India 17. Nociones preconcebidas.
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India Taj Majal


India nociones preconcebidas

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     También en la India, como en cualquier otro país poco desarrollado del planeta, la religión parece devorarlo todo. Las mismas carreteras se ven pobladas de hileras de desenfadados peregrinos, jóvenes en su mayoría (¡la copiosa juventud de la India), con sus banderolas multicolores; ocupadas por campamentos donde éstos se proveen de lo mínimo esencial y que sufragan los devotos ricos con el fin de obtener mérito para el propio karma; atravesadas por vacas sagradas (¡siempre las vacas!) que interrumpen el continuo discurrir de camiones dignos de desguace, desventrados autobuses indígenas o exclusivos para "guiris", e insignificantes turismos.

     Decía la religión, pero habría que decir las religiones. La más importante sin duda alguna es el hinduismo o los hinduismos. En ella prevalece el aspecto devocional. A las peregrinaciones antes apuntadas habría que añadir las procesiones en las que participan muchachos joviales capaces de arrojar al mismísimo Ganesha, el dios elefante, a las aguas de cualquier río que se precie de la India; en las que muchachitas de gestos delicados y vestiduras rutilantes transportan frágiles farolillos en honor de ese mismo y simpático dios coloreado que reparte riquezas y bendiciones para todos. Y también el culto en los días solemnes, cuando una multitud abigarrada traspasa el umbral de los templos haciendo sonar regocijantes campanas, portando en sus manos humildes pero hermosas ofrendas de flores, de frutos, de dulces, en un ambiente festivo y jovial; ambiente que se percibe incluso cuando una muchedumbre también, pero esta vez de pequeñas ratas, te sale al paso para participar del copioso festín dispuesto ante las imágenes, de ojos atónitos y sonrisas tercas, de unos dioses profundamente alejados en su representación del patetismo propio de los cultos de occidente.

     Peregrinación y culto confluyen en aquellos lugares sagrados donde el creyente una vez muerto puede asegurar su salvación. Benarés es el más importante de todos ellos. Allí el viajero percibe la otra rama principal del hinduismo, la de los campos de cremación que en su origen vivía de espaldas a la sociedad, la de los renunciantes, es decir, los sabios anacoretas que habitan las peligrosas selvas del Ramayana o el Mahabhárata y que eran capaces mediante su ascetismo de vencer a los propios dioses. De eso tal vez hoy tan sólo queda una pálida sombra: el hábito propio del mendigo, la careta del vientre satisfecho, del hippy trasnochado.

     Con este hinduismo de corte popular conviven el rigorismo sij de aires aristocráticos, el purismo jainista con su toque burgués y un budismo casi desterrado de su tierra de origen. Así mismo puede apreciarse un Islám cada vez más recluido pese a su antiguo esplendor, y en fin, un cristianismo de monjas y orfanatos que aun siendo minoritario cuenta con la friolera de unos quince millones de fieles.

     Pero hay otro aspecto destacable que también incumbe a las religiones de la India, pues además de diferentes fórmulas de salvación, todas ellas han aportado un patrimonio artístico de primer orden.

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