Dragones 3. ELFOS 10.
Número IX MMII Julio-Agosto

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Dragones (I)
por Chema G. Lera

La voz del dragón

Muchos relatos ponen en evidencia un rasgo peculiar de los dragones: el poder de su voz. El dragón sabe hablar. Además, es capaz de dominar cualquier lengua. Parece, sin embargo, que la preferida para dirigirse a los humanos es el latín. Pero lo verdaderamente llamativo es la modulación y el tono de la voz de los dragones. Cuando un dragón habla, el interlocutor escucha extasiado, y puede llegar a ser encantado por esa voz que llega a sus oídos. Al dragón parece gustarle la conversación con el humano que tiene la oportunidad de descubrirlo, e incluso parece que se divierte aplazando la suerte que vaya a correr el héroe, puesto que el dragón está convencido de que le vencerá tarde o temprano. Muchas veces, el dragón da al ser humano una opción para salvarse: le propone un torneo de adivinanzas, bien mediante intercambio de cuestiones, bien mediante una sóla pregunta.

La mirada del dragón

Ilustración © Chema G. Lera El dragón Oroel, que habitaba una cueva en la montaña del mismo nombre, situada en el Pirineo aragonés, sucumbió gracias a una estratagema urdida por un caballero que conocía uno de los secretos draconianos mejor guardados: la mirada de estos seres puede llegar a hipnotizar a sus víctimas, al igual que ocurría con la Medusa. El caballero, al parecer, conocía también la leyenda de Perseo, así que pulió la superficie de su escudo de combate hasta convertirlo en un espejo. Con él fue hasta la cueva donde habitaba el dragón y cuando éste se vió reflejado en el escudo, acabó hipnotizándose a sí mismo, momento que aprovechó el astuto caballero para acabar con él. Esta antigua leyenda pone de manifiesto una característica del dragón, asociada a su parentesco con la serpiente: como ella, no tiene párpados, y por eso su mirada es inquietante.

La mirada de las serpientes está presente también en el origen de la creencia celta según la cual, en el equinoccio de primavera un grupo de serpientes unía sus ojos para crear un huevo de cristal en forma de anillo. Era la Vía Láctea, que ha recibido muchos nombres, como la Serpiente de la Tierra Media entre los pueblos nórdicos, el Río de la Serpiente según los acadios o el Sendero de las Serpientes entre los hindúes.

Unas citas para terminar

“El dragón es de naturaleza ruda y fiera, pero le gustan las gemas hermosas y la Piedra de la Oscuridad, así como las golondrinas asadas. Tiene miedo al hierro, a la planta wang, a los ciempiés, a las hojas del árbol lien y a los hilos de seda de cinco colores”. (Li Shi-chen)

“Cuando va a llover, los dragones gritan y sus voces son como el ruido que hacen los barreños de cobre cuando se les golpea. Con su saliva se puede hacer todo tipo de perfumes. Su aliento se convierte en nubes y ellos utilizan estas nubes para cubrir sus cuerpos.

Actualmente, en los ríos y en los lagos, puede verse a veces alguna de sus garras y el rabo, pero la cabeza nunca queda a la vista. En verano, después del cuarto mes, los dragones se reparten las regiones y cada uno de ellos tiene su propio territorio”. (Wang Fu)

“El combate fue terrible, se lanzaban sus largas colas, se golpeaban con sus alas, hacían esfuerzos para desgarrarse con sus afiladas garras. El ruido que hacían se oía a varias leguas a la redonda, finalmente después de veinticuatro horas comenzaron a debilitarse, el dragón rojo cayó muerto al lado del blanco, quien también había perdido sus fuerzas y no le sobrevivió mucho tiempo”. (“Le Roman de Merlin l’Enchanteur”. Robert de Boron

“Se guardó de la sierpe el señor de los gautas,

al pie de la peña, elevando su escudo.

Dispuesta a la lucha se hallaba la fiera

de cola enroscada. El bravo monarca

su hierro empuñó, la pieza valiosa

de filo potente. Miedo sintieron

el uno del otro, los dos enemigos.

El rey de su pueblo detrás del escudo

animoso esperó cuando el torvo reptil

se dispuso al ataque: equipado aguardaba.

La feroz entre llamas reptando corrió

a encontrar su destino...”

(“Beowulf”. Edición y trad. Luis Lerate y Jesús Lerate. En “Beowulf y otros poemas anglosajones”. Alianza Editorial. 1999. Madrid.

© 2002 Chema G. Lera

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