La Edad Media en la Corona de Aragón Historia de Aragón.

La Edad Media en la Corona de Aragón Historia de Aragón.

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Política mediterránea de Fernando el Católico

Conquista de Napoles

El rey se movía dentro de Castilla en un ambiente de hostilidad tan enrarecido que aún subsiste; no pudiendo señalar hechos que lo acrediten de mal gobernante, le atribuyen malas cualidades, envidia, suspicacia, codicia; y cuando la verdad se impone le niegan todo epiteto favorable, los acumulan, en cambio, en su mujer y atribuyen a ésta lo que su marido hizo, desentendiendose de lo que la propia reina afirmó. Fernando, hijo de padre y madre castellanos, fué para las gentes de Castilla el marido de la reina y el rey de Aragón, un extranjero.

Esta situación, a la que coadyuvaba la reina, era un freno de su voluntad y de su brazo. Por otra parte, la vida interior de Castilla y el no tener ésta problemas de vida exterior, le imposibilitaban llevar el pueblo de Castilla por derroteros de ideales. Para merecer de los contemporáneos la consideración de grande hombre es necesario encarnar un ideal y Castilla carecía de él. El que le dió vida, la Reconquista, lo había olvidado desde las Navas; desde las conquistas de San Fernando la guerra con los moros habíanla sostenido andaluces; ahora mismo, en la lucha contra Granada habían sido éstos quienes la sostuvieron.

El resto del reino castellano contribuyó con dinero y no fué esta causa pequeña de desafecto al rey ni pequeño motivo de tacharlo de avaro.

Vió, sin embargo, el problema nacional que, realizada la unión de los dos reinos, y extinguido el de Granada, se planteaba a la vida española; el problema del Mediterráneo, y con él el problema de Africa. Todos los autores entusiastas de la reina Católica publican o aluden a la cláusula de su testamento que señala el Africa como meta de la expansión española y dedican unas líneas a la política africana del rey Católico, cuando fué él quien inició esa expansión y en cuanto pudo la llevó a cabo; en rigor no la inició, continuó pensando en el Mediterráneo, según habían pensado sus antecesores en el trono aragonés, y lo tomó como finalidad de sus actividades y objeto de su diplomacia, procurando crear para España un ideal, que la animara en lo sucesivo.

Alfonso V había conquistado Nápoles con hombres y recursos de la Corona de Aragón, pero lo había separado de ésta, nombrando heredero a un hijo suyo bastardo, de nombre Fernando. La rivalidad con Francia, resucitada con esa conquista, no se extinguió con el triunfo del aragonés, y en cuanto se presentó ocasión, Carlos VIII y Luis XII intentaron apoderarse de aquel reino sobre el cual habían reinado los de Anjou desde el siglo XIII, marchando con un poderoso ejército contra él.

Era esta empresa en absoluto mediterránea; se disputaba en ella una corona, un reino, pero en realidad el predominio del mar; Francia buscaba convertir la cuenca occidental del Mediterráneo en un mar francés y le era necesario afianzar sus plantas alrededor del mismo para dominarlo. Poseído Fernando el Católico de idéntico propósito era fatal que se encontrasen, y se encontraron; el rey de España, más hábil, supo atraerse a Roma y otras potencias de Italia; conocedor asimismo de los hombres, supo ver en don Gonzalo Fernández de Córdoba el caudillo que necesitaba.

A Fernando las conquistas territoriales de Francia, en el Norte de Italia, nada le importaban, y por esto le dejó las manos libres ahí en el tratado que celebró con Carlos VIII en 1493, pero le interesaban grandemente las adquisiciones que esa potencia hiciera en el Sur, por el carácter marítimo de esta parte de aquella península; por tal razón buscó un motivo para intervenir en Nápoles cuando la actividad francesa se ejércio sobre este reino.

Para ello, además de buscar ayudas poderosas en la península (Roma, Milán y el partido aragonés de Nápoles) y fuera de ella (Alemania), con las cuales constituyó la Liga santa, envió un ejército a las órdenes de don Gonzalo Fernández de Córdoba excelente estratega y hombre que por su fastuosidad y generosidad había de sojuzgar los ánimos de aquellos hombres del Renacimiento.

Dos campañas sostuvo Gonzalo de Córdoba, una de 1495 a 1498, en la cual ya mereció por su estrategia el título de Gran Capitan, y en la cual no lució sus talentos por no ser el jefe supremo del ejército.

La segunda campaña, comenzada en 1500, vino a consecuencia de desaveniencias surgidas al plantear la realización del tratado por el cual España y Francia se repartían el reino de Nápoles; las dos potencias querían como suyas las provincias llamadas Basilicata, Capitana y Principado; Gonzalo de Córdoba obtuvo contra los franceses la victoria de Seminara, vengando la derrota que aquí mismo sufrió en la campaña anterior, y sobre todo logró las de Ceriñola y Garellano, que se han hecho famosísimas, que marcaron un gran progreso en el arte militar y decidieron la campaña en favor de España. A los franceses sólo les quedó la plaza de Gaeta, a la cual pusieron sitio las tropas de Fernando, rindiendola al fin por capitulación.

