De Zaragoza a la Sima de San Pedro en Oliete (Teruel) 1.

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Más allá del mudéjar
en busca de la Sima de San Pedro de Oliete
por el viajero Javier Mendivil

Estamos acostumbrados a ver por televisión impresionantes reportajes sobre lugares exóticos, desde los secos desiertos hasta los polos helados, donde los grandes animales (como los leones o las ballenas), se convierten en las estrellas y nos maravillan con sus vibrantes actuaciones: la persecución de una cebra por una manada de leones o una ballena saltando por encima del agua es, sin duda, todo un espectáculo. No obstante, hoy me gustaría contarte las posibilidades de un lugar mucho más discreto, menos exótico y lejano, que, sin embargo, reúne en su entorno próximo no uno, sino varios motivos de visita, especialmente un lugar de interés histórico como es una fortificación íbera, y unas formas geológicas muy destacadas. Otro motivo que aconseja su visita es la fácil accesibilidad de su entorno para cualquier viajero sin necesidad de grandes despliegues tecnológicos. Además, merece la pena conocer las conductas de los seres que lo habitan.

En España, en la provincia de Teruel, en un pueblo llamado Oliete existe una sima, la de San Pedro, un agujero en el suelo que alcanza los ochenta metros de paredes verticales e inaccesibles para cualquier ser viviente, excepto para aquellos con capacidad de volar. Esto lo hace imprescindible como lugar de reposo para numerosas aves y murciélagos que habitan la zona. La Sima de San Pedro se originó por el hundimiento de una gruta que las aguas formaron al disolver la piedra caliza y que todavía hoy, gota a gota, siguen agrandando. No tiene entrada por el fondo, ya que permanece lleno de agua, dependiendo su nivel de las condiciones climáticas del momento. Tanto las dimensiones del refugio, como el recurso del agua pueden resultar escasos cuando su uso es demandado por una multitud de seres. Precisamente, lo que hace único a este lugar es la auto-organización de que se han dotado sus habitantes para aprovecharlo: aves y quirópteros comparten educadamente por turnos los horarios de entradas y salidas, según tamaños, para poder utilizar conjuntamente este hábitat tan necesario para ellos. Aquí no existen guardias de circulación que impongan multa, pero el propio interés de todos mantiene el orden. Ante una propuesta como ésta, no sólo el destino importa al visitante, sino también el espacio y el tiempo del recorrido.

El inicio del viaje

© 2002 Javier Mendivil

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