|
Servet se formó cercano a los ambientes erasmistas, que en España llegaban hasta la misma Corte, como es bien sabido. Precisamente cuando el sijenense tiene unos quince años es acogido como ayudante por el erudito franciscano Juan Quintana, que era partidario de Erasmo y que llegó a ser confesor del emperador Carlos V. Por aquel entonces, entre 1525 y 1530, el pensamiento erasmista se halla muy difundido en España y todavía no han comenzado las zozobras y persecuciones para sus defensores. Servet que viajó en esa época con Quintana por España y asistió a la Escuela de Traductores de Toledo, tuvo sin duda que conocer los postulados erasmistas, como el que niega la consustancialidad del Verbo, afirmando además que ni en las sagradas escrituras ni en la patrística se atribuye el nombre de Dios al Espíritu Santo. Es un primer paso en el camino de Servet hacia su interpretación de la Trinidad, ya que su núcleo doctrinal, que lo llevó sin duda a la muerte, lo constituye la negación de la esencia divina para Jesucristo y el Espíritu Santo: Jesucristo es hijo de Dios Eterno, pero no es el hijo eterno de Dios. Con esta afirmación Miguel Servet traspasó, no sólo, y evidentemente, la ortodoxia católica, sino que fue más allá de la propia ortodoxia protestante, manteniéndose fiel a su racionamiento teológico aun en la hora de su muerte, cuando Farel, amigo de Calvino, intentó hacerle abjurar y Servet, según relata Petris Hyperphragmus Gandavus, contestó: "Creo en Cristo como verdadero Hijo de Dios, pero no eterno". Erasmo de Rotterdam A esta conclusión había llegado Miguel Servet con tan apenas veinte años de edad, ya que el libro donde se recoge, "De Trinitatis Erroribus", lo ha terminado ya en 1531, cuando él mismo envía ejemplares a Erasmo y al propio arzobispo de Zaragoza. Su alejamiento definitivo de la doctrina católica se realiza después de asistir en Bolonia a la coronación del emperador Carlos, en 1530, en la que sólo ve fastuosidad innecesaria y vanalidad e hipocresía religiosa. Seguramente, ya antes, durante su estancia en Toulouse, donde había sido enviado a estudiar por su padre, el notario Antón Serveto, entraría el joven Miguel en contacto con los movimientos antiinquisitoriales que allí se prodigaban, a pesar de la férrea intransigencia que anida en la ciudad. Todo indica que allí leería, entre otros, a Melanchton, comenzando un camino sin retorno. Para cuando Servet deja la comitiva imperial, para dirigirse sucesivamente a Basilea y Estrasburgo, ya está más cerca del anabaptismo que de su muy probable primer humanismo erasmista. Está ya más allá de lo que le serán capaces de tolerar también los propios reformadores. A Basilea decide encaminarse en busca de Erasmo, que ya se ha marchado sin embargo de la ciudad a su llegada. Es acogido por Ecolampadio que, asustado por las opiniones del oscense, expone sus recelos y temores acerca del aragonés a Zwinglio, quien dispone su vigilancia. Servet va entonces a Estrasburgo, donde también tiene problemas con Bucero y Capito, aunque allí consigue acabar su "De Trinitatis Erroribus": "Ni con éstos ni con aquellos estoy conforme ni disiento en todo. Todos ellos tienen parte de verdad y parte de error. Y cada cual descubre el error del otro sin ser el suyo". Servet recibió la ira de todo el mundo. Su antaño protector, Quintana, dijo de su libro que era "pestilentissimum"; Erasmo no quiso ni saber de él; Bucero gritó que "Servet merecía que le arrancaran las entrañas"; y Melanchton hablo del aragonés como de un loco y un fanático. De Estrasburgo tiene que volver de nuevo a Basilea, al amparo de Ecolampadio, quien no le ha perdido la simpatía -aunque él también calificó el libro como "tres y cuatro veces blasfemo e impío"-, y a quien escribe pidiéndole refugio: "si me hallas en error en un solo punto, no debes por eso condenarme en todos, pues según ello no habría mortal que no debiera ser quemado mil veces, ya que sólo conocemos en parte". Allí permanece la segunda mitad de 1531, acaso componiendo sus "Diálogos sobre la Trinidad" que publica rápidamente en 1532, donde matiza y perfila algunos de los argumentos esgrimidos en "De Trinitatis ", aunque sin apartarse un ápice de sus convicciones. Además Servet abomina de los decretos papales, de las ceremonias religiosas y los votos monásticos; pero igualmente denuncia la falta de libertad entre los protestantes, la justificación luterana por la fe y la negación del libre albedrío (-¿cómo iba él a admitir algo así?-.) |
Inicio |