Cuando leo en un libro que un árbol se yergue indómito y orgulloso en busca del cielo, amo a los árboles que tengo cerca; cuando en un libro descubro el misterioso nombre que dan en una lejana tribu al agua de los ríos, redescubro la frescura de mi humilde fuente; cuando imagino los colores de los pájaros descritos en mi libro, cuando creo escuchar la voz de las sirenas entre las páginas que tengo entre manos, cuando el viento que azota mi cara lo confundo con la brisa marina a bordo del galeón de estas letras, cuando resuenan espadas de tinta, truenos de papel, himnos triunfales de tapas duras, cuando todo eso ocurre, doy gracias a quien me enseñó a leer, a quien inventó la imprenta, a quien edita libros, a quien los vende o los ofrece en una biblioteca, o los difunde por la Red, a quien los escribe, porque gracias a la lectura veo con ojos siempre nuevos todo lo que me rodea, y tengo una nueva oportunidad de emocionarme, de vivir, de amar. Leer fantasía o ciencia ficción no es huir de la realidad, no lo es, al menos, en franca retirada, en todo caso es huida hacia delante, acumulando fuerzas para la batalla, para tratar de comprender tantas injusticias incomprensibles, para tratar de cambiar tantas situaciones lamentables. Hay un libro editado por Juan José Aroz que reúne catorce relatos de ciencia ficción. Los catorce bajo un mismo título: Globalización. Un problema real y actual abordado a cara descubierta por catorce autores, de entre ochenta presentados al premio Espiral Ciencia Ficción 2001. Ochenta escritores de Ciencia Ficción que se documentaron, que estudiaron, que leyeron, que opinaron sobre ese gran problema. ¿Acaso eso es literatura de evasión? Y su lectura, puedo asegurarlo, no nos deja fríos. Se trata de viajar miles de años al futuro o retroceder otros tantos al pasado, de volar millones de años luz y traspasar los mundos para ver desde otra perspectiva, para meditar desde otra dimensión. Esa es la virtud y la gracia de los aficionados a la literatura de fantasía y ciencia ficción. Esa es nuestra ventaja. Y hay que aprovecharla. “Deberíamos salir al encuentro de centauros y dragones, y quizás así, de pronto, fijaríamos nuestra atención, como los pastores de antaño, en las ovejas, los perros, los caballos... y los lobos. Los cuentos de hadas nos ayudan a completar esta renovación. En este sentido, sólo si los sabemos apreciar pueden ellos volvernos o mantenernos como niños” (“Sobre los Cuentos de Hadas”, J.R.R. Tolkien, en “Arbol y Hoja y el poema Mitopoeia”. Ed. Minotauro. 1944. Barcelona.) Chema G. Lera |
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