Duende es un término con un contenido tan amplio que parece imposible definir claramente a qué seres se refiere. En español, la palabra adquiere una polisemia similar al término inglés "fairie". Es posible que el ámbito que ambos vocablos describen sea el mismo: el mundo habitado por seres de todo tipo surgidos de la fantasía, protagonistas de cuentos y tradiciones populares, personajes traviesos, buenos y malos, que intervienen en la vida de los humanos con sus pesadas bromas, sus presencias misteriosas, conocedores de tesoros ocultos y de encantamientos mágicos.
Quizá el único carácter común a todos ellos sea el pertenecer al género masculino, por contraposición a las hadas. La palabra duende sirve tanto para describir a un elfo o un gnomo habitante del interior de las cuevas, cavador y oscuro, como a un diablillo familiar, minúsculo y volador, pero dotado de grandes poderes.
Normalmente, los duendes en el mundo hispano se caracterizan por su afición a convivir con los humanos. Ahora bien, eso sólo sucede -o más bien sucedía- en lugares rústicos y algo aislados, en pequeñas aldeas y pueblos, granjas y cabañas. Los duendes que han pasado a la historia por aparecer en relatos de tradición oral, en cuentos e "historias de viejas", eligen vivir en rincones escondidos de las casas, normalmente las bodegas, las cuadras o el desván.
En el Pirineo aragonés, por ejemplo, todos los duendes domésticos tienen su hogar en las llamadas "falsas", espacios situados bajo los tejados de las casas servían para acumular todos aquellos trastos que no se usaban, pero que no se querían tirar. Eran morada de palomas, y de una estación a otra, servían de almacén para determinados utensilios. Pero era también un lugar mágico, donde las ancianas ponían a secar sus plantas medicinales. Entre ellas, no faltaba la ruda que, al moverse, avisaba de la presencia de seres malignos, bruxas, diaples o duendes. Así mismo, la piel de una serpiente colgando de una viga protegía toda la casa que quedaba abajo.
En realidad, la palabra duende suele ser utilizada la mayor parte de las veces para designar a los duendes domésticos. El diccionario dice que procede de una contracción de los términos "Duen de casa", "Dueño de casa". Entre sus bromas se encuentran las de hacer desaparecer cosas o cambiarlas de sitio, los ruidos extraños, el fuego que se apaga o se enciende, risas estentóreas, apedrear muebles...
No coinciden las descripciones de los duendes acerca de un tamaño concreto, pero sí que estamos todos de acuerdo en que no es alto, más bien su tamaño es el de un "niño pequeño". El mismo diccionario de la Real Academia Española de la Lengua señala que el duende "aparece con figura de anciano y de niño en las narraciones tradicionales". En muchos otros casos, se diferencia entre el aspecto de niño y la cara arrugada, como de un viejo, que tiene el duende.
Ahora bien, también se define como un duende el ratón colorao de Murcia, o los duendes con apariencia de frailes, abundantes en la literatura del siglo de oro español, y reconocibles en los grabados de los Caprichos de Francisco de Goya. Durante mucho tiempo, en España se describieron los duendes de manera similar a pequeños diablillos con rabo y cuernos en la frente.
Duendes eran también, los llamados Diablillos Familiares o Espíritus Familiares, unos seres diminutos que servían a grandes magos y brujos, y que solían guardarse en ampollas de vidrio, en la empuñadora de la espada o en canutos. En ocasiones, se les ha descrito bajo la apariencia de moscas o mosquitos voladores. A una orden de su dueño, los diablillos o diaplerons salían zumbando del recipiente para cumplir su cometido en muy poco tiempo, ya fuera éste construir un edificio o segar todo un campo de cereal.
Otro tipo de duende es el llamado follet en Aragón, Cataluña, Mallorca y algunos lugares de Italia. Tiene que ver con la rapidez, algo hudizo que a veces se sitúa entre las crines de los caballos y los lleva alocados al galope. Otras veces se describe al follet con la imagen tradicional del gnomo con barba blanca y gorro rojo.
Dos tipos de duendes cántabros tienen también sus características particulares: los tentirujos y los trentis, siendo los primeros descritos como viejecillos con grandes orejas y boinas rojas, y los segundos, de vida silvestre, ojos verdes y piel cubierta de musgo.
Para el mundo anglosajón, sin embargo, el duende se identifica claramente con el boggart y el pixie. Como vemos, son tantos los tipos de duendes existentes en el mundo imaginario, que un sólo artículo no da para todos ellos. Seguiremos buscando. Por cierto, si encuentran alguno y desean volver a verlo, recuerden el tabú de la ropa nueva.
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