Comenzaré por justificar mi ascendencia aragonesa. Es algo tan sencillo como que mi padre Vicente, aragonés de pura cepa, estaba
destinado en Valencia. Allí conoció a mi madre, se casó con ella, y entonces nací yo el año treinta y cuatro,
anteayer como quien dice. Cuando yo tenía dos años, el 14 de julio de 1936, asesinaron a Calvo Sotelo. A mi padre, que estaba en la
Delegación de Hacienda, le dieron las vacaciones. El hombre cogió el coche y nos desplazamos a Zaragoza, concretamente a un pueblo al que le
tengo mucho cariño, Ricla. El 18 de julio comenzó la guerra, y ya no había quien volviera. Ese es el motivo por que yo sea
considerado de ascendencia aragonesa, no sólo por mi familia, sino porque prácticamente toda mi vida se ha desarrollado aquí.
¿Qué es lo que dicen a este respecto las revistas y los libros de Ciencia Ficción? La revista BEM (que por si alguien no lo
sabe debe sus iniciales a las palabras Bug Eyes Monsters, monstruos de ojos saltones, parece ser que constituyen una de las características
de determinada Ciencia Ficción), dirigida por mi amigo Ricard de la Casa, me define como "el autor aragonés y residente en
Cartagena". En el prólogo de Viaje a un planeta Wu Wey, Julián Díez dice "este escritor aragonés no
suele acudir a convenciones". Quizá la mejor definición de mi estatus provincial esté en el comentario que sobre mí
hacen en las "Cien mejores novelas de Ciencia Ficción", donde dicen "nacido en la ciudad del Turia, aunque aragonés por adopción, y cartagenero por residencia".
Llego a Zaragoza. Estudio aquí. Mi afición a leer surge en la calle Almagro de Zaragoza, donde vivía, debido a una enfermedad
de niño que me tuvo unos meses en cama y no tenía más diversión que esa. Leía "Novelas y Cuentos", una
colección que existía entonces en ediciones de tamaño folio, con unos grabados al acero del rostro del autor. Leía también
la célebre "Biblioteca Oro" (series amarilla, roja y azul). Leí las "Colecciones de Hombres Audaces", mis
preferidas porque había mucha Ciencia Ficción, las tuve que vender a un librero de viejo -aunque actualmente les gusta más que
se les llame librerías anticuarias-, por necesidades económicas. Luego conseguí volver a comprar toda la colección. Pero de
nuevo la tuve que volver a vender por segunda vez, por otra necesidad que no recuerdo cuál sería, quizá llevar a una chica a un
baile, o tal vez quisiera ir al cine a ver una película, algo apremiante debía ser. Y ahora aún estoy intentando recuperar la colección completa.
Estudié en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Comercio. Algo que no olvidaré es que en ambas estudiaba economía con
el mismo catedrático, asignatura que aprobé en derecho con notable pero suspendí en la Escuela de Comercio.
Luego me dio por escribir obras de tipo costumbrista, al principio nada de Ciencia Ficción. Comencé por escribir sobre una familia
poderosa, con negocios en Filipinas y Cuba, la guerra de Estados Unidos... no la terminé, me armé un lío y no la terminé.
Luego escribí una novela ambientada en costumbres aragonesas titulada El Puente de Niebla en la que contaba la lucha de una
familia por construir un dique para que el Ebro en sus crecidas no anegara sus tierras. Esta sí la terminé, pero he perdido el
original. Posteriormente, en 1955, dediqué dos años a escribir una novela de pretensiones filosóficas, que titulé
El guía en el crepúsculo. Escribí algún cuento más, El amigo de los tres cadáveres, El
emperador de Yitsu que publiqué en "El Despacho Literario" (*) en 1960 y una obra, La piel del infinito, que se acerca a la
Ciencia Ficción. La Piel del Infinito, primera versión. Y me explico. Trata sobre un extraño ser que llega
a la Tierra e intenta enfrentar a los seres humanos entre sí, con dos facciones ficticias, en una guerra artificial. Mandé esta obra
a una editorial, pero por la carencia mía de experiencia, cometí un error: no me quedé copia. Santa inocencia, pensaréis. La
editorial se ocupó cuidadosamente de perderla. Me quedé sin la obra, aunque eso sí, conservo todas las notas que había
tomado para hacerla, las notas las conservo siempre. Yo digo que por aquel entonces yo escribía en plan río, o sea, un litro de agua
detrás de otro. Escribía y todos los acontecimientos pasaban sucesivamente, como un libro de historia.
Hubo una novela de Jakob Wassermann, El hombrecillo de los gansos,
que me enseñó a escribir. Cuando la leí, comprendí de pronto, ignoro por qué pero lo comprendí, las
complicaciones, los engranajes, retroceder en escenas, lo que es informar al lector de unas cosas y ocultar otras... El hombrecillo de los
gansos me enseño a escribir, por lo menos, a estructurar una novela, de una vez para siempre.
*En Despacho Literario publicó El tren de Socorro (Nota del transcriptor)