El sepulcro de Don Hernando de Aragón |
Tanto en la concepción del sepulcro del arzobispo Don Hernando de Aragón, como en el de Doña Ana de Gurrea, muy seguramente debidas al pintor Jerónimo Cósida (al igual que el propio retablo de San Bernardo), se combinaron con gran acierto la idea triunfal propia del arte funerario cristiano con una tipología claramente deudora del retablo, que en Aragón alcanzó un gran predicamento como manifestación artística religiosa. Incluso la cama sepulcral se dispone como si se tratase de un altar. Este concepto retablístico se materializa mediante una estructura arquitectónica edicular en tríptico, articulada sobre un orden corintio. La intencionalidad triunfal se comunica mendiante el cierre superior en serliana, tanto en ambos sepulcros como en el retablo titular de la capilla. Don Lope Marco, representante del arzobispo, contrató en capitulación notarial de 18 de septiembre de 1550 la ejecución de la sepultura de Don Hernando de Aragón con el mazonero Bernardo Pérez. Las circunstancias documentales y la forma de funcionamiento, muy especializada, que se impone en los talleres escultóricos aragoneses en la segunda mitad del siglo XVI, parecen indicar que la capilla de San Bernardo contó en general para la construcción de sus muebles con bastantes colaboradores. En este caso, a Bernardo Pérez le ayudaría el mazonero Guillaume Brimbeuf para la ejecución de los trabajos arquitectónicos y decorativos. La imaginería la realizaron Juan Vizcaíno y Pedro Moreto. La decoración adquiere casi tanto protagonismo estético como la escultura figurativa. Sin perder de vista el vocabulario ornamental desarrollado en Aragón en la primera mitad del siglo XVI, se incorporan nuevos elementos representativos de la renovación temática y de formas que acaece en el renacimiento aragonés en torno a las fechas de ejecución de las obras del máusoleo de Don Hernando de Aragón. En el sepulcro de éste último los escenarios decorativos más significativos son el basamento, los fustes retallados de las columnas y el entablamento corrido. En el primero encontramos jinetes alados, carros, músicos, niños cabalgando felinos, medallones, etc. Los fustes de las columnas acogen figuras infantiles dentro de cartelas, esfinges sobre peanas, putti, máscaras, lienzos, etc. En el entablamento se suceden figuras de niños sobre hipocampos, calaveras y cabezas de carnero, águilas y esfinges. A destacar la exquisita ejecución de la ornamentación que predomina en general en esta pieza, con sutiles efectos pictóricos alcanzados mediante la ejecución del relieve en suave stiacciato, es decir en una graduada transición entre los volúmenes de los distintos planos desde el más próximo al espectador hasta el fondo de las composiciones. En cuanto a la escultura figurativa, cabe diferenciar entre la realizada para la cama sepulcral del arzobispo y la del frente del retablo funerario. Sobre la primera se ha dispuesto la imagen yacente de Don Hernando de Aragón, revestido de pontifical y ornado con la cruz pastoral, la mitra, el báculo y el anillo obispal. Es de reseñar el hecho de que el rostro se haya cincelado con afán retratístico. En el frente del túmulo aparecen cinco figuras de virtudes cristianas bajo hornacinas aveneradas: la Fe, Esperanza, Caridad, Prudencia y Justicia, todas ellas con sus atributos identificadores. No hay certeza acerca de la autoría material de todas estas imágenes. En el retablo, las figuras de bulto o relieve se han centrado en el cuerpo y el remate. En la casa central del primero hallamos una composición en la que aparece un Cristo crucificado, ante el que se arrodilla San Jerónimo, y junto a éste San Juan Evangelista y San Pablo. En las calles laterales, San Valero y San Blas. En la zona del remate, el Juicio Final, y en medallones sobre los edículos laterales, los bustos de San Lorenzo y San Vicente, diáconos aragoneses. En cuanto a la autoría, se aprecia la mano del imaginero Juan Pérez Vizcaíno en las esculturas del Crucificado, San Valero, San Blas, San Lorenzo, y San Vicente. El espléndido relieve stiacciato del Juicio Final tiene la impronta del joven pero avezado imaginero Pedro Moreto, - hijo del florentino Juan de Moreto y que había sido aprendiz del propio Juan Pérez Vizcaíno,- lo mismo que las esculturas de San Jerónimo y San Pablo. Al igual que la traza arquitectónica y ornamental, la iconografía de este monumento fúnebre se debería a diseños del pintor Jerónimo Cósida, siendo lo más relevante tanto en cuanto a tema como a composición la escena del Juicio Final de la media luneta superior, en el que se aprecian ecos de Marcantonio Raimondi y de la Disputa del Sacramento de Rafael en la Stanza de la Signatura del Vaticano. El conjunto iconográfico plantea dos líneas de lectura paralelas y complementarias. Por un parte, el sentido ético y teológico de la salvación cristiana, a través de la presencia de las virtudes teologales, -(amén de las cardinales de la Prudencia y la Justicia, necesarias para la vida de un gobernador eclesiástico y civil)-, el hecho decisivo de la redención del hombre a través de la Crucifixión de Cristo -(reforzada en este sepulcro por la alusión a las interpretaciones al respecto de San Juan Evangelista, San Pablo y San Jerónimo,)- y finalmente al culminación del Juicio Final. Por otro lado, las cuatro figuras de los obispos y diaconos aragoneses, en clara alusión a los precedentes de la autoridad y legitimidad del arzobispo Don Hernando de Aragón. |
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