El caminante llega hasta la puerta del vetusto establecimiento pintado de cal, que en nada se diferenciaría de las demás construcciones del pequeño poblado, a no ser por la estacada para amarrar los caballos al frente y un letrero algo disparejo que rezaba: "Bar. Comidas y bebidas". Empuja precavidamente con su única mano una de las puertas de batientes y mira hacia el interior, entornando los ojos, encandilado por el brillo del sol en las arenas del desierto que acaba de abandonar. Ve al hombre flaco y de mandíbula equina que, recostado a la barra, habla con el cantinero mientras sostiene un vaso de licor en su mano escuálida. El resto del local está vacío de transeúntes. Luego de un ligero titubeo se dirige a los hombres, caminando lentamente.
- Buenos días tengan los señores - dice mientras se sirve con mano temblorosa un vaso de agua de la jarra que está sobre el mostrador, operación que repite dos veces más en un santiamén.
- Mejor dirá asté buenas tardes, ya es pasado el mediodía. - Contesta el cantinero, mientras el otro se limita a saludar con un gesto de la mano que sostiene el vaso. Ninguno se extraña de la sed del parroquiano, pues todo el que sale del pequeño desierto viene en las mismas condiciones.
- Estoy sediento y hambriento, a fe mía que devoraría un toro de lidia con todo y cuernos. ¿Que tenéis de comer, buen hombre?
- Tengo de todo señor: Frejoles, tacos, tortillitas y un guachinango que está pa chuparse los dedos de mero resabroso.
- Extraños nombres son esos, pero deme su merced lo mejor que tenga, y el mejor vino. Pero aprisa, que desfallezco ¡Hala! ¡Vive Dios!
- Enseguida señor.
El cantinero le hace un gesto de burla a su compadre y entra a paso rápido por la puerta de la cocina, que también es trastienda, almacén, oficina y vivienda del dueño, de hecho es la única otra habitación que tiene el local.
Sale casi inmediatamente llevando una bandeja con una botella, sal, limón y un vaso de barro cocido, de dudosa limpieza.
- Perdone asté que demore unos minutos, pero desde que se jué mi vieja (Dios la tenga en su Gloria) tengo que cocinar yo, ya le estoy calentando su comida, ahorita se la traigo. No tenemos vino, pero vaya probando este tequila, que va por la casa. - El cantinero muestra sus dientes manchados de tabaco y vuelve a la cocina, maldiciendo su excesivo desprendimiento.