La Intrusa 2. Relato.
Número XII MMIII Enero-Febrero

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relato

La intrusa
Marina Gómez

Pero al tumbarse Don Augusto en su diván y apoyar su cabeza en el cojín, provocó un leve aire, y la mosca salió despedida obligada a volar. Su zumbido advirtió a nuestro hombre que no estaba solo, y se levantó de un salto buscando a la intrusa. "¡Maldita mosca!", exclamó, y por hallarse en penumbra no pudo ver su recorrido. Así que encendió todas las luces, se quitó una zapatilla y la buscó por todas partes.

"¡Augusto, por Dios, no hagas una locura!", dijo la mosca volando desquiciada por toda la casa. "¡Soy yo, Coloma! ¡He venido a ayudarte!", pero todos sabemos lo desesperante que es el zumbido de una mosca, y Don Augusto la buscó frenético hasta que por fin la vio escondida entre los pliegues de una cortina. Agudizó sus sentidos para no distraerse, y lentamente levantó la zapatilla. "¡Augusto, que te pierdes! ¡Augusto, que te pierdes!".

El zapatazo fue certero, y la pobre mosca cayó muerta en el suelo del comedor. Don Augusto entonces sonrió satisfecho, y con una nueva actitud se marchó contento a su habitación: nunca durmió tan a gusto como aquella noche desde hacía tiempo.

Al día siguiente se levantó temprano, se duchó, desayunó y se puso un traje. Cogió su nuevo libro y lo ató con una cuerda, y con regocijo buscó sus llaves, las metió en el bolsillo y salió de su casa. Cuando sus editores lo vieron aparecer por la agencia se quedaron asombrados, pero mucho más lo estuvieron cuando leyeron el libro que casi de un tirón terminó aquella misma noche.

Al salir de la agencia quiso ir a hacer unas compras, y ante la mirada exhausta de aquellos que hacía tiempo no le habían visto asomar la nariz por la calle, Don Augusto Español llamó a un muchacho a gritos.

- ¡Pedro, Pedrito, muchacho! Prepárame la cesta como siempre, pero no te preocupes por llevarla a casa. Esta vez vendré yo a recogerla, y todas las veces que le sigan.

Y Pedro Carpintero asintió perplejo mientras reponía el material en las estanterías del supermercado. Nadie se imaginó qué fue lo que le hizo cambiar de la noche a la mañana, pero Pedrito desde entonces echó de menos las propinas de aquel que fue una vez un escritor chiflado.

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