Cuenta una vieja, viejísima historia, que la mujer y el hombre no fueron los únicos seres nacidos del útero sagrado de la Gran Madre. Dicen los más viejos que los padres antiguos compartían grandes extensiones de Tierra con otros parientes. Y eran éstos diferentes, pero no del todo. Y entre ellos había paz. Y unos eran llamados gigantes por su estatura; otros se conocían como gnomoi, otros eran elvos, y aún otros, ángeles. Diaples llamaban a otros, centauros y dracos, fadas y duendes... Y entre ellos fluía la sabiduría de las razas de la Diosa, pues en todas brillaba la llama del Sol. Pero los hijos de la mujer y del hombre se quedaron sólos. Los hijos de sus hijos crecían sin número ni medida, y destrozaban cuanto hallaban a su paso, y en lugar de desarrollar los órganos de su espíritu, ejercitando la vista, o acostumbrando el oído, o fortaleciendo sus piernas, inventaban artefactos que suplían sus funciones naturales, y a la par, las atrofiaban. Y los hijos de los hijos luchaban entre ellos y contra los demás hijos de la Gran Madre. Y entonces sentenció la Diosa: -Separemos a la Humanidad. Que siga creciendo y destrozando su mundo, pero que no emponzoñe los demás mundos. Los otros seres vivieron en sus moradas, y entre ellos y sus tierras siguieron existiendo puentes, y continúan sus largas, casi interminables vidas, dedicados al arte y a la sabiduría, y caminan sin dificultad entre sus mundos. Pero la humanidad permanece sóla. Son tan breves sus vidas que parece no importarles lo que dejan a su paso. Y la buena Diosa confía aún en que las generaciones humanas se transmitan el conocimiento, y aprendan a respetar y conservar su mundo. Pero en cada generación siguen naciendo hijos de mujer que no aprenden de los errores de sus mayores muertos. Y siguen equivocados, y aún algunos de ellos continúan empeñados en genocidios, en luchas de hermanos contra hermanos, en guerras de tierras y poder. Y en cada generación nace alguno de éstos que es llamado Jefe, o General, o Presidente, y el resto de los hijos de la mujer y del hombre lo sigue, y la humanidad permanece en soledad y en ignorancia por su culpa. Y todos los demás seres que un día compartieron el mismo suelo de los humanos han quedado como recuerdos de personajes fantásticos en cuentos y leyendas. Y su sabiduría aún se oye en la boca de niños, ancianos y locos. Y los guerreros no lo entienden y se ríen de ellos. Pero en los sueños de unos y otros aún aparecen. Y cuando regresen, si regresan, volverá la sabiduría de la Diosa y la Gran Madre perdonará a los hijos de la tierra. (Antigua leyenda de una desconocida tribu extinguida de los Pirineos. Anotaciones de Escolástico Luc. "Viaje arqueológico por los restos del planeta Tierra". Nueva Europa. Año 343 después de la partida) Chema G. Lera |
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