Aquella tarde, Darío terminó de hacer el encadenado de los cimientos de la casa en la cual trabajaba y también terminó su trabajo temporario. Cansado, como de costumbre, aunque no extenuado, regresó
a su hogar. Un coche estaba estacionado frente a su puerta y un hombre se hallaba apoyado contra la tapa del baúl, mirando en dirección a Darío. El hombre interceptó a Darío antes que entrase a su casa.
-Buenas tardes- le dijo.
-Buenas tardes- respondió Darío.
-Me llamo Carlos Restelli- se presentó el hombre- acabo de abrir una empresa de enlatados y necesito gente con experiencia en maquinarias eléctricas.
-¿Me vino a contratar?.
-¿Usted es Darío?- preguntó, a su vez, Restelli.
-Sí.
-Entonces, sí, lo vengo a contratar.
-¿Cuándo empezaría?.
-Mañana mismo, a las seis de la mañana, si quiere.
-Cuente conmigo- le confirmó Darío.
Los dos hombres se dieron la mano y Restelli le dio su tarjeta.
Cuando su flamante patrón puso en marcha el auto, Darío le hizo señas para que bajara la ventanilla.
-Perdone mi curiosidad... pero, ¿quién me recomendó?.
Restelli miró el volante del auto como si allí fuese a encontrar la respuesta y suspiró.
-No me va a creer- dijo.
-Pruebe... -dijo Darío.
Restelli volvió a suspirar.
-Hace varias noches que se me aparece en
sueños una vieja con pinta de pordiosera y me cuenta todo su currículum.
Después se arrodilla y me pide por favor que lo contrate. Después me amenaza
con las peores desgracias... - tomó aire y continuó- así toda la noche...
apenas me duermo se me aparece y repite y repite su curriculum, su dirección,
su nombre y me vuelve a pedir de rodillas que lo contrate y otra vez me
amenaza... me despierto agitado y cuando me vuelvo a dormir, de nuevo lo mismo.
Resolví averiguar si vivía un Darío donde la vieja del sueño me decía... y aquí me tiene.
-Le creo- dijo Darío.
Restelli lo miró con un gesto de resignación, puso en marcha su auto y se fue. Darío se quedó mirando cómo se alejaba con una indomable sonrisa tironeándole la cara.
Al darse vuelta hacia su casa vio a la vieja sentada en la verjita del frente. No se sorprendió de no haberla visto llegar.
-Gracias- le dijo Darío.
-Gracias a vos- respondió la vieja.
-¿Cómo te llamás?.
-¿Para qué querés saberlo?
-Para ponerlo en la cruz de tu tumba- respondió Darío.
A la vieja le rodó una lágrima por la mejilla, carraspeó un poco y contestó:
-Carmen Aranda.
FIN
© 2000 Flavio Gabriel Tonelli San Pedro-Buenos Aires- Argentina
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