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Viven entre nosotros. Conviven con cientos de vecinos en todas las ciudades del mundo. Se conocen entre ellos. Utilizan sus particulares símbolos, sus claves, sus jergas. Tienen sus propias leyes, la primera de las cuales es llegar el primero y firmar. Se definen por sus ropajes y su música. Son odiados por muchos ciudadanos y ciudadanas. Algunos políticos emprenden cruzadas contra ellos, y organizan oscuras estrategias de comunicación para denigrarlos ante la opinión pública. Ellos y ellas permanecen firmes y siguen cometiendo sus acciones de colores contra edificios públicos y privados. Son jóvenes, la mayoría. Gastan su propio dinero en cosas distintas al alcohol y las drogas. Sus armas no son punzantes ni explosivas. Utilizan para sus actos la nocturnidad y la alevosía, y ello hace aún más difícil su actividad. Su credo tiene que ver con las viejas revoluciones juveniles. Se trata de ir en contra de los cánones establecidos, como cualquier lema vanguardista que se precie. Nada hay de odio en sus mensajes, hay denuncia de injusticias. No destrozan bienes públicos ni privados, les dan nueva vida. Crean jardines de flores donde antes había muros grises y serios, ladrillos abandonados por la desidia de responsables urbanísticos. Señalan con sus huellas muchas obras llamadas de arte sólo por los políticos que se las encargaron a sus amigos "artistas". Ponen color donde antes hubo especulación, ponen alegría donde antes hubo olvido. Son los graffiteros, los pintores de graffitis urbanos. Uno o una de estos graffiteros, escribió encima de su obra pictórica: Y esta frase me dió para pensar durante muchas horas. Cada día pasaba al lado del graffiti donde estaba escrita. Cada día le encontraba un nuevo significado. Y así hasta llegar a estas visiones digitales; una obra experimental que indaga en la relación entre muros y pantallas, entre pintura y bites, entre urbanismo y arte. ¿Qué hay detrás de estas obras artísticas de nuestros jóvenes? Hay tapias, muros y paredes, sí. Elementos arquitectónicos cuya única función es cerrar un espacio que sólo se vive hacia dentro, hacia lo privado de las urbanizaciones, por ejemplo. ¿Y que queda para el resto de los ciudadanos? Queda la superficie enajenante de ese muro, de esa tapia nunca limpia, levantada apresuradamente, olvidada después de una obra que perdió la subvención VPO, casas impersonales de ladrillos como celdas, cuadrículas que se extienden al lado de parques descuidados y plazas de hormigón armado. Los ciudadanos del siglo XXI les hemos robado la luz natural a nuestros jóvenes. Apenas quedan resquicios para el cielo, apenas las esquinas dejan lugar para otra visión que no sea la de un escaparate, un rótulo o un cartel publicitario. Pero allí están ellos, allí ellas, con sus sprays de colores, para gritar en azul, en rosa, en verde, en negro: -¡Existimos!¡Aún soñamos!¡Creamos! Las frías y sofisticadas salas de arte siguen siendo para los de siempre. ¡Dejémosles las calles a estos jóvenes, que nos las pinten enteras, que nos devuelvan esperanzas de colores! Su arte es, de verdad, por una vez y absolutamente, libre -porque surge de su inconformismo, de su espontaneidad-; democrático -es gratis para todo aquél que pasee y mire- y revolucionario -porque es un grito contra los que se empeñan en construirnos ciudades a su medida y a su negocio-. Nuestros terroristas de los colores no derriban edificios, les inyectan nueva vida ante la pasividad y la indiferencia de los que sólo entienden una ciudad de ladrillos deslucidos y hormigón gris, sin ideas, sin futuro, sin alegría. Este es un homenaje a esos artistas, es una mirada personal a sus obras, y una experimentación dentro del ámbito de lo digital. Gracias a tod@s ell@s. |
© 2001 Chema GLera
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© 2001 El Cronista de la red 6
El Cronista de la Red es una revista interactiva creada con contribuciones voluntarias a traves de Internet desde el año 2000. Abarca literatura en todas sus versiones, ilustraciones y dibujos, música y cualquier actividad considerada de interés.