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PRESENCIA
Hay una presencia indefinible a mi alrededor. En medio del nebuloso duermevela, creo percibir, en la penumbra del rincón, la inconfundible y añorada imagen de una silueta femenina. Presiento que es Ella, que aprovechando un descuido de sus propios guardianes, ha escapado a su realidad y ha venido a visitarme. Inmóvil, parece contemplarme a través de las brumas de la noche y del sueño. Pero yo no estoy preparado para la ocasión: Llevo barba de tres días y voy en pijama y soy un preso; así que finjo dormir, tratando, por medio de ese subterfugio, de negar la escena, evitando así que pueda verme en este lamentable estado. Sin embargo, no se va. Puedo sentir, aun con los párpados cerrados, su amada figura, que permanece quieta y silenciosa en el rincón.
Los segundos se desgranan lentamente, y el recuerdo de aquel momento mágico en que mi alma rodó a sus pies, junto con la desdeñada rosa, me llena de una dulce nostalgia. Veo el perfil de su entrañable sombra, el contorno de su bello rostro, su alegre cabellera ondeando al viento imposible de los parques en silencio, y la deseo, deseo verla, olerla, sentir el cálido contacto de su piel...
Entonces abro los ojos y me incorporo. Me dispongo a llamarla, a decirle que se acerque, que la amo, que no pasa un minuto sin que la memoria evoque el sonido acompasado de sus tacones sobre la gravilla, que... Pero en el rincón oscuro de la celda no hay nadie a quien dirigir esas palabras. Vuelvo a cerrar los ojos y me arrojo de nuevo, como un suicidio interminable, a las borrosas aguas del sueño y de la nada.

Celda
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