Jesus Monreal Relato 6. ELFOS 9
Número VIII MMII Mayo-Junio

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Vísperas, completas y eternas
Por Jesús Monreal

Los últimos toques sonaron en lo alto y se hizo el silencio. Un silencio que les envolvió. Un silencio que acabó oprimiéndoles y llenándoles de una cierta desazón. Allí nadie se movía ni decía nada. Ya era de noche y la noche se hizo silencio y el silencio se hizo noche oscura. Sólo rasgado por las vacilantes luces de los pabilos de las velas que parecía iban a apagarse de un momento a otro.

Sin que se hubieran dado cuenta, una monja se acercó hasta ponerse a su lado y les dijo susurrando:

-Si quieren acompañarnos, pueden tomar estos libros de Salmos. En la pizarra tienen los que corresponden para hoy.

Una vez sobrepuestos de la inesperada advertencia, vieron una vieja tabla clavada en una de las columnas próximas, en la que alguien había escrito con tiza y con una letra cuidada y conventual, los números y los párrafos de los Salmos que iban a rezar. Tomaron los libros sagrados y los abrieron por las páginas que la improvisada pizarra les había indicado.

La que parecía dirigir el rezo, inició la lectura con una suave voz y con la entonación del rezo gregoriano, que interpretado por mujeres, adquirió una especial belleza.

-¡Dómine, labra mía aperies! -Inició el rezo- ¡Señor abre mis labios!

Las otras contestaron con nuevas súplicas y alabanzas al Señor y a la Virgen.

El tiempo desapareció. Las voces eran tan dulces, que Luis no pudo por menos que exclamar en voz muy baja:

-¡Impresionante! Si los ángeles cantaran, seguro que lo hacían como estas mujeres. Parece que estemos en la antesala del cielo.

A la vez que escuchaban atónitos tanta belleza, intentaban seguir en sus libros el texto del rezo expresado en latín y mentalmente acompañaban el coro que pausado, desgranaba toda la fe contenida en ellos.

Los cánticos fueron recorriendo todas las preces, desde las más alegres de salutación, hasta las más tristes y fúnebres acerca de la muerte que siempre tienen presente.

Magnificat anima mea dominum
Et exsultavit spíritus meus
In Deo salutari meo.

Te Deum laudamus
Te dominum confitemur
Te eternarum patrem
Omnis terra veneratur

Pasando de estas preces gloriosas y laudatorias, a otras recordatorias de la muerte que esperan:

Dies irae, dies illa
Solvet seclum in favila…
Quantus tremor est futurus
Quando judex est venturus...

Rex tremendae majestatis
Qui salvandos, salvas gratis,
Salva me, fons pietatis...
Dona eis réquiem, amen.....

Mirando al grupo, Pedro estaba pendiente de una de las monjas a la que podía ver las facciones por debajo de la capucha. A pesar del cuidado y de la lentitud de sus movimientos, se le había desplazado ligeramente hacía atrás y dejaba ver las facciones bellísimas de una mujer joven, muy joven y con un atractivo especial.

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