El sueño de Merlin.
Elfos Número XII MMIII Enero-Febrero

En un tiempo y en una época que ni los dioses recuerdan soñé un lugar hermoso y sagrado y en mi lecho de tierra, abandonado a la oscuridad y a la soledad, recordé una isla, de tal belleza que incluso las estrellas, frías guardianas del tiempo, lloraron el día de su creación.

Vi sus cañadas, umbrías, y sus bosques, con sus oscuros secretos. Paseé por sus costas envueltas en sus perpetuas nieblas y me bañé en sus ríos y lagos de plata fundida.

Corrí con sus ciervos, señores del bosque, hijos del dios Cernunnos. Volé con los halcones, hijos del cielo, paladines de la libertad.

Conocí a sus gentes, bailé, bebí y reí con ellos, magníficas criaturas todas ellas, desde los poderosos reyes y guerreros hasta los humildes campesinos. Aprendí de sus sabios, los druidas, sacerdotes de la naturaleza y canté con sus bardos, y ellos me enseñaron su música, una música de dolor, una música de alegría, la música de las estrellas, la música del arpa, el lenguaje del alma.

Todo esto soñé desde mi lecho, olvidado por el tiempo, y la vi con los dorados ojos del halcón, cual una espléndida esmeralda engarzada en un océano de frías aguas, digna incluso del Creador.

Dos lágrimas resbalan por mis mejillas, delatoras de mi sufrimiento, pues el dulce hechizo del olvido se ha roto y con él mi paz. El oscuro vacío de mi mente ha sido remplazado por los recuerdos, preciados tesoros que hasta ahora han permanecido escondidos, al acecho, en lo más recóndito de mi alma.

En mi mente y en mi corazón aparece un nombre trazado a fuego, el nombre de mi esmeralda, de mi isla, el nombre de mi sueño, como si de una invocación se tratara: ALBIÓN.