AGUILAS MANCHADAS
Ayer, el fuego se hizo dueño de la tierra
calcinando la cordura de los hombres:
Altas torres de un humo envenenado,
llanuras alfombradas de cadáveres,
y una triste verdad que nadie pronunció.
Hoy se elevan de nuevo las águilas oscuras
ensombreciendo los destellos de la aurora.
Sus negras alas cubren de horror el firmamento
y rompen en pedazos el canto de los ángeles.
Mañana, el sanguinario ciclo recomienza:
Caerán devastados los templos milenarios;
perecerán sin solución los niños y sus madres
mientras buscan un pedazo de pan entre las calles
o el recuerdo de un tiempo que nunca conocieron,
o siquiera una razón para tanta barbarie.
Así, el odio se instalará definitivamente
en los hambrientos corazones de los supervivientes
que no han de conocer más paz que la insidiosa muerte,
ni otra forma de vida que el eterno destierro.
¡Detén tu vuelo, pájaro maldito!
Cesen tus alas de manar metralla,
que el cielo no se hizo para tu sed de sangre
ni la tierra merece tus heces asesinas.
¡Deténte! No permitas
que tus alas se tiñan con la sangre inocente.
No levantes el vuelo, águila homicida,
que el llanto de las viudas y los huérfanos
ha de ulcerar los mares con la sal de tu infamia.
Deténte, ave insaciable,
antes de mancillar el nombre de tu raza,
que un sólo muerto es un insulto hacia los dioses
y el exterminio de un único árbol
es causa de vergüenza para el cosmos.
ADIÓS APRESURADO DE LA LOMBRIZ DE TIERRA
Pasan lentas las horas
sobre el desierto páramo humeante.
Donde hubo verdes bosques,
donde hubo frescas aguas,
llegaron ellos con su voz de trueno,
aplastaron la hierba con sus máquinas,
prendieron la espesura estremecida.
Miedo dejaron
tierra ennegrecida
y una atroz muchedumbre de cadáveres.
Si húmeda y grata fue la tierra,
si blandas y jugosas las raíces,
hoy sólo queda el fuego consumiendo
las queridas alcobas subterráneas.
Miles de insectos yacen sobre el valle
por el fuego infernal carbonizados.
Tan sólo quedo yo reptando errante
en busca de otros lares.
Más abajo,
más lejos del horror de los humanos.
Por la silenciosa carretera,
en el límite del asfalto
y la tierra calcinada,
caminan hombres de uniforme,
lentamente caminan
mirando al suelo, callados,
como si no fuesen más que una fantasmal prolongación
de la eterna y gris quietud del horizonte.
Son los restos del ejército vencido.
(Fueron soldados) Hoy son desolación,
rostros barbados, hambre, incertidumbre.
Son apenas la sombra de un naufragio
que ellos no deseaban.
Son el recuerdo horrorizado
de aquellos otros que quedaron para siempre
(¡para siempre!) entre el fuego, en la llanura
donde miles de cuerpos se amontonan
sumidos en una paz espantosa.
Son el eco angustioso y desgarrado
de una breve pregunta sin posible respuesta.
(Fueron hombres) Hoy sólo despojos.
Sólo queda la voz atronadora en la distancia
gritando nombres que no contestarán.
Sólo quedan ojos errantes y llorosos
buscando caras que ya nunca verán,
labios que ya no besarán, sonrisas
posibles ya tan sólo en el recuerdo.
(Mientras, en Occidente,
alguien afirma que hubo vencedores.)
EL SILENCIO DE LOS PÁJAROS
Los pájaros no cantan.
Una inmensa sequía de trinos
llena de desesperanza esta aurora borrosa.
Los pájaros no cantan. No hay motivo.
Han sido demasiadas las batallas.
Pocos, los hombres que han de regresar.
Abajo, en las trincheras,
muchedumbres yacen en silencio.
Hace tiempo que enviaron su carta,
su última carta,
el último adiós de un pueblo agonizante
a otro pueblo que espera agonizando
mientras lágrima a lágrima construye
la historia irreflexiva de un planeta que muere.
Los pájaros no cantan. Ya no hay pájaros.
Acaso solamente la sombra de unas aves
marchitas, taciturnas,
cabizbajas como ángeles caídos,
rompe la inmovilidad de este amanecer baldío.
Quizá esta noche el sol se hunda definitivamente.
VERGÜENZA
20 de Marzo 2003 -Día de la vergüenza
Hoy es un día de vergüenza para el mundo.
Hoy se tiñó de sangre la esperanza.
Hoy se visten de luto las palabras
porque bocas bastardas arrastraron
la esencia de su nombre por el barro.
No digas libertad mientras tu mano
sirve y venera al ángel de la muerte.
No pronuncies justicia cuando esparces
la semilla del odio sobre la tierra toda.
Ningún dios te respalda, ninguno te apadrina.
Sólo el oscuro señor de la riqueza.
La humanidad se ha pronunciado claramente
en Barcelona, Berlín o Nueva York,
en París, Buenos Aires o Santiago,
han clamado las calles contra esta sinrazón
mas es duro el oido del verdugo,
que sólo atiende al tintineo de su bolsa
o al siniestro estallido de las bombas.
Y tú, triste soldado, herramienta de la infamia,
mercenario inclemente que lanzas tus misiles
sin preguntar por la memoria de los muertos
¿podrás dormir tranquilo el día que comprendas
el callado reproche en los ojos de tus hijos
tan parecidos a los ojos de tus víctimas?
Del poemario "El Horizonte traicionado"
© 2003 Sergio Borao Llop