Durante un minuto, guardé silencio.
Había recibido órdenes estrictas de no decir nada, pero la decisión que fulguraba en los ojos del joven agente me convenció de que antes o después conocería toda la historia, así que opté, como casi siempre, por obrar a mi albedrío. En opinión de algunos amigos, por eso era todavía cabo, por eso nunca pasaría de ahí. ¿Y a quién le importaba? Después de todo, entre un cabo y cualquier rango superior no hay más diferencia que el grado, la paga y, según dicen, el sentimiento de poder. Futilidades. Dije:
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Tengo más de cuarenta años. Hace más de
veinte que no hago más que recibir hostias (“es una expresión regional” se apresuró a explicar Scully) A estas alturas, como no le será difícil comprender, no hay muchas cosas que puedan asustarme. Si no les he hablado antes de la leyenda, es porque así se me ha ordenado. Si lo hago ahora es porque estoy hasta las mismas narices de hablar su jodido idioma y no veo la hora de llevarles de vuelta al aeropuerto y perderles de vista para siempre. ¿Me he explicado con claridad? Ahora, si me disculpan, tengo que hacer una llamada.
El pretexto de la llamada siempre me había venido bien en situaciones en las que me sorprendía a punto de perder el control. Pasados unos segundos, mis pulsaciones recuperaban su ritmo normal y volvía a ser el hombre pacífico y manso por quien se me tenía en el cuerpo y que en realidad era durante muchas horas al día. Tecleé el número de mi casa, donde no había nadie, esperé a que se activase el contestador, dejé un mensaje absurdo y colgué.
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¿Por qué se habrá enfadado así? – oí que preguntaba la agente Scully
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No lo sé – respondió él – Quizá tiene un mal día.
Regresé junto a ellos, gruñí una disculpa y les dije aquello que deseaban saber:
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Hay viejas leyendas y supersticiones sobre este lugar. Pero nada de todo ello ha sido comprobado. Por el contrario, todos los estudios que se han llevado a cabo demuestran de forma incuestionable la absoluta normalidad del Pozo. No es más que eso. Una depresión en el lecho del río. Sin el menor misterio.
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Sin embargo – terció Mulder – un niño ha desaparecido sin dejar rastro.
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Ya salió tu lado oscuro – recriminó Scully en tono cariñoso - ¿En serio crees que pueda haber algo ahí abajo?
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A falta de una explicación mejor... Pero continúe, por favor, Ferrer, y alegre esa cara. Después de todo, su inglés es excelente.
El halago y el tono conciliador del agente americano me ablandaron un punto. Seguí con mi relato sin acordarme ya del estallido de violencia de un minuto antes.
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