Mujeres de Abär Por Fabián Alvarez López. 4.
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Mujeres de Abär
Por Fabián Alvarez López
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Tábidë y Maebbe

"¿Y decís que Navere tiene un amante, y que Liname gusta de los torsos peludos, que chupa pollas en vez de lamer coños y que le gusta ser cabalgada? Es un gran escándalo; azotadlas, despojadlas de sus vestidos, exponedlas a la vergüenza pública y encerradlas una semana con prostitutas expertas y con gladiadores; comprobad así si son mujeres, y se comportan como tales, o si les gusta ser penetradas, como a los hombres"

Kábar banïlë (Libro de sátiras), Arthalia, año 750 del Antiguo Imperio, año 800 de la Fundación de Arthalia.

"¿Cómo el escriba consuela a la reina?,
¡Ay, que sorpresa!
No era un buey como creía su esposa,
¡Ay, la profetesa (sic)!"

Canción burlesca, Arthalia, año 800 del Antiguo Imperio, año 850 de la Fundación de Arthalia.

Esta canción burlesca estaba en boca de todas las verduleras, todos los campesinos y todas las cortesanas de la Dama-Reina Tábidë de Arthalia, en el año 800 del Antiguo Imperio. Era una época peligrosa, la época en que los últimos latigazos de furia de la Confraternidad de Valtee recorrían las calles de las ciudades arthalíes buscando hombres a los que castrar, y en la que toda la estructura de poder de las Damas-Reinas estaba siendo amenazada por una oleada de integrismo femenino.

Las Confraternas, enloquecidas por una interpretación radical del libro "El amor de las mujeres", base de la parte femenina de la ética sadyimë, la moral imperial que censura la actividad sexual por placer entre sexos distintos, habían establecido un reino de terror sobre la ciudad. La mayoría de los servidores de palacio habían sido convertidos en eunucos, pero la Dama-Reina Tábidë había protegido a su escriba de la cuchilla de las Confraternas, convenciéndolas de que ya estaba castrado. Y ello se debió a que se había enamorado de él o, a que, según decían las malas lenguas, se había cansado de su esposa la Profetisa y Suma Sacerdotisa, Reverenda Madre de la Iglesia de Artha, la Muy Honorable Maebbe, Mano Derecha de la Diosa.

La Dama-Reina Tábidë estaba sentada esa noche en el lecho, contemplando por la ventana las estrellas, meditabunda. Se abrió la puerta y entró su esposa, Maebbe, Suma Sacerdotisa de Artha, vestida con sus mejores galas y dispuesta a cualquier cosa para recuperar el amor de su yavná, de su esposa. Dispuesta a escuchar cualquier cosa, a aceptar cualquier mentira antes que oír de los labios de Tábidë que le gustaba estar con aquel escriba, que había despreciado la ética sadyimë.

Ética que dice claramente "que no yazga el varón con la hembra más que para procrear, pues no hay placer en el sexo opuesto, y el buscarlo es vano, y causa de mil males para el individuo y la comunidad".

-¿Tábidë? ¿Duermes?

La Dama-Reina se volvió hacia aquella a la que aún amaba, y dijo:

-No, amada mía, no duermo. No duermo hasta que llegas a mi lado, ¿recuerdas?

-Tábidë, esposa mía -la sacerdotisa se acercó a su compañera y la tomó del talle, aspirando el aroma de sus cabellos y acariciando su mejilla-Todos te insultan por las calles, estás en boca de la gente vulgar; dicen que me engañas con un escriba, con un hombre... ¿es eso cierto?

-Sabes que no puedo responderte, Maebbe, mi dulce Maebbe; si respondo a tu pregunta, el honor de nuestro compromiso me obliga a ser sincera, y si soy sincera, seré lapidada.

-Comprendo.

La Reverenda Madre Maebbe se apartó entonces de su amada, herida por su melancolía y su abatimiento; la amaba tanto, se dijo, que podía perdonarle aquello; se dijo, ignorando el llanto de su corazón, que podía olvidarlo. Consciente de que el ciego no guarda rencor, se echó a dormir junto a su esposa, quien suspiraba apenas pudiendo contener el hastío y la repugnancia que le inspiraban el antaño amado cuerpo de su compañera.

Pasaron las horas, y la Dama Reina Tábidë, cuando Ödel la plateada ya descendía hacia el horizonte y se acercaba la muerte de la noche, se levantó, y abandonó el cuarto, como hacía todas las noches.

Bajó al jardín, se encontró con su escriba y procedieron a engañar a la Reverenda Madre. Y mientras el escriba penetraba a la Dama Reina, la hermosa Maebbe se aferraba con desesperación a las sábanas del lecho y sollozaba, amante abandonada.

A la mañana siguiente ya no había canciones, no había susurros, sino simplemente, hechos en boca de todos. Un testigo, un sacerdote de Dentaíl, había esparcido la noticia, que se había extendido como una enfermedad entre la población. Y así, las Damas de la Confraternidad de Valtee se presentaron ante la Reverenda Madre, acompañadas del sacerdote:

-Reverenda Madre-dijo la Principal, una mujer inteligente, distante y cruel-hemos venido a presentaros una queja; pedimos la muerte bajo cargos de adulterio con ruptura de la ética sadyimë, de la Dama-Reina Tábidë.

-¿Y bajo que prueba hacéis esas acusaciones? La ética sadyimë es uno de los pilares de nuestra sociedad, y su ruptura por un miembro de la corte podría tener graves repercusiones para todos.

-Más a nuestro favor, Reverenda. La corte ha de dar ejemplo moral, y, por tanto, no nos asustan las repercusiones, Reverenda; Valtee nos guarda y tenemos el testimonio de este sacerdote.

-¿Un hombre?-Maebbe sonrió con suficiencia.

-No queráis defenderla con legalismos, Madre, que el amor no os ciegue-dijo la Principal-Tenemos un testigo, está en labios de toda la ciudad. ¿Qué más pruebas necesitamos?

-¿Su propia confesión?

Maebbe se volvió hacia su esposa, su yavná, y la miró llena de amor, temerosa de que llevada por su honor cavara su tumba:

-Soy culpable-dijo la bella Tábidë-Callé para ocultarme, y mi honor y el de mi esposa ha sido pisoteado y arrojado a la calle para divertir al populacho. No puedo negar lo que soy; si eso debe ser castigado, sea.

-¡Ha confesado!-gritaron las Confraternas, abalanzándose sobre ella, arrastrándola a la calle para ser lapidada, clamando a los cielos la lujuria y el error de la Dama-Reina.

La Suma Sacerdotisa Maebbe, Profetisa y Mano Derecha de la Diosa, se giró de espaldas a la lapidación desde el balcón principal del templo y maldijo, airada, a la Confraternidad y a aquel sacerdote que había proclamado la intimidad de la bella Tábidë y que, con su acción, la había condenado a muerte.

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