Fué don Gonzalo Fernández de Córdoba uno de los hombres más grandes de España en su tiempo, de los de más prestigio en Europa y seguramente de los que merecen figurar en la Historia Universal.

Todo era en él armónico: a una arrogante figura unía elegancia natural y gusto en el vestir; a su grandeza, un trato exquisito y llano; a su poder, una generosidad tan excesiva que no reconocía límites. Nada tiene de cierta la tradición que habla de las cuentas del Gran Capitán, pero si de algo puede decir la historia que si no es cierta debería serlo, es de ellas.

Pocos contrastes tan violentos ofrece la historia en dos caracteres como los que presentan el Rey Católico y el Gran Capitán en cuanto a dadivosos: era el uno tan tímido como atrevido el otro; el rey vivió en constantes apuros pecunarios y procuraba librarse de ellos guardando lo que poseía; el duque de Sessa no se preocupó jamás de lo suyo propio ni de lo del reino y lo que tuvo lo dió inmediatamente.

Tanto o más que sus méritos o sus obras han dado a cada uno la fama de que gozan; al uno la esplendidez y fausto, al otro su modestia y su avaricia, si su conducta se mide por la del Gran Capitán.

El gran delito de Fernando el Católico es no haber sido dadivoso, sobre todo con los cronistas aduladores que vendían sus elogios al mejor postor, y los del gran Capitán no son los que menos han contribuído a su fama para más alabar a quien tan espléndidamente los remuneraba, denigrando a quien creía Gonzalo que se había mostrado ingrato con él.

El gran Fernando espera una reivindicación en este punto como en tantos. La historia imperfectamente conocida deprime a ese monarca siempre que le compara con el Gran Capitán o Cisneros, como si necesitara empequeñecerlo para que los otros resulten más grandes. ¿Quién que juzgue serenamente no agradecerá a don Fernando que fuese como fué, que no hubiera sido como el otro? ¿Como trabajó más por la prosperidad castellana, siendo avaro de sus riquezas y celoso de su autoridad para imponerse a los nobles, o dilapidando la hacienda y volviendo a la anarquía de los tiempos de Enrique IV? De dos ingratitudes le acusan respecto del Gran Capitán: no haberle dado el Maestrazgo de Santiago habiéndoselo primetido, dicen, con cédula real, no haber perdonado su rebeldía al marques de Priego, sobrino de don Gonzalo y llevar su saña hasta derribar el castillo de Montilla, donde éste último nació.

Aun suponiendo cierta la promesa, que hasta hoy no se ha probado que sea cierta, la incorporación de los maestrazgos de las órdenes militares a la Corona, medida digna de gran alabanza, justificaría un cambio de opinión; ante el interés general de la monarquia, debían callarse todas las ambiciones.

En cuanto a lo del marqués de Priego, el propio cardenal Cisneros se puso enfrente de don Gonzalo, cuando éste requirio su apoyo para salvar a su sobrino. ¿Y era prudente política, era patriótico disimular una rebeldía por ser el rebelde sobrino de su tío? ¿Cuánta autotidad no habría perdido el rey y qué consecuencias no habría traído el disimulo?

Acúsase al rey Católico de envidia hacia el Gran Capitán; pero ¿en qué se funda la acusación? Los mismos cronistas de éste, que si no fueron asalariados, si muy remunerados, declaran que jamás en público ni en privado habló mal de él, antes decía que de un hombre como Gonzalo fernández de Códoba debía soportarse todo ¿cómo se sabe, pues, lo de la envidia, que si la sintió no la reveló a nadie? Pero el dicho corre por la manera de escribir la historia, aceptando sin crítica la que se viene diciendo.

Nótese, en cambio, que Gonzalo Fernández de Córdoba recibió en merced la villa de Loja y que aquí y en Granada vivió toda su vida con más fausto que los reyes, él que de joven se quedó sin patrimonio. A esta vida subvino la esplendidez real.

Y nótese este otro hecho por nadie notado y que demuestra el espíritu de españolismo que animaba al rey Católico: la conquista de Nápoles era empresa mediterránea, declaran todos los historiadores castellanos, que como tal extraña a Castilla; por los pactos de Segovia, cada reino conservaba su independencia y los regnícolas del uno no podían ejercer empleos en el otro. Don Fernando, reconociendo los talentos de don Gonzalo, lo envió a Nápoles: para él en España sólo había españoles.

Conquistas en berberia

El hecho, si no más notable, de mayor resonancia en la historia de España en relación con el Norte de Africa es la conquista de Orán. ¿Que razón hay para que esta empresa sea alabada y glorificada, y las demás casi no se mencionen ni se citen? Todos los historiadores contemporáneos de don Fernando (aun los que escribieron las hazañas del Gran Capitán con la esperanza de las grandes dádivas con que premiaba éste a cuantos dejaban a la posteridad memoria de sus hechos) convienen en que don Fernando era modesto, muy prudente y parco de palabras. Don Fernando no tuvo cronistas porque no los pagó, y no fué popular porque ni se alababa ni quería ser alabado, ni era pródigo, al paso que otros personajes que le oscurecen, unos recompensaron con esplendidez a cuantos escribieron su historia, otros se alabaron de hechos a los que simplemente colaboraron, para ganar gloria, mas para cuya consecución no hicieron sacrificio alguno.

