La Nube Negra Por Santiago Alvarez Martín. 2.

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relato

La Nube Negra
Por Santiago Alvarez Martín

El huésped se sirve rápidamente un vaso hasta el borde y se lo lleva a la boca con premura. El individuo de la gran quijada da dos pasos rápidos hacia él, iniciando un gesto de advertencia, pero llega tarde, el forastero se ha disparado medio vaso entre pecho y espalda y comienza a ponerse morado, mientras suelta el vaso, que se vuelca y desparrama el resto del tequila sobre la mesa. Rápidamente le sirve un vaso de agua y se lo lleva a la mesa. El hombre se lo arranca de las manos y lo bebe desesperadamente.

- Respire señor, con calma, es que mi compadre Manuel hace un tequila a lo macho, respire no más. - Le dice mientras le da palmadas en la espalda. - Se ve que asté no tiene costumbre de tequila, ya pasó, respire no más, ahorita se siente bien.

Para demostrar que el tequila es bueno, el flaco va a la barra y recoge su vaso vacío, mira de reojo a la puerta de la cocina y se sirve un buen trago, que despacha rápidamente, luego se exprime una tapa de limón en la boca y mira sonriendo al parroquiano, quien da muestras de irse recuperando, aunque aún son inútiles sus esfuerzos por hablar.

- Tome un poco de limón, amigo, es el mejor compañero del tequila.

El visitante hace un gesto conciliador y sorprende al flaco sirviéndose otro trago, aunque más austero, mientras inicia una pícara sonrisa, lo bebe de un golpe y amplía el gesto de su boca hasta mostrar todos los dientes.

- ¡Rediez! Esto si es un buen aguardiente, sírvase usted, no me gusta beber solo.

Sin perder un segundo, el esmirriado hombrecillo repite su ración y lo mira con simpatía, aún sorprendido por la pronta recuperación de quien acaba de invitarlo.

El hombre le extiende su única mano y vuelve a sonreír.

- Mi nombre es Miguel ¿Cual es su gracia?

- ¿Eh?, ¡Ah!, Perdone asté, gracias señor por invitar a este probe servidor.

- ¡Ja, ja!, no hombre, le he preguntado su nombre de usted.

- Me llamo Alonso, señor, para servir a asté y a Dios, pero todos me dicen "El Quijada", asté verá por qué. - Dice sonriendo, mientras alarga su maxilar caballuno hacia el frente en gesto de burla.

- No se preocupe, a mí me llaman "el Manco", no sé por qué será. - Y levanta el muñón como si estuviera pidiendo la palabra.

- Mi compadre es Jesús "El Gringo", porque vivió en Tejas unos años.

La conversación es interrumpida por Jesús, que viene con una gran bandeja repleta de manjares típicos. La deposita sobre la mesa vecina y de ahí va trasladando todo frente al huésped, primero los cubiertos, luego un gran plato de carne, seguido por frijoles, tortillas y tacos, sin faltar el correspondiente frasco de chile picante y algunos limones. Para cerrar, coloca a un lado una botella de pulque. Hecho esto se aparta y contempla curioso para ver la reacción del viandante.

- A fe mía que huele bien. - Y, diciendo esto, se sirve una generosa ración de carne, a la que le hinca el diente de inmediato.

- Excelente, pero no es carne de toro, ¿Qué animal es?

- Eso es guachinango, señor, costillitas de cordero.

- ¡Ah!, oveja, debí suponerlo, está algo pasadito de picante, pero sabe muy bien. Sírvase Usted Don Alonso.

- No, gracias señor Miguel, ya comí en casa. Que aproveche.

- Al menos siéntese y hágame compañía hombre, que quiero hacerle algunas preguntas.

- bueno, no más éntrele a ese pulquecito, que es lo mejor para bajar el guachinango y los tacos. - Hala una silla y se sienta a horcajadas, de frente a su nuevo amigo.

El tabernero sonríe satisfecho y se encamina al mostrador, no sin antes hacerle una elocuente señal a su compadre frotando los dedos índice y pulgar.

- Perdone asté señor Miguel, pero como todos los gringos, mi compadre pregunta si va a pagarle con pesos o meros dólares.

- ¡Rediez!, es verdad, mire, aquí tiene, pregúntele si basta con esto. A decir verdad, esta pitanza bien vale tres monedas de oro. - El forastero saca una pequeña bolsa repleta de monedas y extrae tres de ellas, las que tintinean sobre la mesa, haciendo que el tabernero levante los ojos de su trabajo y mire codiciosamente hacia el origen del sonido.

Alonso coge las monedas y las lleva a su compadre que ya lo espera con ojos incrédulos. Agarra las monedas y las muerde una a una. Su rostro denota gran asombro.

- Esto es oro de verdad, Alonso, meras monedas españolas, con esto le doy comida y bebida por tres meses a cinco piones. Ándale, mi cuate, dile que puede pedir lo que quiera, que sepa que por acá no semos mezquinos. ¡Camínele compadre, con un demonio!

- ¡Ta bueno! ¿A poco necesito que me apuren? Pero sírvame una copita primero compadre, mire que la garganta se me seca de tanto platicar.

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