Ixaya solía pasar largas horas paseando por el bosque y danzando a la luz de la luna llena, como suelen hacerlo todas las xanas. Le agradaba escuchar los sabios consejos de las xanas mayores, pero también gozaba de la soledad y los sonidos del silencio. Disfrutaba llenándose los pulmones del aire húmedo, así como sentir en sus pies el cosquilleo de las hojas y ramas. Sus ojos miraban con entusiasmo los cambios que ofrecían las estaciones en la apariencia de su entorno. Los helechos, castaños y avellanos que estaban a punto de dar fruto. No había un ser más feliz habitando los bosques. En uno de sus acostumbrados paseos, escuchó un estruendo que la llenó de temor y de curiosidad al mismo tiempo. ¿Qué podría ser aquello? No lo había escuchado nunca. Era algo ensordecedor. Decidió, muy cautelosamente, buscar el origen de aquél desagradable sonido. Muy a la distancia pudo distinguir entre la espesura lo que le pareció un ser humano. Ya había sido advertida sobre estos seres.
-Sé precavida, Ixaya -le habían aconsejado.- Estos seres creen ser dueños del planeta y de cuanto hay en la madre naturaleza. No se dan cuenta de que tan solo son piezas que deben cumplir su función para que todos los seres que aquí habitamos, vivamos con abundancia, paz y amor.
Las xanas, siendo seres inteligentes, pero también muy curiosos, no pueden abstraerse de indagar todo cuanto llama su atención, e Ixaya no era la excepción. No tenía idea de que estos otros seres fuesen tan hermosos. Su piel reflejaba los dorados rayos del sol y su cabellera parecía la noche adornada por el brillo intenso de las estrellas. Tenía el aspecto de un ser fuerte y poderoso.
-¿Qué es lo que traía consigo? -se preguntó Ixaya. Sin duda alguna el artefacto que había causado el estruendo que escuchó. -¿Qué era? ¿Cómo se empleaba?- Para saberlo, tendría que observarlo detenidamente sin ser advertida.
No pasó mucho tiempo antes de que su curiosidad fuera satisfecha. Otro estruendo y un jabalí cayo a tierra, herido.
-¡No puede ser! -fué la exclamación que dejó escapar de pronto.
A Ixaya se le heló la sangre. -¿Por qué había matado al jabalí si no parecía tener hambre?- pensó la xana. En su ensimismamiento no pudo evitar el hacer crujir unas ramas y hojas secas. El humano la vio... no quedaba otra opción más que huir deprisa.
Guillermo escuchó el crujir de hojas secas y su instinto de cazador le puso en alerta. Al volver la cabeza le pareció ver una figura femenina. La piel era del color de la nieve y reflejaba una luz especial, como un halo. El cabello era largo. Tenía el aspecto que tantas veces había escuchado describir en las historias sobre xanas que se contaban alrededor de la hoguera. Seguramente sus sentidos le habían jugado una mala pasada, ya que esos seres eran ficticios. Tal vez un rayo de luz que penetraba por entre los árboles, un juego de sombras. Todas estas especulaciones no pudieron apartar de su pensamiento esta extraña visión. La impresión fue tal, que casi olvidó recoger su presa.