Según creo, los primeros que llegaron a este mundo eran siervos de Su Majestad Enrique VIII y por tanto, le dieron el nombre, uniendo en un gesto de amistad ambas lenguas, de Tëberz, o "no-Tierra", pues sin duda este lugar no es la Tierra, y nuestro Señor, que quizá no es Único ni Todopoderoso, ya no está con nosotros... ellos llaman a su mundo Eört... los nativos son paganos, pero parecen altamente civilizados, para la sorpresa de nuestros compañeros misioneros. No practican los sacrificios humanos ni el canibalismo, como los nativos de las Indias, y tampoco construyen pirámides de cráneos ni otras atrocidades parecidas. Sin embargo, y por lo que sabemos, adoran a infinidad de ídolos, y la piedra angular de su estructura social parece ser el reprobable vicio de los griegos... si bien nos mantienen aislados, no nos tratan cruelmente y se nos proporciona alimento y comunicación, si bien al principio los más belicosos de nosotros fueron azotados y sofocados por sus guardias... no podemos contactar de ninguna manera con nuestro señor el rey, y creo que nos quedaremos aquí para siempre.
Manuscrito, edición bilingüe en castellano y Nòlläm, restringido. Antigua Biblioteca Imperial de Aanareë.
Los dos hombres eran hermanos; se llamaban Adbar y Adnél, y pertenecían a una tribu de nómadas y pastores de ovejas que recorría con sus rebaños el desierto al norte de Aanareë, viajando de oasis a oasis según el curso de las estaciones. Su familia había instalado sus tiendas y tras ocuparse de los animales, ambos se encontraban tumbados bajo unas palmeras, perdidos en la contemplación de la nada. El más joven, Adnél, se incorporó ligeramente y dijo:
-Esta mañana he visto brillar algo extraño en el horizonte. Como un destello... me pregunto que podría ser.
-Seguramente una caravana, o alguno de los nuestros...
-No, creo que no; brillaba con el sol, pero a intervalos, como si alguien moviera un espejo, tal vez.
-Podría ser cualquier cosa; ¿por qué te preocupa?
-No me preocupa, me intriga.
-Está bien -el mayor se incorporó- sé lo que vas a decir, así que adelante. Prefiero decidir yo que continuar viéndote girar alrededor del tema como un pez alrededor de un anzuelo. Vamos a acercarnos en su dirección; quizá no esté lejos.
Con un salto de júbilo, Adnél corrió en busca de un par de odres y unas alforjas. Quizá aquel destello no estaba lejos, pero el desierto le había enseñado a tomar precauciones por fácil que pareciera cualquier empresa. Se pusieron en camino tras advertir a su padre, quien les despidió con una mirada de advertencia y les informó de en qué dirección debían buscarles si regresaban y ya habían partido.
Los hermanos se pusieron en camino hacia el destello, si bien no volvieron a verlo hasta que, casi sin darse cuenta, el crepúsculo les envolvió. La noche cae rápida en el desierto, y consultando las estrellas se dieron cuenta de que habían caminado bastante más de lo que habían previsto. El destello, sin embargo, ya no parecía estar lejos, y Adbar calculó que si se levantaban con el sol, llegarían allí antes del cenit de la hora tercera, y calculando que pasaran allí tres horas, podrían ponerse en marcha en el cenit de la hora sexta, con lo que podrían volver antes de que los rebaños iniciaran la marcha. Sin pensar más en ello, se envolvió en su piel de oveja y pronto se quedó dormido. Adnél, sin embargo, permaneció mirando el cielo por un tiempo; si bien no sabía leer las estrellas como su hermano mayor, le atraía su hermosura, y se preguntaba ocasionalmente si era verdad, o no, que se trataba de ventanas por las que los Señores de los Dioses contemplan el mundo. ¿Qué podía ser aquel destello? Tal vez algo simple, como una veta de mica, o algo más interesante, tal vez una veta de plata. Sin embargo, tenía el presentimiento de que se trataba de algo más, algo más complejo que una veta mineral. Al fin y al cabo, aquella zona del desierto era arenosa, y era raro que súbitamente encontraran rocas ricas en minerales...