El tiempo se ha cumplido
y ahora siento en torno de mis manos
que el reino ya está cerca,
porque los ciegos ven, oyen los sordos,
y hasta los paralíticos caminan
huyendo los demonios
airados ante mí. Dios reina. Esos
son los signos y este es el Kérygma.
Y luego se marchó a la otra orilla
sobre una barca semejante a esa
que vemos deslizarse
sobre un azul numínico, cerúleo
- pero tan grande no y sin toldadura -;
yendo contra Legión pues no era uno
sino muchos, gran número de cerdos.
La buena nueva allí, en Cafarnaúm,
con un sol que caía gravemente
sobre un mármol dorado
de impecables tonos helenísticos,
en la casa de Pedro,
sí, en la domus eclesia,
junto al umbral que sin duda
atravesó. Y qué tiene que ver todo
esto, di, con la gloria y la pompa
y esas liturgias de rumor bizantino,
tan hondas, tan oscuras, tan místicas,
qué tiene que ver esto
con la cristología.
Dando tan mal ejemplo, disputándose
un mismo espacio todos,
un rincón, una fuente, una cueva
- diversidad tal vez de tradiciones -.
Justo al lado del mar:
os haré pescadores,
pescadores de hombres;
caminando también sobre las aguas,
calmando tempestades.
Los signos. Y el kérygma.
Sintiendo el actuar del reino en torno,
quién sabe si confiado
o quizás sorprendido,
con todo aceptando plenamente,
sintiendo el actuar
de Dios en torno suyo.
En cambio allá en el monte
un espacio salvífico
verde y azul, azul y verde, cálido
y húmedo en verdad,
donde aún resuena con viveza
el canto de los pájaros
gozosos por encima
de la celebración: eukharistía,
los panes y los peces,
las bienaventuranzas,
un Jesús pre-pascual y no exaltado,
lejos aún de ser el siervo humilde
de un poder tan distante,
hundido en el dolor,
profanado en la muerte.
Poco después subimos:
rumbo a Jerusalén
un Jordán de almanaque y alambradas,
por el desierto áureo y ascético
de Judá, el montículo ardiente
que fuera Jericó, la humeante
llanura donde un día se alzaron
para siempre malditas
Sodoma y Gomorra;
rumbo a Jerusalén
y la puerta dorada
enfrente de la cual Dominus flevit,
los montes y los valles
- Sión, Cedrón, las palmas, los olivos,
la terrible Gehenna,
sepulcros blanqueados -;
Jerusalén la santa,
ceñida en manto de oro,
sombría de guedejas,
fundida en el crisol embalsamado
de un Islam retumbante y antaño
victorioso, frenética de rizos
y de barbas judías;
empeñados ahora tenazmente
en levantar el templo,
en propiciar la ruina
del altar anterior sobre la misma
roca. Y bien produce
tamaño exclusivismo intransigente
terror.
Cristo en la cruz. Sobre un Gólgota
inmerso en los ritos de Oriente:
el velo desgarrado, la tierra herida.
Cristo en la cruz. Pregunto:
¿Para qué su tristeza,
para qué su dolor, su muerte oscura;
de qué ha de servirnos
en esta muerte nuestra,
en este dolor nuestro igual de oscuro?
Llegad, llegad los tristes, los que sufren
también, los solitarios
hasta la piedra de la unción, llegaos
al edículo. Crótalo.
Khristós anéste. Crótalo.
Khristós anéste ek nekron. Penumbra.
¡Tálanto y campanas! ¡Los derviches
y las arpas hebreas!
Khristós anéste. Crótalo.
Con la muerte ha vencido a la muerte,
germina el fruto de la luz dichoso,
corren ríos de miel;
ya vuelven las ovejas al aprisco
solas, y sola tíñese la lana;
el árbol del edén ya reverdece.
Khristós anéstê.
El tiempo se ha cumplido.
Les dijo una parábola: el reino
se parece. Cizaña y levadura,
tesoro, perla y red
actuando en torno de sus manos
por las suaves colinas
junto al mar, junto al lago impreciso.
Marchad a Galilea.
Allí el banquete, allí la diminuta
flor, el grano humilde de mostaza.
Y les dijo también
la oración que al menos reconforta.
Les dijo, - y lo dijo en arameo,
no en griego, ni en latín -:
Abbá. Pero ahora simple oficio,
vergonzante actitud; y a causa de ésto
convirtiéndose en algo
inconcebible. Verbo. Luz. El kérygma.
Confuso, entristecido hasta la muerte,
aceptándolo al fin. No hay más remedio.
Esto es: doxología.
(1999) |