Piedra 3. ELFOS 01. Escritos de Leyenda, Fantasía y Obras Similares

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La piedra secreta

María J. Gutiérrez Lera

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Estaba duro el suelo y no pudo dormir. ¡Dichosas gibas de la tierra, siempre donde él se tumbaba! Al fin se adormeció justo antes del alba, cuando ya la noche se derretía en oriente.

Dos días completos fueron de luto en la aldea, pero de luto no fingido, sino real. Unos ancianos que conocían la habilidad de Neb para el dibujo le pidieron que trazase sobre una placa unos rasgos diciendo "Valentía e inmortalidad". Por primera vez en mucho tiempo, Neb se sintió importante, miembro de la comunidad de adultos de su aldea, aunque era de los jóvenes, de los no probados. Realizó el encargo con esmero, con reverencia, y sintió una súbita simpatía por el muchacho muerto, al que sin embargo apenas conocía. Lo vio cuando llevaba, ya terminada, la plaqueta, adornado de plumas rojas y verdes, con un brazalete ciñéndole la muñeca cazadora, y el cuerpo y las heridas respetuosamente ocultos por una piel antigua. Lo vio imponente, impresionante; en los rasgos, cincelada nobleza. No parecía muerto, sino pintado, y Neb se estremeció.

Durante muchos días no pudo ir a la cueva. Mirara donde mirase, veía el rostro del joven cazador durmiendo, y se dijo al fin que su espíritu había elegido ese refugio por algún tiempo y que él tendría que marcharse.

Por entonces se decidió que ya era tiempo de celebrar la fiesta. Los triunfadores, los guerreros, serían obsequiados con largueza y las jóvenes vírgenes saldrían de su choza y su clausura para ellos.

La noche de aquellas ceremonias olía de un modo peculiar, a nubes de humo de caza y a grasas y pinturas corporales. A Neb siempre le parecía que la tierra misma se perfumaba con ellos, y se manchaba las jorobas de rojo para el jolgorio y la fiesta.

Nada impresionado por los ritmos y los bailes, como no lo había estado por el silencio y el rigor, Neb fue a sentarse junto a otros jóvenes para ver y admirar el espectáculo. Todo el poblado se adornaba ese día con abalorios y amuletos, y él se ponía lo único que guardaba, un colgante de hueso que fue de su madre. La noche era nueva, de cielo lavado por recientes lluvias y estrellas tempranas. Neb se sentía bien, y el resto, gozoso, alborotador, exultante.

De las danzas y ritos fue el momento más bello ver salir a las vírgenes de la mano, una tras otra, de la choza. Eran blancas como la piel de luna, y Neb se asombró otra vez más, pese a saberlo. Gráciles formas silenciosas y pulcras, como tallos, las muchachas dieron pasos lentos cercando la hoguera y entraron a danzar. Neb las contempló extasiado. Los cabellos eran crines de yeguas, tan al viento, tan salvajes; las manos, como hojas flexibles donde se sirven los alimentos exquisitos. Eran largas patas de ciervos aquellas jóvenes de perfiles tan puros, pulimentadas hasta ser piel de guijarro. Poco a poco, entrelazando pasos aprendidos, las doncellas y los guerreros fueron avistándose, tanteando el terreno, llamándose con bailes y cantos, como aves en celo, hasta que todo fueron parejas. Las madres apagaron las hogueras y la noche cayó de golpe.

Pasado algún tiempo, Neb se sintió con fuerzas para regresar a la cueva. Entró con la lámpara, y ya no vio más el rostro del joven dormido, sino los trazos rojos que había pintado y estaban aún por terminar. Le llenó de alegría poder tumbarse de nuevo donde siempre, y se acogió a la tarea con fortalecido entusiasmo. Una vez más buscó la cabra, el bisonte, el oso y la fiera, pero no vió sino líneas suavemente curvadas sobre los remontes de la pared. Dispuesto a desentrañar lo que aquella escondía, tomó la pintura y tendió otra raya de extremo a extremo, como había de ser... Y la exquisita sensación de femineidad, de belleza, arrancó de raíz sus dudas sobre qué era eso que estaba pintando.

© copyright 2000 María J. Gutiérrez Lera

"Media docena de cuentos variopintos"

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© 2000 Chema Gutiérrez Lera

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