Más allá del mudéjar, |
Siguiendo por la cresta de la roca, la carretera parece acabarse a la entrada de Alcaine, pues el pueblo está tan apretado, tan encaramado a su espolón rocoso, que ni los coches pueden entrar. Este pueblo es un auténtico nido de águilas; a sus pies corre el río que a través de tajos inmensos corta la piedra y, mánsamente, se dirige al embalse de Cueva Foradada. El observatorio de aves rapaces está en el mismo pueblo, como no podía ser de otro modo, y si uno quiere descender a las eras o a la huerta, tiene a su disposición una empinada escalera que hay que tomar con buen ánimo. Este es un buen lugar para hacer noche, y el madrugador será recompensado con un amanecer entre montañas. |
© 2002 texto y fotografías Javier Mendivil |
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