El arquitecto chino por Oscar Bribián
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El arquitecto chino
Oscar Bribián
Acerca del autor

Castillo de Loarre. Pulsar para ampliar El mejor constructor de castillos de China en tiempos de los Reinos Combatientes fue un arquitecto llamado Shin-lang. Este hombre era el hijo mayor de una familia muy pobre y numerosa, asentada en una aldea cercana al río Huanghe. Su respetado padre falleció con la enfermedad de los monzones cuando Shin-lang contaba tan sólo quince años, de manera que el joven se vio obligado a trabajar muchas horas bajo el implacable sol para conseguir sacar adelante a los suyos. Su madre vendió el ganado de labranza para mantener el cobijo de sus hijos, y el mayor de ellos trabajó durante años tirando del arado como una vulgar acémila. De esta forma obtuvo una fuerza formidable con el transcurso de los años, y fue conocido por todos en la región por sus extraordinarias demostraciones de dureza y potencia en espectáculos de los pueblos colindantes, a los que acudía para ganar algún dinero compitiendo.

Muy pronto llegaron mensajeros del señor feudal para reclutar jóvenes fuertes, y Shin-lang marchó a la guerra durante diez años de servicio. Regresó fatigado pero convertido en un general destacado y enriquecido por las victorias y pillajes, y con el dinero y su nueva posición decidió mantener a su envejecida madre y a los cuatro hermanos que sobrevivieron en su ausencia. A pesar de su graduación, Shin-lang sentía en su interior la necesidad de adquirir sabiduría por medio del estudio de las artes y las ciencias conocidas, de manera que decidió dejar su hogar y marcharse a la capital para estudiar todas las disciplinas. Sus increíbles aptitudes para el estudio sorprendieron incluso a los más doctos, y en poco tiempo regresó orgulloso siendo el arquitecto más sobresaliente y olvidando para siempre su rango de general del ejército.

De pronto volvieron las guerras entre reinos, en las cuales el arquitecto se negó a tomar parte, y la región fue conquistada por un nuevo Señor. Un día, Shin-lang recibió el encargo de edificar un castillo gigantesco para su nuevo rey Chun-lao, con la ayuda de más de mil obreros e interminables recursos. Pretendía Chun-lao poseer el castillo más grande de toda China, y que éste tuviera una torre que superara en altura a cualquier construcción conocida para divisar siempre a los posibles enemigos, por lejos que estuviesen, y conservar así sus dominios de los ataques por sorpresa.

Shin-lan llevó a cabo el encargo y en dos años la obra estuvo terminada, un castillo infranqueable con una altísima torre que llegaba casi a tocar el cielo, pero el rey no estaba dispuesto a que el arquitecto saliera con vida de sus dominios, temeroso de que éste pudiera aceptar otras ofertas y pudiera construir alguna fortaleza aún mejor que la suya para un reino contendiente.

Cuando Shin-lan estaba rematando la torre, Chun-lao ordenó que se retiraran los andamios para impedir que el arquitecto pudiera bajarse, seguro de que allí moriría de hambre y sed el único hombre capaz de superar aquella obra arquitectónica.

Cuando el constructor se dio cuenta de la fechoría, pensó que de la misma forma que pudo construir la fortificación, también podría deshacerla, de forma que se remangó sus robustos brazos y comenzó a demoler la torre ladrillo a ladrillo para descender del tejado.

Chun-lao, sorprendido por la fuerza y la decisión de aquel hombre, comprendió que todos sus planes fracasarían si la torre era demolida, su dinero habría sido desaprovechado y jamás encontraría otro arquitecto que le construyese otra igual. Así pues, ordenó volver a poner los andamios y dejar bajar a Shin-lan.

Ambos llegaron a un acuerdo, delante de todos los presentes, por medio del cual el arquitecto se comprometió a no trabajar nunca para otro gran señor y Chun-lao pagaría cuantiosamente sus servicios. De esta forma el castillo de Chun-lao perduró en el tiempo y Shin-lan vivió cómodamente durante el resto de sus días, por lo que nunca más necesitó subirse a un andamio.

---Basado en la leyenda irlandesa de El Castillo de Balor---

2003 © Oscar Bribián

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