Fuese cual fuera la cultura o creencia siempre tuvo cobijo en este espacio transcendente, quizás porque toda sociedad necesita un centro y el de la ciudad de Zaragoza ha estado siempre ahí, junto al río Ebro, fuente de vida, "genitor urbi". Cuando las tropas cristianas de Alfonso I entran en la ciudad en 1118, tras meses de asedio, el rey ocupa inmediatamente la Zuda, pero generosamente concede a la población musulmana un tiempo para retirarse al arrabal meridional de la urbe, llamado Sinhaya. Mientras tanto pudieron los musulmanes usar todavía su mezquita. Pero ya en 1121 ésta fue consagrada como catedral cristiana y el hermoso mihrab, labrado en un solo bloque de mármol según el cronista Al-Zuhrí, reorientado sacramente a toda prisa como capilla dedicada a la virgen, entre otras cosas para borrar el culto de la gente musulmana al precioso lugar. Fue inútil. El viajero Müntzer visitó Zaragoza en 1494 y narra cómo los mudéjares ocultamente todavía acudían al muro exterior de la catedral, al sitio donde se había alzado el mihrab, para seguir allí reverenciándolo. Paño mudéjar en el lado norte de la catedral Tal era la fama de dicho mihrab, que se propagó con el transcurso de los siglos y llegó hasta nosotros. Si hoy entramos al templo catedralicio podremos recordar su primer emplazamiento, en el tramo oriental de la nave central, donde se han encontrado sus cimientos, delante del coro cristiano, y la posterior ubicación más al este, cuando en el siglo XI, ya en época de Mundir I, rey de la Taifa de Zaragoza, se amplía la primitiva mezquita derribándose el muro de la qibla y trasladándose el venerado mihrab al nuevo muro.
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