Se despertaron al alzarse Varantíl en su carro solar, y pudieron ponerse en camino sin problemas. El destello parecía cada vez más cercano, hasta que súbitamente, al escalar una duna, Adnél y Adbar sintieron que perdían el aliento. Ante ellos se extendía una depresión de sal y encallado en ella había un enorme esqueleto. El esqueleto de un gran navío. Los restos de sus velas colgaban momificados de sus mástiles, y el viento hacía que sus arruinadas sogas golpearan muertas contra los maderos de su estructura. Del mástil más alto colgaban varios espejos de plata, que al moverse con el viento creaban reflejos y destellos. Ambos hermanos, que sólo habían visto barcos de tal envergadura en grabados, durante casi un minuto no pudieron hacer otra cosa que permanecer en silencio. Descendieron temerosos la pendiente suave de la duna, y pisaron con cautela la depresión, pues es sabido que bajo la capa superior de sal es frecuente que haya lodo, dispuesto a tragarse inmediatamente a los incautos. La capa parecía aguantar, sin embargo, y por tanto caminaron hacia los enormes restos.
Los pies de Adnél crujieron sobre un trozo de madera; se inclinó para recogerlo y vio en él, casi borrosos por la arena y el sol, unos extraños signos. Dado que no sabía leer, le entregó el objeto a su hermano.
-Hermano, ¿qué es esto? ¿Qué significan estos símbolos?
-"Eörttilá aanaril Aanareïmêl"-leyó el mayor con dificultad- "Universidad Imperial de Aanareë" No entiendo...
-¿Qué quieres decir? ¿Qué es todo esto?
-Es un barco, por lo menos el esqueleto de un gran barco. Pero el mar está muy lejos, en el oeste, a muchas jornadas, y Aanareë está hacia el este, en aquella dirección -hizo un gesto con la mano- ¿Qué ha ocurrido aquí?
-Pero, pero... -Adnél miraba el barco como un niño de ojos grandes e inocentes- los barcos van por el agua, y aquí no hay agua.
-Las depresiones de sal suelen formarse en lugares en que hubo lagos salobres.
-Lo sé, pero... ¿cómo llegó el barco aquí? ¿Volando?
Una voz, que era vieja y gastada, vino de alguna parte entre los maderos. Los hermanos, que no comprendían el idioma, se volvieron buscando a su interlocutor.
El hombre que había hablado era alto y delgado, y vestía de gris. Tenía calva la cabeza, y una larga barba que le llegaba hasta el suelo.
-Disculpadme, pero no entiendo vuestras palabras.
-Ah, entonces no habéis encontrado viajeros de allende los cielos -dijo el viejo, en un aanarït perfecto aunque algo arcaico- Pensé que mi tarea había terminado, pero está visto que no es así. Marchaos.
-¿Por qué debemos marcharnos? ¿Y quién sois vos?
-Este lugar está restringido. Si permanecéis aquí más tiempo u os acercáis al barco, infringiréis las leyes imperiales, os lo advierto. Y mi nombre, que no tiene ninguna importancia, es Sadanbar äl'Sadmir, Doctor en Historia de la Universidad Imperial. Poseo los suficientes conocimientos arcanos como para deshacerme de dos curiosos, os lo advierto.
-¿De qué habla? -susurró Adnél a su hermano- ¿Qué imperio? ¿Es un mago? No me creo nada...
-Señor, no queremos molestaros, pero...
-Os dirigiréis a mí como Maestro, jovencito. Vuestra insistencia resulta molesta. Si no sois viajeros de allende los cielos, o no conocéis viajeros de allende los cielos, no tengo interés en vosotros. Dejadme.