El hombre que se cagó a sí mismo 3

Relato por Fernando Luis Pérez Poza

cronista

Titulo water

Fernando Luis Pérez Poza
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La vejez se desarrolla en los intestinos. Cuando ya la bilis y los humores pancreáticos le han dado otro buen revolcón y lo que quiere es liberarse de una vez para siempre de la inmundicia social en la que sobrevive, aunque sea a costa de trasladar su espíritu a un paraje más etéreo y sin retorno como es la más eterna de las eternidades. Pero al gaseoso vagabundo ya le fallan las fuerzas. Y no puede... no puede. ¡No puedddooorrr...!. Y al final, después de pasar muchas vicisitudes sale en forma de flato, haciendo... ¡bluff!.., que puede ser más o menos sonoro, en función del número de personas que asiste a su entierro. Eso es lo que le sucede al cristiano y a todo bicho viviente cuando muere, hace... ¡bluff!... y se funde con la nada.

Ahora bien, como en todo... hay clases. No es lo mismo entrar en el juego de la vida acompañado de una buena langosta y empujado por una botella de afrutado y refrescante Albariño, que en medio de un plato de lentejas, donde todo son codazos y al flatulento viajero le es más difícil sobresalir o, al menos, tener una existencia un poco placentera. Algunas veces, incluso, todo se queda en un simple despropósito, en una falsa alarma, en un desesperante sentimiento de impotencia y el destino le obliga a regresar por donde ha venido, en forma de eructo, sin llegar a cumplir completamente las distintas etapas de su ciclo vital. Hay también los que se quedan atrapados en un instante, agazapados en la cavidad torácica, bajo el corazón, como neuróticos inmersos en la dolorosa angustia de cada latido y se las pasan canutas, hasta que al final logran salir con ese aroma a rancio que poseen las grandes pestilencias.

Aquella noche, al acostarse, después de una de sus largas disertaciones de taberna sobre cuestiones tan profundas y existenciales, no se sabe bien por qué, a Venancio Cienfuegos se le inundó el cuerpo de retortijones y se le hinchó como una vela en medio de un huracán. Era tal la flatulencia que se removía en su interior, trepándole desde los hígados hasta las amígdalas para luego descender hasta el recto, que, en cualquiera de aquellos aterradores y espantosos bramidos casi de ultratumba, con los que finalmente se desahogaba, parecía que iba a echarse a volar. Ni un cohete con propulsión a chorro a punto para el despegue después de la retrocuenta podría ofrecer una sensación tan acentuada de volatilidad.

El trascendental filósofo sintió la urgente e inaplazable necesidad de depositarse sobre el retrete, de lanzarse al vacío de sus blancas e inmaculadas paredes de porcelana con toda la sinceridad del mundo, de revelarle al desagüe sus más íntimos secretos sin esperar nada a cambio, de confesar las culpas al inodoro de su domicilio aún a sabiendas de que para sus marrones y gelatinosos pecados no había penitencia posible. Venancio, con la misma concentración de quien proyecta su mente hacia el infinito, se sentó sobre la taza y se dispuso a entonar el mea culpa. Entonces le sobrevino una sensación parecida a la de un embudo que le succionaba los intestinos con la misma intensidad de un aspirador de mil quinientos vatios a plena potencia y notó que su cuerpo comenzaba a vaciarse a la misma velocidad que un contenedor en el camión de la basura después de un fin de semana.

Las baldosas de la pared que se extendía ante sus ojos se le antojaron monstruosas y los dibujos de su estampado se convirtieron en miles de rostros terroríficos que esbozaban sádicas sonrisas. Al mirar hacia lo que caía le pareció ver la perla de un pendiente que había tragado cuando era pequeño e, incluso, una moneda de patacón que había quedado atrapado accidentalmente en alguno de los recovecos de su envoltorio humano cuando, en la más tierna infancia, se entretenía dándole una chupada y se le deslizó más allá de la garganta. Unos percances, por otra parte, que no habían producido ni más deuda ni más rédito que un prolongado susto a sus progenitores, ya que ni la estrecha vigilancia a la que fueran sometidas por la madre sus deposiciones en los días posteriores al acontecimiento lograra rescatar para el destino tan valiosos tesoros desaparecidos.

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