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Así el Basajun (o Basajaun) vasco, que Caro Baroja describe con cuerpo peludo, grandes barbas y enormes fuerzas, y a quien otras fuentes añaden una pezuña de vaca en una de sus extremidades, al modo de los sátiros y faunos griegos. No es un ser dañino ni peligroso, sino más bien lo contrario, puesto que previene a los pastores de las tormentas y guarda los rebaños cuando aquéllos duermen.
Al mismo perfil mítico parecen obedecer el Basajaru (también llamado Basajarau o Bosnerau) del Pirineo aragonés y el Ome Granizo, ambos gigantes y señores del bosque y también pastores. El segundo porta al hombro una inmensa hacha de piedra, que no deja de recordar las mazas de los salvajes y de los héroes de nuestro portal zaragozano, y se le reconoce como protector de la virginidad de las doncellas.
Iconográficamente, estos hombres del bosque están muy cercanos a los sátiros y faunos grecorromanos, moradores y custodios de los bosques. Sin embargo, el objeto mítico difiere en parte, ya que estos dioses clásicos son más bien maliciosos y bastante alocados, amén de muy temidos por las doncellas y pastoras. No obstante, a partir del Renacimiento van a ser domesticados por artistas y literatos, convirtiéndose en el camino por el que el mundo grecolatino transforma la corriente culta del mito. Tal evolución parece verificarse gracias a las aportaciones e interpretaciones generadas en el centro y norte de Europa. En efecto, y como también explica Bartra, mientras en Italia las representaciones de sátiros y faunos conllevan alusiones más o menos explícitas al vicio, la borrachera y la lascivia, en Centroeuropa se desarrolla una imagen amable e idílica, familiar y cercana, del salvaje como la que aparecía en las celebraciones carnavelescas de Nuremberg o las que encontramos en el siglo XV en la obra de distintos artistas, especialmente grabadores como Schongauer, Bourdichon y otros.
Por otro lado, pero dentro del mismo contexto, se produce la confluencia de la figura del salvaje con la de los héroes clásicos, en particular con Hércules. En grabados de Durero hallamos tanto sátiros como representaciones de Hércules, asimilados unos y otro al mito del hombre salvaje. En un lugar más cercano geográficamente a Zaragoza, en Guadalajara, y en concreto en el salón de Linajes del Palacio del Infantado, se situó también una caracterización de un salvaje como Hércules, según apuntó en su día José Azcárate. Los personajes de la puerta zaragozana de la casa de los Luna no son pues un ejemplo único. Lo interesante de su presencia es que ofrecen la conjunción del mito del salvaje como gigante y al mismo tiempo héroe clásico, incorporando pues elementos iconográficos de representación y narrativos participados por la corriente más popular del mismo, pero también por las narraciones legendarias clásicas en torno a Hércules y Teseo.
En efecto, Hércules es conceptuado como gigante en algunas narraciones, especialmente en el universo virgiliano, portador de maza, y relacionado con los rebaños en los episodios de Gerión y Caco. Todas estas características son también morfemas del mito de los hombres salvajes de las montañas o señores del bosque. Y mucho antes lo fueron del hombre salvaje por excelencia, Enkidu, que en el Poema de Gilgamesh es caracterizado como un auténtico hombre del bosque, con todo el cuerpo cubierto de vello y ataviado como el dios Sumuqan, el dios de los rebaños. También Enkidu fue civilizado y llevó a cabo algunas hazañas junto al rey Gilgamesh.
Todo lo dicho puede ser más o menos razonable. Pero aún cabe preguntarse, ¿qué hacen estos salvajes-héroes en la puerta de un palacio de la ciudad de Zaragoza?
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