Uno de éstos fué Cisneros en la conquista de Orán: un historiador nada sospechoso de afecto al rey Católico, don Antonio Rodríguez Villa, en su libro La reina doña Juana la Loca creyó de su deber insertar un fragmento de carta del rey Católico a su embajador en Roma restableciendo la verdad de lo sucedido en este asunto.

El cual trozo dice así: <<Miércoles a 16 de mayo (1509) fizo vela el Reverendísimo Cardenal de España con nuestra armada del puerto de Cartagena y llegó al puerto de Marçaelquebir, jueves siguiente, día de la Ascensión; y el viernes siguiente por la mañana, 18 de mayo desembarcó el dicho nuestro exercito y desbarató el exercito de los moros, y aquel mismo día milagrosamente tomo por fuerza de armas la ciudad de Oran. Decís que publican ahí (En Roma) algunos que el Cardenal de España ha fecho y faze a su costa los gastos de la guerra de Africa, y lo que del dicho cardenal se puede decir con verdad es que él tiene muy buen deseo para que se faga la guerra contra los infieles y que para el gasto que se fizo en la armada en que él paso nos prestó buen golpe de dinero sobre buena prenda para que que la paguemos del dinero que procediese de la cruzada y decima; y de todo ello no ha gastado un maravedí a su costa. Y esto de prestar dinero a los reyes, mayormente para guerras contra infieles no es cosa nueva, que siempre que fizieron las personas que lo podían fazer y después se les pagaba muy bien que fasta hoy no se les debe un dinero dello; y así se faze con el cardenal de España. Así que todo el gasto que se ha fecho y se faze y fiziera en la dicha guerra de Africa y agora en sostener a Orán que es de gran costa, hasta que placiendo a Dios se gane toda aquella tierra nos lo pagamos. Y si su Santidad o alguno de los muy Reverendos cardenales tiene concebida otra cosa informadlos de la verdad. Antes para con vos y esto no cureis de decirlo a nadie, el dicho Cardenal pasó con presupuesto que prestaría el dinero que fuese menester para pagar aquella armada y gente que con él pasó, fasta que la dicha armada y gente se volviese a Castilla dejando proveído a Orán, porque nos no teníamos dinero a mano para pagarla; y pues tenía él buena seguridad nuestra de ser pagado de todo lo que nos prestase para aquella creímos que lo fiziera así y no lo fizo. Antes en tomando a Orán se vino él luego de Marçaelquebir, donde estaba en las Galeas a Castilla, dejando allá el exercito sin otro remedio y aunque le pedimos dinero prestado para aquello mismo por fallarnos entonces desproveido, como habemos dicho no solamente no nos lo prestó, mas envionos luego a pedir a gran priesa lo que nos había prestado para el gasto de aquellos pocos días que tardó en hacer él armada y en tomar a Orán.GT;> (La Reina doña Juana la Loca. pág. 242).

No obstante lo cual, se sigue escribiendo que a su costa equipó Cisneros naves y tropas, y que una expedición dirigida por él, y de la que él sufragó todos los gastos, se apoderó de Orán, después de tenaz resistencia.

El ardor bélico del fraile franciscano, elevado por la reina Católica a la dignidad de arzobispo de Toledo y por el Papa a la de cardenal, a súplica del rey, se apagó apenas logrado el propósito de unir su nombre a esa empresa. Pedro Navarro continuó combatiendo plazas berberiscas desde Trípoli a Melilla, de modo que toda la costa de la cuenca del Mediterráneo occidental, o era española o estaba bajo la influencia política de España.

Las excelencias de esta política no es menester ponderarlas. ¡Que otra la suerte de la nación española si los sucesores de Fernando la hubieran continuado! Ella es la única nacional, por ser la única fundada en la geografía. España es un país mediterráneo y una isla del continente africano. La frase: el Africa empieza en los Pirineos, es geográficamente una verdad absoluta; los Pirineos dividen dos continentes: el Estrecho es un brazo de mar que separa dos pedazos de una misma tierra. El pueblo español y su cultura más primitiva son de origen africano; la Península fué el puente por donde la cultura, y probablemente la humanidad, pasó del Norte de Africa, en época geológica anterior a la actual, a las tierras propiamente europeas. El Mediterráneo es el mar de la cultura, el centro de las comunicaciones de la tierra; cuando no tanto, la vía marítima más frecuentada, el punto de concentración de los hombres, por consiguiente, de las ideas y de la riqueza. La lucha por el dominio de este mar llena la historia universal, y aun hoy mismo, convertido el Atlántico en mar interior, todo conflicto en cualquier punto del globo repercute en el Mediterráneo.

Extraido de: La Edad Media en la Corona de Aragón de Andrés Giménez Soler. Editorial Labor, S.A., Madrid. 1930