Primera parte del artículo de Chema GutiérreZ-Lera publicado en diciembre de 2000 en la cadena de periódicos comarcales de Aragón "La Crónica de..." |
En algunos lugares de Aragón las hogueras o xeras se encienden al raso, al igual que en la Sanchuanada. El fuego de la tierra anima al fuego celestial a volver a brillar, a encenderse de nuevo tras el solsticio. La luz en la calle servirá también para mantener alejados a los seres malignos que esta noche andan cerca, como luego veremos. El fuego más tradicional, sin embargo, se enciende dentro de la casa, en el fogaril. Y no sirve cualquier madera. Un antiquísimo culto a la Naturaleza pervive en esta costumbre. Hay que elegir un tronco especial, el de un árbol fuerte y longevo, pedir permiso y perdón al espíritu que habita en su interior antes de talarlo, y luego llevarlo hasta el fogaril. Es el rito de la Tronca o del Tizón. Prueba de su importancia en todo el territorio aragonés es la diversidad de nombres que recibe: tronca, tizón, tió, troncada, toza, tronc, choca, zoca, pullizo, rabasa, corniza, cabirón... El fuego en el centro del hogar, reunida toda la familia en torno a él, un lugar mágico que conecta con el mundo de las almas, de las almetas. Los espíritus de familiares fallecidos se guiarán por el resplandor para volver esta noche a la Casa. La protegerán con su presencia fantasmal, y garantizarán su continuidad. A los espíritus hay que dejarles ofrendas, se les pone en la mesa comida, sobre todo, alubias. Esta costumbre de las donaciones a los antepasados es la que posiblemente evolucionó a través de los siglos a la de los regalos de Navidad. Y la tronca, ¿sólo había que quemarla en el hogar? No, por supuesto, algo tan importante exige un ritual ancestral, repetido a lo largo de los siglos, y oficiado por algún miembro especial de la Casa. El fuego de Navidad aseguraba la continuidad de la Casa, garantizada por la presencia de los difuntos. Por ello, los encargados del ritual eran el varón más anciano o el más pequeño de la familia. Antes de quemar la Tronca había que bendecirla. Con la bendición y el encendido terminaba la ceremonia en el Pirineo y prepirineo occidental. El oriental y algunas otras zonas de Aragón incluían las baradas para que cagara la Tronca. Había fórmulas para uno y otro caso. Para bendecirla, una oración tipo sería: "Buen varón, buena brasa; Mientras el crío o el biello recitan las palabras ceremoniales, vierten el vino del porrón sobre la Tronca haciendo una cruz. Se puede bendecir además con las migas de una torta. Cuando la Tronca tiene que cagar golosinas para los niños, estos deben darle baradas, golpes con las varas, una vez mojadas en agua o rebozadas en ceniza. La cancioncilla infantil es más larga que la bendición y admite más variantes, pero los versos más comunes son: "Tronca de Nadal Algunos pueblos combinan las dos modalidades rituales, bendiciendo y golpeando al Tizón: "Cabirón, cabirón Con la Tronca bendita se prende el fuego sagrado, comenzando por un extremo, y haciéndolo durar el mayor tiempo posible, variable según las zonas. El poder sobrenatural de la Tronca se transmite a las cenizas. Con ellas se garantiza una fértil siembra si acompaña a las semillas, se mezcla con el fiemo para fertilizante, sirve contra las plagas de los campos y como emplaste sanador de las heridas del ganado. La ropa más blanca es la que se lava con esas cenizas, dicen las ancianas. Además, un trozo de la Tronca no quemado, una tozeta, es talismán protector de entradas a la casa y a las mallatas, y defensor contra las tormentas. |
© 2000 Texto e ilustraciones Chema Gutiérrez Lera Si desea hacer uso del texto consulte primero con el autor |
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