Ana, mi Ana Por Anabela Ferreira. 2.
Elfos ESPECIAL SAMHAIN Número XI MMII Noviembre-Diciembre

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Ana, mi Ana
Por Anabela Ferreira

Tenía que cazar al animal. Estaba convencido de que era la raposa que hacía algún tiempo había matado dos gallinas, de las más gordas. Esta vez no se escapaba. Le iba a cortar la cabeza.

Rodeé la casa.

En pie sobre las patas traseras, el bicho agarraba entre las manos una gallina. Rasgaba la carne con los dientes.

Era casi negro, con los dientes amarillentos y las manos… nunca vi nada igual en animal alguno… eran manos humanas, pero también eran garras, con uñas afiladas como filos de navaja, no tengo otra forma de explicar lo que ví.

Era un lobo, pero era una persona; ¡era un lobisomem!

Exhalaba un fuerte olor a carne podrida. Como si el animal hubiera estado revolcándose encima de un cadáver. Sentí una náusea subirme hasta la garganta.

Percibiendo mi presencia, el bicho levantó el hocico y olfateó el aire. Lentamente, muy lentamente, giró la cabeza en mi dirección. Le ví los ojos, eran amarillos. Después todo sucedió tan deprisa que sólo recuerdo fragmentos.

La bestia lanzó un aullido que me penetró hasta el alma y pareció reventar algo dentro de mí.

Sólo conseguí sentir miedo.

Tanto miedo.

Quería huir, pero estaba apresado al suelo, las piernas no andaban.

De un salto se lanzó sobre mí. Caí de espaldas al suelo.

Abrió su boca sobre mi rostro. ¡Qué olor tan horrible, indescriptible!

Si al menos me desmayara. Si pudiese dejar de sentir.

Sus patas sobre mi pecho. ¡Pesadas!

La boca se cerraba sobre mi garganta. Sentí los dientes rozarme la carne.

Del fondo de mi alma salió un grito. Aún hoy me parece que no fui yo quien grité, pero debió de ser así.

Pensé en Ana. "Que ella no aparezca ahora, por Dios, que no aparezca".

Del pecho me salió un lamento en voz alta:

-Ana, mi Ana…

La bestia paró.

Se irguió y me olió. De su boca pendía agarrado entre los dientes un trozo de la camisa de mi pijama. Soltó un rugido y desapareció corriendo, en dirección al bosque.

No sé cómo conseguí arrastrarme hasta casa.

Cuando desperté, más tarde, el gallo cantaba y el sol comenzaba a nacer. Me sentía dolorido.

¿Habría estado soñando? No, no era un sueño. Más tarde ví en el espejo las marcas de los dientes de la bestia cuando me arañaron el cuello. En ese momento sólo tenía la certeza de que estaba vivo gracias a un milagro.

A mi lado, mi Ana dormía, tranquila. Sentí un nudo en la garganta, pensar que podía estar muerto y ya nunca la hubiera podido ver. Me levanté y rodeé la cama para contemplar el rostro amado. Mostraba tanta paz, era tan bello. Me agaché para besarla.

De su boca entreabierta pendía entre los dientes un pedazo de paño. Era un trozo de la camisa de mi pijama.

 

Esta es una adaptación libre de una leyenda que se cuenta en mi tierra. Lo curioso es que aquí el lobisomem es una mujer, cuando generalmente se trata siempre de un hombre.

La tradición dice que el lobisomem nacía de una familia en la que los hijos eran sólo hombres. El séptimo sería un lobisomem, y esa maldición no se producía sólo si el hermano mayor era su padrino. Lo mismo sucedía con la bruxa, que sería la séptima de una familia de chicas. Otro dato interesante es que, al menos en Portugal, el lobisomem no siempre se transforma en lobo para cumplir la maldición, había algunos que se transformaban en un cerdo o en un burro. Lo cierto es que, independientemente de la forma que tomaran, cada noche de Luna Llena, el encantado tenía que recorrer siete villas que tuvieran castillo antes del amanecer.

Anabela Ferreira

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