La Nube Negra Por Santiago Alvarez Martín. 3.

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relato

La Nube Negra
Por Santiago Alvarez Martín

El tabernero le sirve una generosa ración y Alonso dirige su desgarbada figura hacia la mesa donde Miguel muerde con energía un taco, luego de probarlo con precaución. Durante un rato conversan animadamente. Hasta Jesús llegan retazos de la conversación, pero su mente está ocupada en tres monedas doradas que yacen debidamente ocultas debajo de un petate en la cocina.

Al poco rato Alonso se levanta y vuelve a la barra, sus pasos algo vacilantes demuestran que ya la bebida comienza a hacer sus efectos, aunque no pueda decirse que está ebrio.

- ¿Qué te dijo con tanta platicadera compadre?

- Este hombre es remacho compadre, disque perdió la mano en una batalla contra un espanto, por eso le llaman "el Manco del Espanto", o algo así. No me parece hombre de mentiras. Platica que su trabajo es escrebir, a poco es secretario igual que su sobrina de asté allá en el De Efe, pero con el rey de España.

- ¿Y qué hace por estos rumbos, y pa donde va?

- Disque está perdido, compadre, que no está acá por su puro gusto, que salió a caminar un poco y de repente se vio envuelto como en una nube negra, la pasó como se entra por una puerta, cuando salió estaba en el desierto y a lo lejos se veía este pueblo, tuvo que caminar mucho para llegar aquí, por eso venía tan cansado. Una cosa si le digo compadre, es un hombre leído y buen bebedor, tiene la mar de plata, digo, de oro. No es témido ni tampoco engreído, no parece pión, más bien parece patrón. Disque yo y mi caballo le hemos dado idea para un personaje que va a escrebir.

La conversación de los dos hombres se interrumpe abruptamente, pues el huésped ha proferido una interjección no publicable y ha salido corriendo para afuera del bar, a donde miraba a través del cristal minutos antes, mientras grita desaforadamente.

- ¡Allí estás! ¡No te escapes condenada!

Los dos hombres lo siguen sorprendidos. El caballo de Alonso se para en dos patas y cae de grupas sin poder mantener su propio peso. El hombre corre hacia el borde del pueblo, donde se puede ver como una pequeña nube negra sin formas definidas, que va disminuyendo de tamaño. Llega a ella y se introduce en la masa amorfa sin vacilar. La nube se vuelve aún más pequeña y desaparece del todo.

Los dos compadres se miran espantados pues del parroquiano no queda nada más que las huellas en el polvo arenoso, interrumpidas de golpe en el lugar donde entró en la mancha negra. Un olor de aire puro como de tormenta flota en el aire, pero en el cielo no hay ni una sola nube.

- Se lo ha llevado el espanto compadre, o el mismo demonio.

- Compadre, yo creo que le he cocinado a un fantasma.

Se miran con los ojos desorbitados por el pánico y corren de regreso al bar. Tan pronto entran, Alonso va a la barra y se sirve un trago largo de tequila, mientras Jesús se dirige a la mesa donde estuvo comiendo el forastero, agarra la botella y bebe directamente del pico. Apenas ha tragado el primer buche y la botella se escapa de sus manos al piso donde se hace añicos.

- ¡Me cago en la chingada!

La expresión y el ruido de la botella al romperse hacen que Alonso dé media vuelta y mire hacia donde está su compadre, este tiene en sus manos la bolsa de monedas que el desaparecido ha dejado olvidada en su prisa, la voltea y un chorro de monedas se desparraman sobre la mesa, ruedan y algunas tintinean sobre el piso.

Ha pasado todo un mes. Los dos compadres hablan en voz baja sentados a una mesa, con una botella de tequila entre los dos. Frente a ellos la bolsa de monedas.

Ilustración © Chema G Lera

- Con esto se puede comprar un rancho con todo y vacas, compadre, y sobra lana.

- Pero eso es del señor Miguel, compadre.

- No creo que en el infierno le hagan mucha falta.

- Pero compadre …

- Nada Quijano, vamos a comprar el rancho de López que está en venta, y asté será mi socio, de lo otro ni una palabra. Si el señor Miguel regresa le pagamos con vaquitas o con las ganancias.

- Ta bueno, compadre.

 

Santiago Alvarez Martín

19.septiembre.2000

Ilustración ©2002 Chema G Lera

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