Las razones de la Tierra Por Sergio Borao Llop. 7

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relato

Las razones de la Tierra
Por Sergio Borao Llop

VIII

Abrió los ojos. A un paso de él, un anciano, recostado contra un árbol, fumaba tranquilamente. Sus ropas parecían antiguas. Al verle despertar, se agachó y le habló:

- ¿Se encuentra bien?

Ferrer no respondió enseguida. Se sentía muy cansado. Vagos recuerdos de una batalla... La sed. Miró alrededor en busca de algo que le devolviese la cordura. Los reflejos del sol colándose entre las ramas le impidieron ver gran cosa. Sólo el viejo sobre él, hablándole:

- ¿Puede verme? ¿Sabe dónde se encuentra?

Sopesó la pregunta. No estaba seguro de nada. Tenía la oscura sensación de haber soñado o de estar haciéndolo en ese momento. El olor. Eso, al menos, era real. No se sueñan olores. Miró de nuevo al anciano y esta vez sí fue capaz de articular unas palabras.

- Agua... ¿Quién... es usted?

- Sólo soy un pastor jubilado - contestó el hombre llevando su cantimplora a los labios del aún no repuesto caminante - Antes solía venir con mis ovejas. Ahora me han dejado sin ellas, pero la Selva es mi vida. No podría alejarme de aquí.

Ferrer bebió ávidamente, derramando parte del agua.

- Despacio, no hay apuro - decía el pastor - No queremos que le siente mal ¿verdad?

- ¿Qué...? ¿Dónde estoy? ¿Qué ha ocurrido? He debido quedarme dormido o... - las palabras del policía denotaban su confusión. Había sido testigo de algo que no podía creer. Su mente buscaba explicaciones donde no podía hallar sino incoherencias - Usted... ¿los ha visto?... No, no puede ser... He soñado, eso es... Sólo un sueño...

- Tranquilo, muchacho, tranquilo. No ha pasado nada. Seguro que has tenido una pesadilla - decía el viejo con amabilidad.

Poco a poco, Ferrer iba recuperando la noción de las cosas. Estaba en la Selva de Oza, había salido a caminar, hacia el castillo de Acher, se había perdido, había visto a los jóvenes desaparecidos, luego... No, no había sido un sueño. Aún retumbaban en sus oídos las blasfemias, el choque de los metales, los alaridos de dolor... Miró al viejo como si lo viese por primera vez. Limpió sus labios con el dorso de la manga. Se incorporó hasta quedar sentado en la tierra, sin apartar sus ojos del pastor que le había auxiliado.

- ¿Ha visto usted...? - empezó a decir. Pero el otro le interrumpió con un gesto autoritario.

- No he visto nada. Y tú tampoco. Te acompañaré al lugar donde hayas acampado ¿O viniste en coche?

- No. Vine andando. Estoy en el camping de ahí abajo... Pero tengo la seguridad de no haber soñado. Los guerreros estaban ahí. Los vi con claridad. Y no sólo eso. Recuerdo que uno de ellos me miró y sentí miedo. Debe creerme.

- ¿De qué te servirá que yo te crea? ¿Podrás vivir más tranquilo con eso? En ese caso, no hay problema: Te creo. ¿Contento?

- No, no puedo estar contento - dijo Ferrer incorporándose. Las piernas le dolían, así como la espalda. No recordaba haber estado nunca tan cansado - Está usted burlándose de mí. Me quiere hacer pasar por loco. Pero sé lo que vi...

- Acompáñame, anda. Estás muy flojo. Comerás conmigo.

- Le agradezco, pero...

- No hay peros. Tengo una cabaña cerca de aquí. Compartirás mi comida. Después te llevaré al camping.

- Está bien - Ferrer no creía poder resistir una caminata mediana. Por otra parte, no tenía elección. Seguía estando perdido. Tal vez el viejo fuese su única esperanza de salir de aquella maraña verde que le rodeaba por todas partes. Caminó tras él sin preguntarse hacia dónde. Pronto divisó al fondo una rústica cabaña de madera. Se sintió desfallecer. Pensó que iba a desmayarse de nuevo. Con un último esfuerzo, consiguió entrar en la estancia y se dejó caer sobre una tosca silla, incapaz de soportar su propio peso. El viejo le miró con lástima y encendió un fuego, con intención de cocinar algunas provisiones que siempre tenía en la cabaña.

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