Según Azcárate, en el ámbito artístico los salvajes, de tamaño natural o mayor, y colocados flanqueando una puerta, se difunden desde el último tercio del siglo XV, y así aparecen a veces también en los espectáculos de justas en los que se levantaban puertas simuladas. Un ejemplo cercano al que aquí comentamos es el del Palacio de los Conde Aranda en Épila (Zaragoza), donde también hay una portada en la que se han representado unos salvajes. Y otro caso más, igualmente próximo en el tiempo: una ilustración que contiene dos salvajes con maza en la portada del libro "Declaración del decálogo de los Diez Mandamientos…" de Fray Pedro de la Vega, e impreso en Zaragoza por Jorge Cocci en 1529.
La tradición a la que obedece esta utilización del mito parece provenir de la de los antiguos seres liminales que custodian los puertos de acceso y obligan a los viajeros a participar en un ritual de pasaje. La diferencia es que aquí también se ha verificado una transformación. Mientras que el antiguo ritual de paso solía incluir los ritos de la comida y del sacrificio erótico, los salvajes del renacimiento aparecen más bien como guardianes de la virtud: ¿algo que ver con el Ome Granizo que guarda la virtud de las doncellas?. Habría pues una tradición culta que recorre por su lado el mismo camino de los planteamientos populares y que reaparece en diversas ocasiones. Una muy elaborada es la de una obra de teatro, representada en Sevilla en 1581, y titulada "El Infamador", donde dos salvajes -Ipodauro y Dentolión- custodian las puertas de la cárcel donde injustamente está encerrada la heroína de la obra, Eliodora, por defender su virtud del galán infamador, Leucino. Estos salvajes se encargan además de hacer justicia, ejecutando al culpable.
Por otra parte, Hércules es considerado en el renacimiento como el hombre virtuoso por antonomasia, en el sentido moral más amplio del término, que encaja a la perfección en el concepto del hombre nuevo del Renacimiento y el Humanismo europeos. Esta exaltación de la virtud, que viene a humanizar el mito, está refrendada en la puerta de la casa los Luna, condes de Morata, por los demás elementos icónicos que acompañan a Hércules-salvaje: la propia presencia de Teseo, considerado representación del hombre sabio, vencedor de las pasiones desordenadas -del Minotauro- al seguir el hilo de su propio conocimiento para salir del laberinto; la escena de expulsión de los faunos y los sátiros, colocada sobre Teseo; la presencia de un desfile triunfal, alusivo al "Triunfo de César", considerado por el Humanismo como hombre igualmente virtuoso y prudente. Es decir, que nuestros héroes-salvajes pueden ser considerados como guardianes de la casa y de la virtud, guardianes de una casa donde reina la virtud.
En fin, asistimos en directo a la transformación del mito, a la disolución del "homo sylvestris" en el salvaje civilizado, que pasado el tiempo terminará convirtiéndose en la perdurable imagen del "buen salvaje", del hombre natural, volviendo el mito a la naturaleza de la que salió, pero totalmente cambiado en sus atributos morales. Todo lo cual no hace sino corroborar el hecho de que el mito, y en este caso concreto el mito del hombre salvaje, pervive siempre a través del tiempo y de las distintas culturas, porque forma parte de la historia colectiva y del individuo.
Así que cuando alguno de nosotros atravesemos el umbral de casa de los Luna, -que casualmente es hoy Palacio de Justicia,- tenga a bien saludar a estos gigantes, que aunque de aspecto imponente, son buena gente y saben mucho del devenir de los hombres.
©2002 Luisa Miñana
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