Las carretas avanzan lentamente bajo el caliente sol del mediodía en el inmenso pantanal. Las garzas blancas vuelan bajo sobre las isletas apenas un poco mas arriba de los árboles del estero; alto, recortándose en el cielo, vuelan las rosadas. Los bueyes, agotados por el esfuerzo, el calor, y el cansancio de la marcha en el lodazal, apenas responden a los picadores. Soldados de una partida de la tropa de irregulares nacionales, defensores del territorio jesuítico ante los ataques de las temidas columnas portuguesas o las temidas tropas reales españolas, mal armada, vistiendo rotosos uniformes casi en harapos, con sables al costado y el fusil en banderola, algunos con lanzas confeccionadas con tacuaras y tijeras esquilar, las acompañan a caballo. Salvo las voces de aliento a los bueyes no se escuchan otras. Bandadas de patos dejan escuchar el ruido del plumaje batido en el viento del vuelo y el graznar particular de los suiriri. Marcha lenta, pesada, en los esteros del Ibera. ¿Cuanto hace que escapan a las partidas de las veteranas tropas lusitanas del Marqués de Chagas.. ? Veteranos de guerras europeas frente a indios rotosos, apenas armados con tercerolas o fusil de chispa, y arcos y flechas. Los caballos muestran el cansancio en los ijares y en las bocas cubiertas de espuma; el freno lastima y los remos se acalambran en la marcha sin pausas. Nadie habla, habría mucho para decir o preguntar pero nadie habla. Ninguno pregunta nada. Son veinte hombres corajudos, soldadesca que recibió una orden: evitar que los portugueses profanen las imágenes sagradas y los objetos de culto de iglesias de las doctrinas jesuíticas de las misiones de San José y San Carlos. Quitar de la voracidad de los invasores, las riquezas y el poco oro de los altares. Simón Chacurí, uno de los capitanes de Andresito, fue claro : "al Iberá en esas dos carretas ¡ Perderlas pero no entregarlas...!". El capitán Félix Ñongay fue terminante: "en las dos carretas les va la vida, solo muertos las pierden...! !"Todas las órdenes se dieron en la dulce y a la vez agresiva lengua de los nativos, el guaraní. Las ruedas enormes se hunden en el barro hediondo del estero. Los animales se esfuerzan para hacerlas rodar para lograr así, escapar del encierro del agua, camalotes y barro de Paso "Las víboras". Paso oculto en el inmenso pantanal, que solo conocen los baqueanos iberaceños, indios guaraníes muy celosos defensores de la frontera del río Uruguay. Hombres "de a caballo", flecheros, diestros en la lanza o el sable, certeros en el fusil y fieles hasta la muerte a su jefe, Andrés Guaycurary Artigas. Andrés, el indio de las doctrinas jesuíticas conocido como "ciervo veloz", que se hace llamar el Comandante Andresito, protegido y algunos dicen hijo del caudillo oriental José Gervasio Artigas, el mismo que humillara a las experimentadas tropas imperiales de Chagas en Itaquí, y que por rebelarse contra el Rey de España su cabeza tiene precio y lo buscan los godos. Andrés o Andresito, es el jefe natural, indiscutido líder y comandante de ese ejército que adiestraron y disciplinaron los sacerdotes de la Compañía en la región de las Misiones Guaraníes a oriente y occidente del Río Uruguay. El agua brillante del estero cubre la huellas de la columna. Las patas de los animales, al andar, enturbian el agua y remueven el barro y la arena. En algunos lugares es necesario desmontar y empujar, tratar de hacer girar las pesadas ruedas, esfuerzo que acompañan cuarteando los caballos en el intento de ganar un pedazo de anegadizo terreno, Iberá adentro. Habrá otra noche en los esteros, donde en alguna isleta, las carretas detendran su andar sin tiempo y sin destino cierto...
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