AGÜERO Y SUS MALLOS (Huesca)

Castillo de Montearagón. Silueta.

Menos conocidos que los de Riglos, los Mallos de Agüero se levantan igual de grandiosos en la margen derecha del río Gállego. Un antiquísimo lugar se recoge a sus pies, Agüero, que llegó a ser en el siglo XI capital de un efímero reino de los Mallos, heredado por la reina viuda de Pedro I de Aragón, Doña Berta Cruz. Enseguida este territorio que comprendió, además de Agüero, Riglos, Murillo, Marcuello, Ayerbe, Sangarrén y Callén, pasó a manos de Alfonso I.

Agüero

Hay quien sitúa el origen de Agüero en un castillo ya habitado en el año 714. Lo que sí parece cierto, pues consta en una bula del año 1078, del papa Gregorio VII, conservada en la catedral de Jaca, es que Sancho III el Mayor creó una red de fortalezas para defender las primitivas fronteras del Reyno de Aragón antes de incorporar los territorios musulmanes (waliatos) de Huesca y Barbastro. Esos Castillos fueron los Agüero, Uncastillo, Luesia, Biel, Murillo, Loarre, Nocito, Abizanda, Troncedo y Perarrúa. El primer tenente, o gobernador en nombre del Rey, del castillo, fué Ximeno de Iñíguez, en 1033.

Marcas de la Ermita de Castelmanco
Marcas talladas en la ermita de Castelmanco

Hoy no queda nada de ese castillo, aunque entre Agüero y San Felices se extiende una zona conocida como de Castillomango, donde existió una aldea llamada Castelmanco, probablemente debido a la existencia de un castillo, del que hoy sólo quedan ruinas, y una ermita reconstruida con piedras sillares. Los expertos no se ponen de acuerdo sobre si la ermita originariamente formaba parte del castillo o bien se trataba de la iglesia parroquial de la aldea. Se relaciona también esta construcción con los templarios, y la imaginación popular atribuye a esta Orden rodeada siempre de misterio, unas marcas talladas en uno de los sillares de la pared de la Ermita, llamada de San Esteban.

También de piedra sillar está construida la iglesia parroquial de Agüero, de origen románico, aunque transformada en el siglo XVI. Fuera del casco urbano está la iglesia románica de Santiago, declarada monumento nacional en 1920. La decoración de su portada (siglo XII) es excepcional, y diríase tallada por un maestro de la imaginería fantástica: dragones, centauros, figuras de bailarinas desnudas en extrañas posiciones, animales fantásticos... Prosiguen los motivos de fauna fantástica en otra portada más pequeña del interior, con dos leones andrófagos devorando a un guerrero y a una doncella. Abundan por doquier las marcas de cantería.

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