El frescor de la sombra de dentro del local casi les hizo estremecerse por el fuerte contraste sufrido en un segundo al pasar al interior. El sudor que les empapaba en un instante se volvió frío lo que de momento les satisfizo Dejaron sus mochilas en el suelo, satisfechos.
-Oye, casi vamos a tener que abrigarnos ahora, no vayamos a pescar un enfriamiento.
-No te preocupes, enseguida nos acostumbraremos. Vamos a ver si hay alguien por aquí.
-¡Oiga, oiga! ¿ Hay alguien por aquí? - Luis dio unas voces hacia el pasillo que se adivinaba en la penumbra.
-Si no hay nadie, aquí nos quedamos. Buena siesta nos podemos echar.
Pero el rumor del roce de unas ropas les hizo dirigir su atención hacia el pasillo por el que llegaba una persona vestida con hábitos.
-¡Ave María Purísima! -Les saludó la monja con una voz suave y llena de cariño.
-¡Sin pecado concebida! -Le contestaron los dos al unísono, y con la misma entonación que había usado su interlocutora.
-¿Qué desean ustedes? -Les preguntó un tanto sorprendida al verles llegar a tales horas y con el aspecto que traían.
-Mire usted, hermana -le contestó Luis, que era el más versado en temas religiosos-. Es que estamos haciendo una peregrinación a pie desde el Pilar hasta Montserrat y nuestro camino nos ha hecho pasar por cerca de su casa y como el día está tan horrorosamente caliente, habíamos pensado descansar un rato, y si ustedes nos lo permiten, pasar también la noche en cualquier sitio donde nos digan, para continuar mañana cuando haga menos calor.
-¡Qué valientes son ustedes! ¡Atreverse a pasar por los Monegros en pleno verano! Ahora mismo voy a consultar con la hermana responsable de la comunidad y les transmitiré su decisión.
Y se retiró tan silenciosamente como había llegado hacia la fresca oscuridad del claustro. No tardó en regresar.
-Dice la responsable que sí, que pueden acogerse en nuestro Monasterio. Y que si lo desean, pueden subir al refectorio y les daremos algo de comer.
-No, si nosotros no queríamos pedirles comida porque llevamos algo en las mochilas que nos permitirá ir saliendo del paso…
-No, por favor -les insistió la monja-, suban que yo les indicaré el camino. Si quieren antes, pueden refrescarse en la ducha que hay en el cuarto de huéspedes allí al fondo del pasillo.
El ofrecimiento les vino como caído del cielo, y nunca mejor dicho. Tomaron posesión del cuarto de huéspedes que no era más que un cuartucho en el que habían montado dos viejas y destartaladas camas. La una sin patas casi a la altura del suelo, y la otra más vieja todavía tan alta que casi había que tomar precauciones antes de acogerse a su amparo. Los colchones no desmerecían con los muebles. Algunas manchas sospechosas hacían pensar en un triste destino anterior al actual. Pero para ellos aquello era como la suite presidencial del mejor hotel.
La ducha fue como un acto de fe. Si hay que ducharse, se ducha uno. Aunque el agua esté más fría que el propio hielo. Pero había valor para éso y mucho más. Seguro que las ocupantes del convento no la tenían mejor. Pues ellos no iban a ser menos.
En el refectorio les recibió la monja responsable de la comunidad. Es difícil poder encasillar a este tipo de mujeres en cuanto a su edad y su origen o cultura. NI alta ni baja. Ni vieja ni joven. Ni guapa ni fea. Discreta, amable dentro de una cordialidad empapada de una religiosidad total.
-Ya perdonarán que no podamos ofrecerles nada más. No imaginábamos que pudiera venir nadie hoy. Esto es todo lo que tenemos, dijo, ofreciéndoles un variado muestrario de viandas que daban la impresión clara de provenir de un expolio de nevera.
Un puchero con col en el que lucían dos hermosas salchichas. Una lata de sardinas, un trozo de tarta hecha en casa y dos grandes rodajas de sandía.
-Oye, Luis, que esto es un festín. ¡Quién nos lo iba a decir hace un rato cuando andábamos sufriendo por el campo! ¡Suerte que hemos tenido!
-Si, pero date cuenta de que seguramente esta noche alguna de ellas va a ver seriamente menguada su ración de cena. Estas monjas son la monda.
Comieron opíparamente y se acostaron después en las desvencijadas camas, que en pocos minutos les vieron dormir como si fueran las más cómodas y lujosas del mundo. Ciertamente que para ellos lo eran.
Ya iba adelantada la tarde cuando aparecieron descansados y limpios en el patio.