limítrofes y afines; la España ibérica resucita en este momento, rasgado el velo de la ficticia unidad romana y goda que la cubrió; la edad subsiguiente supo aunar a maravilla las dos tendencias.

Durante el siglo VIII, el primero de la España musulmana, todo es confusión, cuando no es incertidumbre o falta total de noticias. Pueblos esos montañeses de escasísima o nula vida política, relegados a sus montañas, sin trato con los del llano, la invasión no influyó directamente sobre ellos; siguieron como antes y obedeciendo a sus señores, porque tampoco éstos eran otros; la diferenciación entre musulmanes y cristianos tardó en venir, porque la musulmanización, la predicación del Islam en España no comenzó hasta cerca de medio siglo después de la derrota del Guadalete; la arabización en los trajes y en las costumbres no se realizó nunca, y en la lengua era imposible que se hiciera.

No es casual, sino muy conforme a la razón, que las tradiciones todas pongan el origen de la Reconquista en los cenobios, y que cada una de las entidades políticas que luego constituyeron el reino aragonés tengan dentro de su territorio un monasterio fundado antes de venir los moros, o de fundación posterior, o un obispado establecido allí provisionalmente, o un santuario cuyo patrón es siempre contemporáneo de los primeros movimientos reconquistadores y de origen ultrapirenaico: esos centros espirituales fueron el fermento que transformó los pueblos y los encarriló hacia la formación de Estados con la mira puesta en un Estado mayor, que abarcara toda la península y toda la España que obedeció a los godos.

San Salvador de Leyre en Navarra, San Juan de la Peña en Aragón, San Victorián en Sobrarbe, Ovarra y Roda en Ribagorza, Ager y Alaón en Pallás, el obispado de Urgel en el Noroeste de Cataluña y Cerdaña fueron centros de espiritualidad que prepararon los pueblos durante el siglo VIII para lo que fueron en los siguientes. Sin ellos, la reconquista no se hubiera hecho: los señores, se vió en ese siglo de dominación musulmana, habrían mantenido relaciones de amistad con los sedicentes musulmanes, porque su fervor cristiano era similar del musulmán de éstos; sin aquellos cenobios, obispados y santuarios la diferenciación posterior no se habría realizado ni sobrevenido la lucha, ni la tradición de unidad política impuesto, ni España llegado a ser tan pronto. Ellos mantuvieron los recuerdos nacionales que ahogaron los más antiguos de los tiempos ibéricos, ellos prepararon la unidad de las comarcas para que la unión de todos los españoles se fuese realizando.

Al alborear el siglo IX (año 800) la evolución había terminado, y aparece clara y distinta la frontera de los dos pueblo y de las dos religiones, marcada por una línea de fortalezas en la última estribación del Pirineo: Uncastillo, Sarsamarcuello-Loarre; Alquézar, Roda, Ager.

Extraido de: La Edad Media en la Corona de Aragón de Andrés Giménez Soler. Editorial Labor, S.A., Madrid. 1930