IV
Mariví le despertó cerca de las diez. Puso ante sus ojos una bandeja con tostadas, margarina y mermelada; café, leche y zumo de naranja.
- ¿Qué se celebra? - preguntó él, adormilado aún.
- Tu primer día de vacaciones - respondió la mujer, alegre, como casi siempre. Él se sobresaltó levemente, ya que recordó de pronto su propósito de madrugar para salir de viaje. Pero a la vista de la preciosa sonrisa que alumbraba el rostro de su amiga, decidió que unas horas antes o después no cambiaban nada en absoluto, máxime teniendo en cuenta el motivo de tan intranscendente retraso.
Desayunaron juntos. Luego, Ferrer hubo de marcharse, antes de que comenzasen a llegar los primeros clientes. Fue despedido con un cálido beso y una mirada que era también un ruego. Prometió volver pronto.
Compró la prensa local, hizo rápidamente el equipaje y partió raudo hacia las montañas. Cuando abandonó la ciudad era más de mediodía.
Se detuvo en Arguís, para contemplar el pantano y estirar las piernas. Antes de marcharse, charló con unos turistas ingleses, a quienes aconsejó media docena de sitios para visitar. Luego ascendió el Monrepós y bajó por el otro lado hacia Sabiñánigo, donde degustó una suculenta comida. Por un momento le asaltó el deseo de quedarse allí hasta el día siguiente, pero lo desechó con un gesto de impaciencia.
Tomó la carretera hacia Jaca, donde llenó el depósito de gasolina y cambió impresiones con el empleado, intentando averiguar las condiciones meteorológicas de los últimos días. Después partió en dirección a Pamplona. Pero no era ése su destino. A unos cuantos kilómetros de Jaca, se desvió a la derecha, cruzó el llamado Puente de la Reina, pasó por la localidad de Echo y más tarde por Siresa, lugar conocido por su monasterio, edificado en el siglo IX, y por la iglesia de San Pedro, en la que, según se cuenta, fue educado el que sería rey Alfonso I El Batallador.